LAGUNA DE VOCES
El ángulo que escondía su verdadero rostro jamás pudo ser captado, porque era imposible y las más de las veces todos se conformaron con una imagen vaga, apenas visible. Quiere decir que fue la primera persona en presentar ese raro fenómeno, que convertía en ausencia los rasgos finos de una persona, y la convertía, casi en automático, en un raro fantasma que terminaba en ser de lo más normal, fruto de la costumbre.
A nadie le extrañaba que las cosas sucedieran de ese modo, porque en un país donde la muerte era constante y constancia de su rutina cotidiana, y que de repente las fotografías, millones luego de la aparición del celular, dejaran ver que esa imposibilidad de captar la cara de algunas personas se empezab a extender, no derivó en ninguna alarma. “Como quiera puede caminar y hablar”, que nadie pueda ser quien es en una fotografía, es poca cosa.
Así que tendrían que pasar muchos años, para que los sensores de las cámaras de teléfonos, de las pocas cámaras únicamente fabricadas con ese fin, presentaran el mismo problema de que miles y miles, después millones de personas, no pudieran ser registradas para ningún tipo de credencialización, por supuesto de tipo digital, al tiempo que resultaba imposible cualquier tipo de transmisión no solo en las redes sociales, en el YouTube, sino en los medios tradicionales, para ese entonces arrumbados en el olvido, como la televisión y los periódicos impresos.
Sin embargo sucedió un fenómeno interesante, los rostros captados con cámaras de rollo físico, que incluían negativos y charolas con soluciones, si podían distinguirse, los que provenían de medios digitales, se transformaban en pixeles gigantescos, inservibles.
Por supuesto cundió el caos, porque ninguna cuenta bancaria podía abrirse mediante el reconocimiento facial, que muchos años antes había desechado todo tipo de contraseñas para habilitarlo. No hubo poder humano, ni de Inteligencia Artificial, que pudiera corregir esa situación.
Así que países enteros se fueron a la quiebra, y volver a los medios como pases de abodar en los aeropuertos, de tipo físico, se tradujeron en atrasos de todo tipo.
No ser reconocido por las máquinas era una verdadera tragedia.
Sin embargo las credenciales con una foto tomada, como ya he relatado, a la antigua, y también impresa de esa forma, ganaron espacio y el respeto de la gente, que celebraba el retorno al pasado.
Está claro que los sistemas de seguridad más modernos fallaron, porque no podían realizar reconocimiento alguno, cuando los rostros que se miraban eran pixeles gigantescos. Y vino el caos.
Porque, era de esperarse, las generaciones nacidas en la era digital, presentaron el fenómeno de la ceguera por exposición prolongada a la radiación proveniente de los millones de videos que veían en diminutas pantallas del celular.
Ciegos, porque además nunca reconocieron ese padecimiento, bajo el argumento de que “la revuelta de los viejos”, pretendía detener a la nueva sociedad fincada en la aceptación de que la inteligencia artificial debía guiar los destinos de sus creadores.
Fue una ceguera irreversible.
Y sí, los antiguos, los que portaban con orgullo una credencial con su foto tamaño óvalo en un plástico ceñido al cuello con un cordón, acabaron por apoderarse de todo.
Esto lo cuento desde algún lugar de la Inteligencia Artificial, donde fueron a parar millones y millones de conciencias.
Mil gracias, hasta mañana.
@JavierEPeralta