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Hidalgo
miércoles, febrero 12, 2025

A este mundo venimos a ocupar espacio

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ESPEJOS DE LA REALIDAD

El escrutinio constante de ser mujer desgasta. Cuántas veces nos hemos cubierto con un cojín al sentarnos, estirado el suéter para que no se nos pegue a la piel, o contenido el aliento al pasar frente a un espejo. Cuántas veces hemos dejado migajas de nuestra hambre en platos vacíos, le hemos quitado el betún al pastel o le quitamos la leche al café sabiendo que no nos gusta lo amargo. Aprendemos a vivir en cautela, a bajar la voz, a ocupar el menor espacio posible, a no ser vistas demasiado, pero tampoco demasiado poco.

La métrica de la corporalidad es implacable. Nos medimos en tallas, en números, en comparaciones constantes. Nos perdemos en frases que otros nos lanzan: “Jugo no, es mucha azúcar”, “Qué bonita te ves, ¿bajaste de peso?”, “No gracias, no gracias, no gracias…”. Palabras que se nos clavan en la piel, recordándonos que nuestro cuerpo nunca es suficiente, nunca está del todo bien. Parece que habitamos un territorio ajeno, donde las reglas cambian constantemente y nosotras solo intentamos seguirlas.

Es agotador vivir en un cuerpo que parece pertenecerle a todos menos a una misma. Un cuerpo que se reduce a un comentario, un consejo no pedido, una crítica disfrazada de preocupación.

Pero entonces, ¿qué nos salva? Cuando pensamos en los momentos donde hemos sido más felices, la corporalidad se comporta diferente, ya no es en función de la otredad, el otro, sino en función de una misma. La risa escandalosa que llena la habitación, las piernas que me acompañan en la caminata con mi prima mientras hablamos, las manos de mi hermana que hornean y me regalan un pedacito de un postre nuevo que intentó, los bailes alocados de mi sobrina en medio de la sala, la piel que se eriza ante una canción que me transporta a otro tiempo, el abrazo que reconforta tras un día difícil, la respiración pausada en la tranquilidad de una tarde. El cuerpo como testigo de los momentos que nos construyen, que nos sostienen, que nos recuerdan que estamos vivas más allá del espejo.

A este mundo venimos a ocupar espacio, no a comprimirnos. Estamos aquí para existir plenamente, para habitar nuestro espacio sin pedir disculpas. Para caminar firmes sin temor a ser vistas, para vestirnos de colores aunque llamemos la atención, para comer con placer sin que nos pese la culpa. Porque la vida se vive con el cuerpo, pero no se limita a él. Porque merecemos reír sin pensar en el ángulo de nuestra sonrisa, bailar sin preocuparnos por cómo se mueve la ropa, amar sin miedo a que nuestro cuerpo sea cuestionado.

La próxima vez que te sientas en guerra con tu cuerpo, piensa en las personas que más amas y en las razones por las que las amas. ¿Acaso su cuerpo aparece en esa lista? Exactamente.

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