Y Pachuca, será un mar de plata

Y Pachuca, será un mar de plata

LAGUNA DE VOCES

Hubo tanto calor aquel año, que la gente empezó a pensar que ya se aceraba el fin del mundo, todavía más cuando la gran capital del país que estaba a una hora en automóvil, dio los primeros signos de que agonizaba. 

El viento que antes daba nombre a Pachuca, acabó por convertirse en una maldición, porque solo movía de un lado a otro la respiración caliente de la tierra que parecía un comal y quienes lo pisaban, gusanos que se retorcían del dolor.

Desde Huejutla llegaron noticias que al principio fueron atribuidas a la manía de sus habitantes que gustaban exagerar todo. Hablaban de que el agua de los pocos ríos que aun quedaba hervía, sacaba burbujas y vapor hasta por la noche.

Luego el silencio. Ni comunicación por celulares, teléfono fijo, internet, radio. Nada. De la vieja carretera no quedaba nada. El asfalto se había convertido en una especie de chicle, igual que las llantas de los vehículos. Y el aire hervía, fundía las aspas de los helicópteros, la turbina de los aviones.

No habían mentido cuando dijeron que era un infierno.

Y ante la inminencia de la muerte, no hubo quien se negara a rectificar caminos, jurar bondad eterna si el destino infausto lograba ser cambiado. Así que por vez primera en su historia, una ciudad que empujaba a esconderse con candados en la casa, no hablar, interesarse poco en lo que le pasara al vecino, un día de pronto se levantó con un rostro tan diferente que simplemente parecía otra.

Puertas abiertas sin temor a ningún asalto, corazones dispuestos a escuchar las tristezas del que adivinaba eran los últimos días, y por lo mismo juzgaba necesario expiar sus culpas aunque sea con palabras.

Nunca una capital como la nuestra vio tantos gestos de buena voluntad y humanidad. El único problema era que el calor no cesaba, ni el aire, que lejos de refrescar producía el efecto cuando una brisa cruza el interior de una tortillería.

Dormir en los jardines acabó de ser una posibilidad cuando los primeros difuntos se confundieron con la tierra, el polvo, sin previo paso por la brasa ardiente que se supone debían ser en un primer momento. Las cosas empezaron a pasar de una manera vertiginosa, atizadas por mañanas y tardes agobiantes.

Alguien había hablado de un mar de plata en las profundidades de las minas abandonadas. Mar a estas alturas, líquido que calmaría el sufrimiento porque sería, debería ser tan frío como el hielo.

Por supuesto la simple idea resultaba una locura. Todos, o casi todos, había visto más de una ocasión que el metal precioso se fundía y se mantenía en calidad de agua a grandes temperaturas. Que quemaba si alguien se atrevía a tocarla.

No había sin embargo otra oportunidad, y viejos visitantes de los tiros a 450 metros de profundidad rebasaron por vez primera ese nivel hasta el 600, 700, 800. Algo nunca visto ni registrado.

Pasaron muchos días, casi un mes y la esperanza estaba a punto de morir. Llegó la noticia del mar helado de plata en las profundidades de la Mina de San Juan. 

Un trabajo febril permitió ver finalmente, carreteras, caminos pletóricos del metal brillante, como alguna vez lo prometió Romero de Terreros.

Igual los ríos, las montañas. Igual el calor que se fue tal como había llegado.

No hay desde entonces atardecer que no refleje en el cielo el mar de plata  desde donde no pasa día sin que llegue una brisa ligera, un compás musical que refresca el andar de quienes estaban condenados a muerte.

Mil gracias, hasta mañana.

peraltajav@gmail.com

twitter: @JavierEPeralta

CITA:

Alguien había hablado de un mar de plata en las profundidades de las minas abandonadas. Mar a estas alturas ,líquido que calmaría el sufrimiento porque sería, debería ser tan frío como el hielo.

Por supuesto la simple idea resultaba una locura. Todos, o casi todos, había visto más de una ocasión que el metal precioso se fundía y se mantenía en calidad de agua a grandes temperaturas. Que quemaba si alguien se atrevía a tocarla.

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