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Y viviremos eternamente en una nube

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Y viviremos eternamente en una nube

LAGUNA DE VOCES

Intentamos atesorar cada momento de la vida en fotografías que, igual a todo, han terminado por ser parte del mundo digital en el que nos sumergimos sin darnos cuenta. No hay como tal la constancia de lo que se puede tocar, los colores vivos de la impresión, junto con todas las fallas y errores que regularmente se cometen cuando manipulamos una cámara. No pasan cinco minutos sin que veamos reflejada esa escena en que sonreímos con singular alegría, en las redes sociales, a las que todos decidimos afiliarnos porque no piden ningún requisito, igual que nosotros tampoco pedimos nada para entregar nuestro pasado, presente y futuro.

Así que nos damos cuenta que ya nada sabe igual si antes no se comparte la foto, si no hacemos llegar vía WhatsApp el testimonio de que verdaderamente estuvimos en tal lugar. Pasamos de la intimidad de la vida, a la testimonial, pero con pruebas fehacientes de que es cierto lo que compartimos.

Por supuesto que, de alguna manera, tener todo el tiempo a la mano un cúmulo de recuerdos, nos reconforta, porque nadie puede asegurarnos que conservemos la capacidad de recordar en un futuro ya nada lejano. Aunque la verdad sea dicha de paso, al ser humano que se le complica poder nombrar a la vida por sus nombres, ni con todo el espacio de almacenamiento que pudiera comprar y saturar con millones de imágenes, le devolvería la capacidad de volver a crear a partir de la palabra.

A lo anterior se suma que, sin duda, nunca sabremos el destino que tengan tantas y tantas fotografías que hayamos depositado en una nube de terabytes, porque, ¿recuerda usted?, tampoco tuvimos la paciencia para leer contrato alguno cuando creamos nuestro “username” y nuestra contraseña. Es muy probable que ya difuntos, un día cualquiera decidan revivirnos sin nuestro permiso, y eso es algo que, por lo menos en estos momentos, no deseamos. Aunque quién sabe.

Porque cada una de las fotografías que entregamos a las redes, uno pensaría que serán el legado de enseñanza para nuestros nietos y tataranietos, el bálsamo que cure el dolor de quien todavía nos recuerde. Pero lo cierto es que no será así, que con o sin un mar de imágenes donde aparecemos o apareceremos, al final de cuentas el olvido sabio es lo único que nos permite seguir por el camino de la vida, o permitirá a nuestros descendientes.

El hecho es que todo cambió a partir de la aparición del internet, pero aún más con el celular con capacidad de tomar fotos y videos, que casi en automático, son trasladados a una nube misteriosa que no es una nube, pero sí es baúl gigantesco donde un día, sin aviso de por medio, nos habrán de guardar para siempre.

En tanto, tampoco es asunto de convertirnos en los enemigos de los nuevos tiempos, porque, nos guste o no, por suerte o todo lo contrario, nos ha tocado ser testigos de la nueva era, en que como único testimonio de nuestro paso por la existencia humana, tendremos bytes que ni se ve ni se tocan, pero que puede aparecer mágicamente en la pantalla de un celular.

Y ya que así es la realidad, si así se le puede llamar, será mejor aprender a esbozar la mejor sonrisa, la mejor postura y la mirada más clara.

Mil gracias, hasta mañana.

Mi Correo: jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

X: @JavierEPeralta