Murió José “Pepe” Mujica. Y con él se va una de las voces más auténticas, incómodas y humanas de la política latinoamericana. Un hombre que no solo habló de la austeridad, sino que la vivió. Que no solo cuestionó al sistema, sino que resistió desde adentro sin traicionar sus convicciones. Se fue el campesino, el guerrillero, el preso, el presidente. Pero sobre todo, se fue el ser humano que nos invitó a mirar el mundo con otros ojos.
En un tiempo donde la política suele ser espectáculo y negocio, Mujica fue una anomalía: vivía en una chacra, manejaba un viejo escarabajo, donaba gran parte de su salario y hablaba sin eufemismos. Su vida fue una declaración: se puede tener poder sin perder la humildad. Se puede hacer política sin dejar de ser persona.
Política: herramienta para servir, no para servirse
Mujica entendía la política como un acto de servicio, no de vanidad. Fue presidente, sí, pero nunca dejó de ser “el Pepe”, el que hablaba sin corbata, el que cuestionaba al capitalismo sin panfletos. Para él, la política debía estar al servicio de las grandes mayorías, no del ego ni del bolsillo.
“Gobernar no es mandar. Gobernar es servir a una causa.”
Criticó con dureza la política del marketing, los liderazgos vacíos y las estructuras que premian al oportunista y castigan al honesto. Aun así, nunca fue cínico. Creía en la capacidad del ser humano de mejorar el mundo. Pero sin ilusiones mágicas: paso a paso, con conciencia y trabajo.
Los jóvenes: rebeldía y esperanza
Pepe siempre tuvo fe en los jóvenes. Aunque también les lanzó advertencias incómodas. Les pedía que no se resignaran, que no se dejaran domesticar por el consumo y la indiferencia. Que se prepararan no solo para tener un trabajo, sino para cambiar la historia.
“Ser joven es tener el valor de cambiar lo que no anda bien, aunque eso moleste.”
Para Mujica, la juventud no debía ser un desfile de selfies, sino una etapa de compromiso, de lucha, de sueños grandes. Porque sin la energía de los jóvenes, decía, no hay futuro posible.
El amor: vínculo real, no mercancía
Mujica hablaba del amor como quien ha vivido mucho. No lo idealizaba, pero lo defendía con firmeza. “Amar es comprometerse”, repetía. Para él, el amor era un acto de construcción cotidiana, de solidaridad y ternura. En una era de vínculos frágiles, Mujica hablaba del amor como una forma de resistencia.
“El amor es cuidar al otro, compartir el camino, incluso en los días feos.”
Amaba a su compañera, Lucía Topolansky, con quien compartió lucha, cárcel, chacra y vida. Y también amaba a su pueblo, con una paciencia a veces ruda, pero siempre honesta.
La vejez: el tiempo como sabiduría
Nunca renegó de la vejez. La asumió como parte del viaje. Viejo no es quien tiene arrugas, decía, sino quien ya no cree en nada. Él, en cambio, siguió creyendo. En la ética, en la lucha, en los jóvenes, en la sencillez. Hasta el final.
“Uno no es viejo por los años, sino cuando pierde las ganas de cambiar algo.”
Su vejez fue fecunda. Lúcida. Sabia. Siguió sembrando flores y palabras. Siguió alertando contra el olvido de lo esencial. Nunca se calló. Porque nunca se rindió.
Dios y la espiritualidad
No fue un hombre religioso en el sentido institucional. Pero su espiritualidad se notaba en su profundo respeto por la vida, por la tierra, por el otro. Decía no saber si había un dios, pero actuaba como si lo hubiera: con ética, con responsabilidad, con humildad.
“No sé si Dios existe, pero sí sé que hay que vivir con respeto y con amor al prójimo.”
Nunca despreció la fe. Al contrario, respetaba profundamente a quienes creían, mientras eso los hiciera mejores seres humanos. Para él, el problema no era la religión, sino la hipocresía.
La vida: un regalo que se gasta
De todas sus frases, quizá la que mejor lo resume es esta:
“La vida se gasta. Y se va. Lo único que no se compra es el tiempo.”
Mujica entendía la vida como una lucha breve, pero llena de sentido si se vive con coherencia. Su forma de vivir fue su mayor enseñanza. No predicó el sacrificio vacío, sino la sobriedad voluntaria: vivir con poco para ser libre. Libre del consumo, del qué dirán, del poder por el poder.
Pepe se fue, pero no se calla
Murió Pepe Mujica. Pero su voz no se apaga. Quedarán sus discursos, sus silencios, sus flores, su escarabajo viejo, sus frases grabadas en millones de corazones. Y sobre todo, su ejemplo: vivir como se piensa.
En un mundo cansado de farsas, Mujica fue real. En un sistema que premia al cínico, él eligió la ternura. En una época que corre, él caminó. Y eso, en tiempos como estos, es revolución.