ESPEJOS DE LA REALIDAD
No puede ser que vivir en ciertas colonias de Pachuca signifique estar condenado a perderlo todo cada temporada de lluvias.»
Otra vez pasó. Otra vez las lluvias dejaron calles intransitables, casas bajo el agua, autos varados, negocios con pérdidas, familias sacando lodo y muebles arruinados. En Pachuca, Mineral de la Reforma, La Calera, El Saucillo, Los Tuzos y muchas otras zonas, el agua volvió a entrar sin pedir permiso. Llovió, sí, pero lo que ocurrió no fue inevitable, ni “natural”, ni “sorpresivo”. Lo que vivimos estos días fue un desastre, sí, pero uno construido por la mano humana.
Decir que fue “culpa del clima” es cómodo. Sirve para evadir responsabilidades. Pero no es cierto. Los desastres naturales no existen. Lo que existen son fenómenos naturales —lluvias, temblores, huracanes, incendios— que se convierten en catástrofes cuando encuentran a comunidades expuestas, vulnerables y mal preparadas. Y eso es justo lo que está pasando en Hidalgo.
La urbanización descontrolada en zonas de alto riesgo, como muchas de las nuevas colonias al sur de Pachuca, es parte del problema. Ahí se construyó sin planeación, sin infraestructura suficiente y, en muchos casos, sin estudios de impacto ambiental. Fraccionamientos enteros se levantaron donde antes había cerros. Se talaron árboles, se pavimentó sin drenaje adecuado, se autorizó vivienda sin prever qué pasaría cuando lloviera fuerte. El resultado lo estamos viendo ahora: inundaciones, pérdidas materiales y personas en riesgo.
Si un fenómeno natural se convierte en desastre, no es por “mala suerte”. Allan Lavell, experto en gestión del riesgo y Premio Sasakawa 2015, dijo: “Debemos asociar el desastre con lo cotidiano: vulnerabilidad, pobreza, marginalización. Los desastres no son algo fortuito que cae del cielo”. En otras palabras: no es la lluvia lo que causa el desastre, es la manera en que vivimos, cómo se planean nuestras ciudades y quién toma las decisiones sobre dónde y cómo construir.
Pero ya basta de seguir repitiendo esa historia. No es atípico. Es predecible. Y, por lo tanto, evitable.
Hay responsabilidad del Estado, claro, pero también hay que señalar la permisividad y la falta de memoria. No puede ser que cada que pasa algo así lo tratemos como si fuera la primera vez. No puede ser que vivir en ciertas colonias de Pachuca signifique estar condenado a perderlo todo cada temporada de lluvias. No puede ser que en 2025 sigamos construyendo como si no supiéramos nada sobre riesgos.
Sí, llovió. Pero el agua no construyó fraccionamientos en zonas de riesgo. El agua no aprobó permisos. El agua no diseñó el drenaje deficiente. El agua no desapareció los árboles que servían de barrera natural. Eso lo hicieron personas, gobiernos, constructoras, intereses económicos. Y lo permitimos todos, directa o indirectamente.
Así que no: esto no fue un desastre natural. Fue un desastre social, político y urbano. Fue un desastre anunciado. Y si no hacemos nada, será uno que se repita, una y otra vez.