Volver al corazón de la capital hidalguense

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LAGUNA DE VOCES

Caminó con la seguridad de que sus pisadas quedarían grabadas en el polvo del camino, a veces en la mezcla recién hecha y dibujada con una escoba por albañiles artistas, o en el agua de tiempos de lluvia. De alguna manera siempre dejaba un rastro para que lo siguieran los recuerdos que siempre lo regresaban a los tiempos en que la ciudad semejaba un pueblo árido y nunca dispuesto a la modernidad que desde entonces solo traería desgracias, ante un progreso que con regularidad se olvidaba de las personas.

Pachuca dejó de ser La Bella Airosa cuando la venta de casas en el centro histórico se hizo una costumbre que daba paso a nuevos dueños y por consiguiente a nuevas fachadas, nuevos usos y nuevas costumbres que terminaron por dar vida a un continuo cambio de nombres, de giros, hasta terminar en nada. Luego siguieron las rentas al por mayor, pero ni los bajos precios atraían a quienes de pronto se enamoraron de departamentos en pisos en las alturas, a lo mejor para sentir el viento desaparecido.

Cuando pasó lo de la pandemia en la segunda década del 2000, de plano solo quedó el Reloj Monumental, ante comercios, bares y restaurantes cerrados a piedra y lodo, porque nadie se atrevía a salir a la calle donde se acumuló la basura y la desesperanza.

Fue cuando se miró por primera vez solo en una calle donde antes los compradores entraban y salían de las tiendas de ropa, instrumentos musicales y tacos de carnitas que de tiempos antiguos eran los únicos que se mantenían igual que aquel Demetrio Macías, “como pórtico de vieja catedral”.

Caminó con la paciencia que da una vida que de pronto solo tenía sentido si podía recordar cada esquina de ese pequeño rectángulo que era la historia de su ciudad, si a ciegas era capaz de llegar a su destino sin un solo error. Pero es obvio decir que acabó perdido frente a un edificio alto, alto, y que tenía la condena de que nunca sería acabado porque así había nacido.

Después de todo el olvido le trajo consuelo, porque podía reconstruir la memoria a costa de todo, incluso de la verdad, porque a pocos, o a nadie, le interesaba saber cómo era antes la calle de Guerrero, Allende, Hidalgo, Morelos, Venustiano Carranza, como no fuera a los que sabían desde tiempos inmemoriales que perder el origen de la vida es una condena eterna a las almas que vagarán para siempre sin encontrar el rumbo.

Algo sucede con el centro histórico de cualquier ciudad, porque le dice mucho a quien recorre sus calles, a diferencia de las privadas que hoy pululan como ríos de moscas, y que con todo y ser la única alternativa ante la delincuencia, todos sabemos que son mudas igual que sus habitantes, siempre dispuestos a no entablar plática con ningún vecino, porque simplemente no se puede hablar de nada en lugares tan asépticos, tan sin alma.

Por eso sus pasos siempre se dirigen a un mismo rumbo, igual que el buen tomador no cambia la cantina del Salón Pachuca por un bar todo reluciente de mosaicos y barra nueva, pero sin corazón que lata a su interior, sin eso que da sentido a la vida misma.

Todos los que caminan por las noches de lluvia en una ciudad como Pachuca, saben que la única alternativa para que sobreviva la memoria y el recuerdo, es insistir en ir paso a paso por sus calles, reconocerlas, volverlas a querer y por eso, volver a sentirse pleno de gusto nadamás por ser pachuqueño de nacimiento o por adopción, que para el caso es lo mismo.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

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