RELATOS DE VIDA
-¡Yo no fui mamita, por favor no me pegues! – clamaba Raulito con voz de angustia, ante la pose amenazadora, de la mano levantada de su madre.
-¡Mira Raúl, no trates de verme la cara de tonta, sé que tú fuiste! – respondía molesta, pero también intrigada por saber lo que había ocurrido, aunque sin dudas de que el pequeño había cometido el delito.
-¡Mami, te juro que no robe nada! – contestaba una vez más Raulito, mientras buscaba la mejor postura para que el golpe no doliera, ni le dejara marca.
-¡No me colmes la paciencia, dime la verdad y prometo no pegarte, sólo la verdad, ¿dónde está el kilo de bisteces que estaba en el refrigerador? las gotas de sangre llevan a tu cuarto; así que ya no tienes excusas! – dijo la madre segura, haciendo ver al niño que todo había sido revelado, y era su única oportunidad para evitar un buen golpe.
Raulito permaneció en silencio por un momento, recordando lo que había pasado, en tanto entrelazaba una y otra vez los dedos de sus manos, cuando comenzaron a rodar por sus chapeadas y abultadas mejillas pequeñas gotas de agua salada.
-¡Perdón mami, si fui yo, tiene hambre, está solo, su ropa sucia y de su zapato sale un dedo! – explicaba el pequeño mientras sorbía los mocos transparentes que escurrían, derivado del llanto de culpabilidad.
-¿De quién hablas? – interrumpió en tono más relajado aunque preocupante por el personaje de la historia – Mi amigo mami, viene cuando tiene hambre y después de comer jugamos “gallitos”, contamos chistes y se va.
-¿En qué momento pasa todo eso? – volvió a preguntar la mamá ahora con terror, por no saber lo que hace su hijo – cuando limpias la casa y yo hago la tarea en mi cuarto.
-¿Y entonces qué pasó con los bisteces?
-Se los di para que comiera.
-¿Y cómo piensas que se los comerá, si están crudos?- Al escuchar la pregunta Raulito se llevó la mano a la cabeza y salió corriendo a buscarlo, pero al abrir la puerta el amiguito estaba sentado en el jardín observando la bolsa con carne.
La madre, que seguía a Raulito observó la escena, un niño flacuchento, andrajoso y con los tenis rotos, con hambre y sin la menor idea de qué hacer con la carne – Mi amor, tráeme los bisteces e invita a comer a tu amigo a la casa.