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Dar lugar a su presencia

Miguel Ángel Serna
11 Min de Lectura

TIEMPO ESENCIAL (III)

Aunque los hidalguenses estemos hechos de la misma pasta que los demás mexicanos donde ella habita, entre nosotros la filosofía brilla por su ausencia. ¿Qué significa esto? ¿De qué ausencia se trata? ¿Qué es lo que nos hace ver como un socavón en el mapa filosófico del país?

Pues sucede que en Hidalgo la filosofía no cuenta con un espacio de enseñanza universitaria, ni  profesionales que la practiquen sistemáticamente en su territorio; es decir, que  promuevan su ejercicio, o divulguen entre la población los resultados de sus tareas filosóficas. Aunque quizá haya quienes cuenten con un título profesional de ella y la ejerzan en otros lugares del país o el extranjero. 

Es decir, la filosofía se encuentra ausente para los hidalguenses. Aunque si deseamos encontrarnos con ella, podamos acudir a Puebla, Tlaxcala, Toluca, Querétaro o la Ciudad de México, para encontrarnos con comunidades e instituciones que desarrollan su actividad filosófica desde hace años. 

Pero tenerla a tan corto alcance, no hace que la filosofía esté presente entre nosotros; porque cercanía no es sinónimo de presencia. Lo que pasa es que no hemos caído en la cuenta de su ausencia y lo que ella significa; es como haber vivido entre penumbras, seguros de conocer la realidad sólo por sus sombras y ecos, sin haber conocido jamás la luz del sol y las aves y, además, sentirnos satisfechos con esos remedos.

La ausencia de la que hablamos no se refiere a la falta de obras filosóficas en los estantes de sus bibliotecas, sino a su cultivo sistemático, y las habilidades y valores que se adquieren con su ejercicio,  así como el beneficio  que acarrea la divulgación de sus saberes en toda sociedad.  

Se trata, además, de la ausencia del pensamiento filosófico hidalguense en el contexto nacional e internacional; sea a través de  congresos, seminarios y otros eventos donde la comunidad filosófica intercambia, debate y actualiza sus conocimientos, dudas y problemas. 

Vista así, su ausencia se presenta como una falta, más aún, como una relevante falta; y caer en la cuenta que la filosofía no habita entre nosotros, es como enterarnos de una orfandad que hasta ahora ignorábamos, e impide vislumbrar la existencia de un bien que está al alcance de la mano, pero con el que nunca hemos mantenido una relación permanente, abierta y reconocida. De ahí el llamado a que la hagamos presente, iluminando la casa común de los hidalguenses. 

Sólo que entre el querer y el hacer hay un gran trecho.  Para lograr que ella se instale  entre nosotros, precisa -además de reconocer la gravedad de su falta-, la voluntad expresa de ponernos en camino hacia ella con decisión y paso firme; pues lograr que nos acepte y haga vida con nosotros, reclama un interés previo sin el que cualquier otra intención referida a ella resultaría fallida. 

Antes que nada, la filosofía nos exige preguntarnos honesta y sinceramente, si estamos dispuestos a hacerla parte de nuestras vidas; pensar en ella y desde ella todo aquello que nos intriga, desazona, ocupa, o preocupa. Porque la filosofía no admite compartir su lugar con imposturas disfrazadas con sus ropajes -tan numerosas en la actualidad-, y exige que, antes de pensar en ganarnos sus favores, estemos seguros de nuestras intenciones y querer forzar su presencia sólo terminaría por ahuyentarla. 

La filosofía no se adquiere mercantilmente como otros saberes. Ella no se da a cualquiera, reservándose su derecho de trato sólo con quien demande sinceramente sus favores. Sin embargo, la filosofía no es elitista, lo mismo otorga sus quereres al hombre o la mujer, al príncipe o al paria; al hombre de estado, que al ciudadano común y corriente; pese a lo cual sus escogidos serán siempre escasos en función a las condiciones de trato que ella impone, lo que convierte a los suyos en parte de una comunidad pequeña y no siempre comprendida; aunque quienes gozan de su beneficios sean tantos, que puede afirmarse que lo es la humanidad entera.

Al contrario de la selectividad filosófica,  los amplios campos de la ciencia aplicada, la tecnología, la comunicación y el comercio, dan cabida a quienes se les acerquen sin mayor requerimiento que una base de conocimientos necesarios, y ciertas capacidades para su ejercicio.  Por el contrario, la filosofía demanda una vocación y deseo puro y desinteresado de conocer; lo que hace aún más difícil su aceptación por las instituciones de educación profesional, actualmente más interesadas en cubrir las necesidades del mercado global que el crecimiento personal de sus integrantes.  

