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viernes, julio 25, 2025

Conócete a ti mismo

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TIEMPO ESENCIAL  

La filosofía no solo atiende los fundamentos de la razón, sino aquellos que dan significado y sentido a la existencia humana; por mínima o relevante que sea, porque al final de cuentas, como personas, todos y cada uno portamos en nuestra singularidad la dignidad del género humano.

A nuestro entender, el interés por saber de nosotros mismos, responde a un campo tan importante como el saber teórico; dada la necesidad que todo ser pensante tiene de reflexionar sobre el sentido de su propia vida; desde el adolescente confundido ante la exigencia de saber qué hará con ella, hasta el anciano o anciana que pregunta qué hizo con la suya. 

Ciertamente, preguntarse sobre quién es uno mismo y nuestro lugar en este mundo es complicado y no siempre lo hacemos por gusto, sino aún contra nuestros deseos; obligados por circunstancias extremas que provocan sentimientos encontrados y nos confrontan con razones que pueden resultarnos desconcertantes y hasta molestas. 

Filosóficamente, la pregunta sobre quienes somos o pretendemos llegar a ser, está unida a la idea que tenemos de lo que es el ser humano; lo que nos coloca ante una paradoja: en principio, sabemos que somos humanos, pero no sabemos bien a bien, en qué consiste el “ser humano”. 

Esa paradoja ya despertó gran inquietud entre los primeros filósofos, antes aún que Sócrates comprendiera la necesidad de conocerse a sí mismo, para responder a quienes lo tenían como el más sabio de los griegos. La pregunta por el hombre los asombró y desconcertó, tanto como la existencia del universo. ¿Qué significa ser “humano”? es una interrogante tan complicada que Heráclito, ya en los orígenes remotos de la filosofía, comprendió la imposibilidad de contestarla con suficiencia, concluyendo que: 

“Límites al alma humana no conseguirás hallarle, sea cual fuere el camino que recorras. ¡Tan profunda es la razón que tiene!”

(Heráclito de Éfeso)                      

En nuestra época no está de moda hacerse tales preguntas, pues se ha creído que la ciencia y la técnica han eliminado la necesidad de responderlas porque hoy, más que interesarnos en saber qué es lo que nos define como seres humanos, lo que nos importa saber es qué es lo que tenemos o podemos poseer para vivir como tales. 

El nuestro es un tiempo de vaciamiento de la vida interior volcada hacia la exterioridad, enajenando nuestro interés y valor hasta, el grado que ya no sabemos ni podemos estar solos y hasta se llega a considerar como una desviación patológica hablar con nosotros mismos. A los de hoy, la soledad nos aterra. Basta perder el celular durante un momento para sentirse como náufrago a mitad del océano. Llenamos todos los lugares de ruido ahuyentando la sensación extraña que da la falta de distractores. Sin escándalo no hay gozo y sin este no hay felicidad ni convivencia. 

Más aún, la tecnociencia actual ha podido generar un avatar de nuestra persona que el sistema mediático manipula y controla, mediante instrumentos como el teléfono celular; cuya memoria, asociada con la inteligencia artificial, acumula más datos de los que cada quien sabe sobre su propia persona, despojando a los seres humanos del ejercicio autónomo de su pensamiento y decisiones.

Lo que Platón llamó con la palabra dianoia: “diálogo del alma consigo misma”, hoy ya no interesa al sistema educativo y quién intente cultivarlo por su cuenta corre el peligro de ser calificado de sospechoso y antisocial. En el mercado de trabajo, el testimonio de la vida se reduce al currículum vitae, documento redactado con nuestros logros académicos y laborales destinado a proporcionar una imagen positiva a los compradores de nuestra fuerza de trabajo.

La literatura moderna, hizo de la autobiografía un género literario que gira en torno al propio autor, al que permite especular libremente sobre su propia persona, dejando en el olvido los antiguos diálogos, epístolas, disputaciones o consolaciones en torno a qué es y hemos de hacer con nuestra propia vida, aunque se tenga en ellas un tesoro desconocido para las nuevas generaciones. 

En el transcurso de su historia reciente, la filosofía académica descuidó la formación del hombre en el conocimiento de sí mismo, en aras de atender problemas surgidos con el desarrollo de la ciencia y la sociedad, que acapararon la atención de los grandes filósofos de la modernidad. El interés de la filosofía en los valores de la antigua sapiencia, fue desechada en aras del progreso. Sin embargo, al paso del tiempo y las actuales circunstancias, resulta conveniente reflexionar si a la postre este olvido resultó favorable a la formación de las generaciones actuales.  

De la filosofía como camino de vida ejemplar para la juventud ya pocos se ocupan; dejando el campo a la pseudo literatura motivacional.  No es frecuente el cultivo de una relación ejemplar entre el maestro y sus discípulos. Se considera al alumno como igual al maestro, porque este se ocupa tan solo de informarlo y capacitarlo, pero no de educarlo. En mis años como formador de docentes, escuché recurrentemente que “la escuela está para enseñar, no para educar” o “que los eduquen en su casa, no somos sus padres”. En los asuntos magisteriales, regularmente van por delante las demandas económicas -justas, casi siempre- pero muy atrás, el proyecto educativo y los fundamentos filosóficos para la formación de las nuevas generaciones. Dirigen la educación avezados negociadores políticos, pero no maestros ejemplares. De tantos años de no contar con verdaderos educadores al frente de la educación nacional, se llega a pensar que no contamos con ellos.  

El abandono de la educación como camino de vida, corre paralelo al fracaso del modelo neoliberal dominado por el ciego utilitarismo que le impide superar la enajenación, las inequidades y la violencia en la formación de las nuevas generaciones. 

La transformación de dicho modelo no puede lograrse tan solo con nuevos métodos, sistemas y tecnologías de enseñanza; hace falta la recuperación de una relación amorosa, filial, y cordial entre el maestro -quien no es el que más sabe, sino quien más amor al conocimiento propicia- con sus alumnos; fundamentada en el autoconocimiento, el compromiso con la verdad y el ejercicio del bien personal y colectivo que ningún saber instrumental ni inteligencia artificial pueden generar.

La filosofía tiene mucho que aportar en ese sentido cuando se reconoce como un camino de vida, impulsando a los seres humanos a conocer lo que son y cuál es su tarea en este mundo. La experiencia de la vida filosófica hace comprender que nuestra naturaleza genérica, hermana a todos los seres humanos sin importar nacionalidad, raza, género o época; pues comprender nuestra propia humanidad nos lleva a comprender que nada humano nos es ajeno (Terencio). 

Así pues, más allá de que la filosofía permite mantener un dialogo con la ciencia, la técnica o las humanidades; lo importante es que tomemos conciencia de su carácter como vocación humana (Eduardo Nicol); no por tener respuesta a todas nuestras dudas, sino por apreciar y defender la vida humana y la oportunidad que abre para conocernos, comprendernos y consolarnos con su luz en la oscuridad de los tiempos que vivimos.

Los espero la próxima entrega de Tiempo Esencial, escriba sus opiniones y sugerencias a: miguelseral22@gmail.com 

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