Ya quisieran ser como el viejo PRI

CONCIENCIA CIUDADANA

La goleada que metió el PRI  en el senado a los opositores de la candidatura de Eduardo Medina Mora como ministro de la Suprema Corte de Justicia, seguramente fue celebrada tanto en Los Pinos como en el edificio de Insurgentes y otras fortalezas priístas, como  un triunfo más de su equipo y, por supuesto, como una derrota a quienes no piensan como ellos, no persiguen sus objetivos ni comparten sus intereses.

Desde esa perspectiva, la política se convierte en un espacio de confrontación  semejante a  un partido de futbol, en el cual se gana cuando se meten más goles en el campo del enemigo y se pierde cuando éstos lo hacen en nuestra meta. Ganar o perder se traduce entonces en  lo más importante sin reparar si para lograrlo ha de pisotearse el espíritu deportivo, las reglas del juego y a los adversarios, además de comprar al árbitro. 

Más que  con un  símil futbolístico,  los priístas de antaño  comparaban sus triunfos con otras referencias,  por ejemplo, al PRI se le llamaba “la aplanadora”, dando a entender que era capaz de aplastar a cualquiera que se le pusiera enfrente,   y al presidente del la república se le conocía como  ‘el dedo mayor’ y la elección o despido que hacía de funcionarios, jueces o legisladores era un ‘dedazo presidencial’,  que lo mismo hundía que elevaba al cielo a quien señalaba.

Esta forma de hacer política terminó por hundir al país en una serie de crisis políticas y económicas constantes,  convirtiendo la vida pública en una simulación de proporciones gigantescas. Pero de nada sirvió porque, al final de cuentas, creer que  el poder se tiene para ejercerlo a capricho y sin limitaciones tratando  a los opositores políticos como si fueran enemigos a vencer y no como ciudadanos con derechos y obligaciones,  fue la causa por la cual el PRI hubo de aceptar  un cambio de régimen político dejando la presidencia de la república en  otras manos durante doce años. 

Tras ese destierro,  los priístas regresaron  a la presidencia no porque hubieran reconocido sus errores,  modificado sus conductas y limpiado su casa, sino porque  los gobernantes que los  sustituyeron  no tuvieron ni la suficiente capacidad ni destreza – ya no digamos la grandeza-,  como para romper  la columna vertebral que sostuvo a los tricolores en el candelero, es decir, el desmesurado poder ejercido por la presidencia de la república.

Así que, sin necesidad de ninguna mea culpa ni  cambiar en lo más mínimo  sus viejas prácticas, los priístas han seguido  ejerciendo el poder tal y como que  lo hacían antes,  imponiendo su voluntad sobre la voluntad general  y manifestando la misma indiferencia hacia sus críticos y víctimas de sus desmesuras que cuando fueron derrotados por sus adversarios.

Debido a la reincidencia  en sus malas prácticas, se ha dicho que “el viejo PRI ha regresado”; sin embargo, si bien se ve,   el asunto va más allá de un simple retorno. Porque el viejo PRI con todo y sus viejas prácticas fue -como asegura su actual propaganda electoral-, un   instrumento de estado del  que  supo dar respuestas acertadas a algunas de las más sentidas demandas populares, tales como  la seguridad social, las leyes del trabajo  o la educación pública. Fue por eso que   el viejo PRI de los caciques sombrerudos, los líderes charros y los políticos corruptos;  si bien arbitrario y antidemocrático, fue capaz de organizar  una alianza histórica con las clases sociales populares y   responder a sus demandas con instituciones que fueron el orgullo de México y la envidia de otros países.

Pero el nuevo PRI, el de los tecnócratas y los juniors de la política que hoy gobiernan, tienen un cometido totalmente contrario al de sus toscos antecesores, pues como lo han afirmado  los propios panistas Carlos Salinas de Gortari – el primer neo priista que alcanzó el poder presidencial-,   “le robó el proyecto de nación al PAN” iniciando lo que hoy  ya es una transformación  total del  régimen constitucional debido a las reformas en materia de energéticos, educación, seguridad, impuestos y, sobre todo, con la  apertura indiscriminada y servil al capital nacional y extranjero. Son esas razones por las que  el  nuevo presidencialismo  priísta ya no es  ni una sombra de lo que fue el PRI viejito, ni sus líderes y gobernantes alcanzan la dimensión histórica y política que alcanzaron sus antecesores.  

Hoy, Medina Mora no solo es ministro por la omnipotente voluntad presidencia o por el servilismo  de los senadores que dócilmente aprobaron su elección, sino porque en su nombramiento también confluyeron fuerzas e intereses fácticos que no solo imponen a autoridades, jueces y representantes sino que desprecian olímpicamente  la voz de la opinión de investigadores,  académicos, periodistas y  hasta  algunos miembros del poder judicial aportando pruebas convincentes de que Medina Mora es un político controvertido, incapaz y  obsecuente con el poder, y que su nombramiento será no solo un baldón para el poder judicial de la federación sino un motivo más de reclamo social a la administración del presidente Peña Nieto. 

Nada de eso valió, el dedo presidencial señaló, la aplanadora legislativa operó, las voluntades de los senadores se doblegaron una vez más y, por goliza, Eduardo Medina Mora es hoy ministro de la suprema corte de justicia de la nación y las consecuencias no se harán esperar. Eso es todo  por ahora  y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS, YA. 

 

 

Related posts