ESPEJOS DE LA REALIDAD
Guardo todas las miradas en la cartera, decidí acomodarlas junto con los billetes de mayor denominación.
Están las miradas cargadas de intenciones escondidas, las eléctricas y chispeantes, las de compasión y una buena taza de café.
En las cavernas de cada mirada se esconde su significado, un brevísimo espacio de duda, de vacilación, de titubeo.
Ese instante fugaz en el que dos miradas chocan, como un fósforo que solo se enciende al rozar una superficie rugosa.
Cada mirada tiene un peso distinto, un eco que resuena de maneras sutiles o rotundas.
Las llevo conmigo como pequeñas huellas de momentos que no necesariamente fueron, pero que estuvieron cerca.
Porque las miradas también son lugares, territorios donde uno se encuentra y se pierde, y donde el significado es ambiguo.
Este es el vacío que no se llena, porque está lleno de todo lo que puede ser, de todo lo que aún no se atreve a ser.
Es lo que se deja en el aire cuando las palabras no alcanzan, cuando el gesto no se da, pero se espera.
No es solo lo que no llega a ser, es todo lo que puede suceder en cualquier momento, todo lo que se está fraguando sin prisa ni desesperación, en el espacio entre una mirada y otra.
Mamihlapinatapai – Mirada entre dos personas en la que cada una de ellas espera que la otra comience una acción que ambas desean pero que ninguna se anima a iniciar. (Palabra de origen Yámana, hablada por los nativos de Tierra del Fuego, Se considera la palabra más concisa del mundo y una de las más difíciles de traducir)