POR EL DERECHO A EXISTIR
Hoy nos adentramos en un duelo entre dos ciudades hidalguenses con una enemistad histórica marcada por la disputa de la capitalidad: Tulancingo y Pachuca. Sin embargo, más allá de esta pugna, existe un matiz peculiar que otorga a Tulancingo un privilegio encubierto y vital: ¡no ser la capital!
En el torbellino urbano y cultural de Pachuca, el ser capital del estado conlleva un dinamismo acelerado, un ritmo que fusiona la tradición con la modernidad. Pero, ¿qué hay de Tulancingo? Ahí radica su encanto. Al no estar bajo el foco directo del poder político, Tulancingo ha conservado una esencia más íntima, más genuina. Es como aquel rincón escondido donde la naturalidad de sus tradiciones y la calidez de su gente brillan sin el embate metropolitano, pero de todos es sabido el peso político, económico y cultural que resguarda en los pasajes de la historia, desde las pinturas rupestres, sus basamentos ceremoniales y las construcciones arquitectónicas que dan cuenta de su importancia en cada una de las etapas a través del tiempo.
Hablemos de la vida cotidiana. En Pachuca, el Reloj Monumental marca el paso del tiempo con autoridad y nos evoca la época porfiriana a la que no queremos volver cada hora marcada es un recordatorio constante del ajetreo y el pulso de la vida urbana. Mientras tanto, en Tulancingo, la zona arqueológica de Huapalcalco es un oasis de historia silenciosa, donde los vestigios prehispánicos narran un pasado distante con tranquilidad y solemnidad, nos trae a la mente la importancia como centro de comercio, como Valle, la zona del silencio en la punta del cerro es una invitación para quienes disfrutan de la tranquilidad, un lugar para el encuentro consigo mismo.
¡Y qué decir de la gastronomía! Pachuca deslumbra con sus pastes y chalupas, creaciones culinarias que han conquistado paladares y corazones. Pero en Tulancingo, el guajolote y las enchiladas son embajadores del buen comer, símbolos de una identidad gastronómica arraigada en el corazón de México y aunque muchas personas puedan no compartir la misma opinión (principalmente quienes son de Actopan), la barbacoa tiene su máxima expresión en los hornos de la ciudad de las antenas parabólicas.
Entonces, mis queridos lectores, en este duelo entre Tulancingo y Pachuca, donde la rivalidad histórica se mezcla con la identidad cultural, Tulancingo encuentra su fortaleza en la tranquilidad y calidez de su población. Es ahí donde reside su poderío: en conservar lo auténtico, en proteger lo esencial y en celebrar su legado sin las ataduras del bullicio capitalino, lo único malo han sido sus pésimos gobiernos que han tomado toda clase de decisiones cuestionables, pero es algo compartido en ambos territorios y pa’ pronto en todo el estado, eso aunado a los incrementos en la violencia, que desdibuja lo increíble y la magia de cada espacio de nuestro estado.
Pero volviendo al tema, mientras Pachuca brilla con su dinamismo, Tulancingo resplandece en su papel privilegiado de ser el corazón tranquilo y auténtico de Hidalgo. Es un privilegio que permite a esta joya esquivar el embate metropolitano y florecer con su propia luz a la par de ser el centro que conecta a las regiones en un festín que se da cita cada jueves en la Plaza del Vestido. ¡Tulancingo, tierra de historia, sabor y autenticidad!