UN ADULTO RESPONSABLE
“Debes confiar y creer en la gente, de lo
contrario la vida se torna imposible”
Antón Chéjov
El día acaba y recostado en tu cama das un salto de fe sobre un nuevo amanecer, piensas en qué es lo que vas a hacer el día siguiente y a qué hora tienes que levantarte para conseguir todos los objetivos planeados, pones tu alarma a cierta hora y, si eres tan desidioso como yo, agregas otra que suene cinco minutos después. Así, cuando la primera tenga réplica a los diez minutos, la otra hará lo propio y tendrás un alboroto sonando cada cinco minutos, hasta que por fin decidas apagar ambas y comenzar la gran aventura de vivir.
No ha pasado ni una hora del día y ya confiamos en sucesos que bien podrían no haber pasado… Digo, dimos por hecho que viviríamos un día más; la alarma pudo no sonar o de plano, amanecer convertidos en un animal gigante (posibilidades kafkianas hay).
Es entonces que, si no pasó algo extraño, nos calzamos las pantunflas, las chanclas o los zapatos, seguros de que están ahí, donde los dejamos la noche anterior, pero ahí también confiamos, porque nuestro calzado bien podría haber sido víctima de una mascota, de los hijos que lo movieron a otro lugar o bien, de nuestra pareja, que insiste en que “hay un lugar para cada cosa y cada cosa va en su lugar”.
Partimos rumbo al baño, y confiamos en nuestros ingenieros mexicanos y el maldito sistema capitalista, para afirmar que si pagamos el agua, tenemos que tener agua en la casa. Nos lavamos la cara, las manos y los dientes, o de plano tomamos una ducha con la firme intención de “hacer algo de nuestro día”.
Y confiamos, otra vez confiamos en que el transporte de nuestra ciudad funcionará como nos gustaría (spoiler, casi no pasa); que no moriremos en el trayecto; que llegaremos a tiempo a nuestro destino; que esta vez no haremos tantos corajes en el trabajo, la escuela o la oficina.
Confiamos en “Doña Pelos” o en cualquier persona que nos dé de comer, para que, además de que sepa bien, no nos vaya a dar la salmonelosis o alguna infección estomacal; algunos hasta confían en que podrán pedir fiado nuevamente.
Confiamos en que hoy no nos van a despedir y confiamos en que mañana tendremos un trabajo al cual regresar. Que mañana será un poquito mejor que ayer y que lo mejor siempre está por llegar. Confiamos.
Por confianza no paramos. Los humanos seguimos creyendo en que nuestra religión es la buena (si es que hay una buena); en que nuestro equipo de fútbol ahora sí ganará algo (aunque sea un trofeo inventado); en que la próxima película de Marvel revivirá al Universo Cinematográfico (pobres ilusos que somos).
Es increíble que confiemos tanto y, al mismo tiempo, decidamos que nos da miedo confiar en lo importante, en lo que vale realmente la pena.
Los jóvenes le tenemos miedo al compromiso, y no hablo solo de casarse: a mantener un trabajo, una actividad, un hábito. Vaya, hay gente que cual niño, un día está apasionada por una actividad y al día siguiente es otra completamente diferente; un día quiere con todo su corazón a aquella persona especial y mañana ya es otra.
Los viejos le tienen tanto miedo a morirse que se olvidan de vivir, de hacer las cosas que les gustan, de soñar, de darse cuenta que tienen mucho que ofrecer todavía, aunque otros quieran arrancarles esos espacios.
Yo solo espero que la confianza regrese a nosotros, que cuidemos más de nuestra gente y los momentos especiales que tenemos, y que no volverán.
Confiemos en que esta vez no pasará lo mismo, que en esta ocasión no nos van a romper el corazón y que viviremos por fin ese amor bonito que nos merecemos.
Confiemos en que esta vez será distinto, porque aunque todo lo malo podría pasar, lo bueno tiene la misma posibilidad.
Nota: Recomiendo una de mis canciones favoritas de la vida: “Hoy puede ser un gran día” de Joan Manuel Serrat.