Pido la palabra
Existen formas de abuso tan sutiles que, a simple vista, parecen inofensivas, disfrazadas de dolor, de pena, pero cuando escarbamos con atención, cuando quitamos capa por capa, nos damos cuenta de que no se trata de un accidente emocional ni de una herida mal curada, sino de un patrón de manipulación bien aprendido; el abusador que se victimiza es, quizá, una de las figuras más peligrosas en nuestras relaciones, porque logra voltear la narrativa a su favor y hacer que dudemos incluso de nuestra percepción del daño.
El inquilino de cierta Casa Blanca, encarna el arquetipo del abusador que se victimiza, utilizando el poder de su nación para imponer políticas agresivas mientras teje un relato en el que él, y por extensión, su país, se hacen pasar como las verdaderas víctimas de un mundo injusto, desleal y peligroso.
Identificar a este tipo de personas no siempre es sencillo, tejen discursos que los hacen parecer frágiles, incomprendidos, incluso perseguidos; pero mientras ellos lloran por dentro, por fuera dejan cicatrices, sus lágrimas son herramientas, no expresiones sinceras de arrepentimiento, y es ahí donde radica el verdadero peligro: no se presentan como verdugos, sino como mártires; así, quien ha sido herido termina sintiéndose culpable por haber puesto límites, por haberse defendido, o simplemente por haber dicho “hasta aquí”.
Como sucede con los manipuladores emocionales que juegan con los hilos de la culpa, este sujeto sabe cómo construir una narrativa donde los migrantes son la amenaza, pero él es el protector; se presenta como el mártir de una América que pierde empleos, seguridad y pureza, y todo por culpa del “otro” que “se aprovecha” de los tratados comerciales, envolviendo sus decisiones más duras con discursos de sufrimiento lleno de egocentrismo.
Luego entonces surge la pregunta inevitable: ¿cuál es el antídoto contra este tipo de abuso? ¿Cómo protegemos nuestro bienestar emocional sin caer en el juego de sentirnos los malos de la historia?
El primer paso es reconocer el patrón; el abusador que se victimiza rara vez asume responsabilidad plena, siempre tiene una excusa; si señalamos el daño que nos causó, él se duele más que nosotros; si nos alejamos, nos acusa de abandono; si enfrentamos la situación, nos llama violentos. Es una narrativa perversa donde el abusador se viste de víctima y la víctima termina pidiendo perdón.
El antídoto comienza con la claridad interna; hay que recuperar la confianza en nuestra percepción, en lo que sentimos, y si algo nos incomoda, si algo nos hiere, tenemos el derecho de decirlo sin sentir culpa; el abusador que se victimiza buscará desdibujar nuestros límites, hacernos creer que exageramos, que somos demasiado sensibles. Si como ciudadanos, o como países, sentimos que se están pisoteando nuestros derechos, debemos reafirmar esa percepción, porque lo más grave es empezar a dudar de nuestro propio juicio; el abusador se nutre de esa duda y la transforma en sumisión.
Luego viene la firmeza; no basta con identificar el patrón si no hacemos algo al respecto, el antídoto requiere acciones concretas, incluso cuando el poder del otro es mayor, es una forma de proteger la soberanía emocional de un pueblo; decir “no” sin necesidad de justificar cada paso, ni de pedir perdón por querer dignidad.
El verdadero antídoto frente a este tipo de sujetos no está en el enfrentamiento directo en todos los casos, ni en caer en su juego de confrontación eterna; a veces, el acto más revolucionario es decir “hasta aquí” y seguir caminando como país, buscar otras alianzas, reforzar nuestra economía desde dentro, recuperar la confianza en nuestra identidad sin esperar el permiso del norte o del sur o de cualquier otra latitud
Así como en lo personal, en lo político también se trata de sanar, y sanar significa alejarse de dinámicas que minimicen la dignidad, y la dignidad no se negocia, se ejerce; aunque mucho me temo que para lograr esto último, lo primero que tenemos que hacer es poner un “hasta aquí” a ese abusador interno que no termina por irse.
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.