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miércoles, junio 25, 2025

¿Y si el amor más profundo no viene con fuegos artificiales, sino con un pastel sorpresa y boletos para ver ‘Mentiras’?

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ESPEJOS DE REALIDAD

Una columna al estilo Sex and the City… pero escrita desde el corazón (y la memoria) para Ana.

No me lo esperaba.
El día estaba agendado desde temprano. Nos despertamos a las 6:30 a.m.; yo salí a correr con Scout por la avenida Ámsterdam mientras ella se bañaba escuchando canciones del musical Mentiras.
Pensándolo bien, las pistas estuvieron ahí todo el tiempo. Pero si de algo peco es de ser sumamente despistada y tener la mente hecha de mantequilla. Las señales me resbalan.

Nuestra primera parada fue una cafetería en la Colonia del Valle. Esperamos pacientemente 40 minutos y hablamos de todo. Ana siempre tiene las mejores anécdotas: se acuerda de todo, con fechas, emociones y detalles. Yo soy más caótica, pero ella narra las historias como si dentro de su mente vivieran los recuerdos acomodados por gaveta y en orden alfabético; en su mente guarda mapas, corazones rotos, sorpresas y sabores dulces. En su memoria habita medio mundo. Para aquellos que ama, hace del amor una cosa diaria, sencilla y brutalmente hermosa.

Como cuando me pidió que guardara espacio para el postre. Encima de mí colgaban decenas de cajas azules, había cubiertos de plata, y un baklava de frutos rojos con salsa de mango que me esperaba.
(Por cierto, el baño del Blue Box de Tiffany’s merecería su propio texto).

Nosotras tenemos una tradición extraña: ir a las joyerías más exclusivas a no comprar absolutamente nada. Solo a inventarnos historias. Como la vez que vimos el anillo de diamante amarillo y le pregunté si lo aceptaría. Me dijo que no iba tanto con ella, pero que unas churumbelas sí, esas sí son más su estilo.

Después, la lluvia. El Uber nos llevó a nuestra pizzería favorita en Calle Lerma —una calle que me recuerda a ella y a su papá— y, por razones ajenas, toda la comida fue cortesía de la casa. Parecía como si el Universo, en forma de gerente, también quisiera regalarnos algo.

La siguiente parada era puntual. A las seis en punto, al mirar a la izquierda, las letras noventeras lo dijeron todo: Mentiras: El Musical.
Cantamos. Comimos cacahuates. Yo estuve con la garganta hecha nudo un buen rato.

Después, para celebrar, fuimos a Santana, en la Condesa. Cada una pidió una mezcalita jumbo. Nos la tomamos despacio, me gusta porque el mezcal me pone filosófica y el tequila alegre. A todo esto, no había música: solo un partido de fútbol sonando de fondo y una conversación entre nosotras.
Intentaron cobrarnos mal. Pero lo resolvimos como chicas de la gran ciudad. 

¿Será que hay personas que no son hermanas, pero sí nacieron para acompañarte toda la vida?
¿Será que los grandes amores también pueden ser primas con corazones atentos, que te organizan fiestas sin que lo notes y que conocen tu caos sin juzgarlo?

Cuando llegamos al departamento, todo estaba oscuro. 

Una cortina metálica.

Silencio.
Y de pronto: luces. Gritos. 

Sorpresa.

Cantamos canciones de Mentiras, de Karol G, de Sabrina Carpenter.
Tomamos Maestro Dobel (mi favorito).
Me tuvieron que quitar las botas porque hacían demasiado ruido (y porque claramente ya era hora de estar descalzas).

Todo lo había organizado Ana.
Anita.
Ceci.
Ana Cecilia. Uno de mis nombres favoritos y de los que más me gusta decir en voz alta. Ana guarda mis historias mejor que yo misma. Ama y festeja sin pedir nada a cambio. Qué raro consuelo saber que, aunque todo se desordene, ella siempre —esa palabra que decimos tan a la ligera— siempre está ahí.
Como si haber crecido juntas le hubiera dado el mapa que a mí se me pierde cada tanto.Quizás no siempre haya un Mr. Big.
Pero hay primas como Ana.
Y de todos, es mi personaje favorito.

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