Hagamos sin embargo una precisión importante: una cosa es el ejercicio sistemático y profesional de la filosofía – el cual reclama una formación académica y un reconocimiento oficial para su ejercicio- y otra su práctica libre, aunque tal afirmación no deja de ser una contradicción; pues no puede haber otra filosofía que la que se practica con toda libertad.

La superioridad sobre otros conocimientos profesionalizados, dedicados a capacitar a sus egresados a las necesidades del campo de trabajo, está  solamente en que, filosofar es, esencialmente, un acto libre: nada ni nadie nos otorga la patente para ejercerlo privada o públicamente, ni puede impedir que reflexionemos cada uno a nuestro modo; pues sería tanto como tratar de impedir que respiremos. Se filosofa con título profesional o sin él, dentro o fuera de la academia y, muchas veces, en lugares de menor reputación que la de ésta. 

No hay pues, conocimiento más libre y a la par más riguroso que el de la filosofía, y son esas características las que la hacen difícil de practicar; más no tanto porque su naturaleza la imposibilite, sino porque la libertad y la dedicación atenta que demanda, implica un compromiso que no se está dispuesto a cumplir tan fácilmente, pues son más quienes desean dominar un conocimiento acorde a la exigencia de sus ambiciones prácticas, que quienes aceptan las rigurosas demandas de su  sabiduría. 

Por añadidura, si ser libre y responsable intelectualmente trae consigo una buena dosis de felicidad, también acarrea riesgos que no cualquiera está dispuesto a pagar. Su rigor tampoco es fácil de lograr; pues como dice el poeta Hölderlin, “el hombre es un Dios cuando sueña, y un mendigo cuando reflexiona”, refiriéndose a las formidables barreras a las que se enfrenta el pensar filosófico.

¿Será entonces que los hidalguenses no hemos sido tan audaces del pensar, sino temerosos de la libertad y las exigencias que la filosofía implica? 

La falta de actividad filosófica entre nosotros resultaría un dato suficiente para afirmarlo. Pero no se trata de emprender una investigación sobre nuestras capacidades intelectuales o debilidades morales; lo que requerimos conocer, es qué clase de libertad y  rigor demanda el pensamiento filosófico y saber si estamos dispuestos a aceptar las condiciones que reclama para preparar el lugar que se merece en la casa hidalguense.   

Enterarse de lo anterior, tal vez pueda provocar una parálisis contraproducente al interés que  queremos despertar en ustedes. Pero no es así, mis estimados paisanos, lo que pasa es que prefiero poner las reservas por delante y dejar para después la parte fascinante. Es como aconsejar a quien desee estudiar la carrera militar: lo primero que ha de hacerle saber es que ella  implica disciplina, sacrificio y grandes riesgos, entre ellos, la muerte;,  y a quien crea tener vocación de espiritista no prevenirlo de los riesgos de invocar al más allá y salir corriendo cuando los demonios se hagan presentes. 

La filosofía es como el buen vino, entre más añeja más sabrosa. La nueva es ácida y hasta produce mareos si no se sabe dosificar y  sus crudas son tremendas. Pero la alegría báquica de su consumo es proverbial. 

Los diálogos socráticos nos la muestran en medio de reuniones entre amigos que terminan a veces en tremendas borracheras. Y no hay que escandalizarse con eso, pues la filosofía antigua estaba ligada a la felicidad,  sabiendo que  “nunca se es demasiado joven para empezar a filosofar, ni  demasiado viejo para seguir filosofando”, como decía el buen Epicuro,  con la ventaja de poderse consumir “de a buró”, en la soledad o con un grupo de buenas amistades que quieran pasar con gusto y provecho su tiempo libre –su tiempo esencial-,  dedicándolo a ella, sin dañar el hígado y sanando el alma. 

¿Estamos convencidos para aceptar ese desafío a fin de hacer presente a la filosofía aquí y ahora? 

Eso lo veremos en el siguiente artículo. Por el momento, detengamos aquí este Tiempo Esencial del que hemos podido apropiarnos por un instante.  

Tiempo esencial (III)/ Publicado en el Diario Plaza Juárez, noviembre de 2017. Para su reedición el 050824

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