ESPEJOS DE LA REALIDAD
Un texto con mucho cariño para Alejandra Isibasi, que surgió de una salida por un café donde hablamos de nuestras vidas, de la de nuestros padres y madres, y del cuidado
El cuidado es la base de la vida humana. Es el trabajo que ha permitido que las personas sobrevivan y prosperen a lo largo de la historia. Sin embargo, como dice El Principito, “lo esencial es invisible a los ojos”. Aquello que da fundamento a nuestra sociedad, como el cuidado, a menudo se ignora y desvaloriza porque no encaja en las exigencias del mercado laboral ni en las prioridades de las políticas públicas actuales.
De acuerdo con ONU Mujeres, el cuidado se define como “el conjunto de tareas y disposiciones (…) que procuran el bienestar de las personas y, por tanto, tienen relación con el sostén de la vida. No solo implican actividades físicas; los afectos juegan aquí un papel central”. Aunque todos hemos sido cuidados en algún momento, la organización de estas tareas es profundamente desigual. Históricamente, ha recaído casi exclusivamente en las mujeres, quienes, además de asumir la carga emocional y física de estas labores, enfrentan el desafío de conciliar estas responsabilidades con las necesidades de su día a día.
Así como una red se compone de elementos atados entre sí para crear soporte, el cuidado funciona de manera similar. Se trata de un entramado de relaciones interdependientes sostenido por vínculos familiares o comunitarios. Este sistema interconectado opera a base de reciprocidades y transferencias que mantienen el bienestar colectivo. No hace falta salir de casa para encontrar estas dinámicas: son las historias que conocemos, como la madre que deja a sus hijos al cuidado de una vecina o una abuela para emigrar y trabajar cuidando a los hijos de otra familia en otro país; o la hija que deja sus estudios para dedicarse a cuidar a su abuela enferma.
La mirada feminista a este tipo de situaciones nos evita caer en la idealización de estas historias, que a menudo se presentan como ejemplos de sacrificio o heroísmo individual, como si se tratara de actos de amor puro. Este enfoque puede resultar deshumanizante, ya que minimiza la carga real y el sacrificio que implica el trabajo de cuidado, y a menudo pasa por alto las condiciones estructurales que lo sustentan. En el estudio Sostener La Vida: Las redes de cuidados en México del OXFAM, se brinda una serie de entrevistas a 34 personas, todas relacionadas a los cuidados, la cual ofrece una mirada crítica que revela las desigualdades que atraviesan estas redes de cuidado: quienes más se ven afectadas por estas cargas son las mujeres, particularmente las de sectores más vulnerables, que deben asumir estas tareas sin el respaldo de un sistema de apoyo adecuado, recibiendo a cambio poco reconocimiento y ninguna remuneración.
De manera sorprendente, si la economía de cuidados fuera reconocida en su totalidad, representaría el 26% del Producto Interno Bruto (PIB), ubicándose como el sector que más contribuye al mismo, superando incluso al sector de la industria manufacturera, que representa un 20.7%. Esto pone en evidencia la enorme relevancia del trabajo de cuidado, pero también la invisibilidad con la que se trata en términos económicos y sociales.
Nosotras y nosotros no nos podemos entender sin el cuidado. El reto es comenzar a verlo, no como un peso, sino como el sostén de todo lo que somos. Si entendemos que el cuidado no debe recaer solo sobre unas pocas personas, sino que es un esfuerzo colectivo, podremos empezar a construir algo diferente. Algo más justo, donde no se invisibilice lo esencial.