
RETRATOS HABLADOS
Lo que antes era el “destape” del futuro gobernador del Estado a manos de su antecesor, hoy es cuando, después la jornada electoral, el vencedor recibe la constancia de mayoría que lo convierte en mandatario electo, y con ello sobreviene una cascada de personajes que presumen su amistad con el futuro mandamás de una entidad como Hidalgo, y por lo tanto dan por hecho que serán beneficiados con lo que tengan a bien solicitar a su “amigo del alma” que tendrá en sus manos el poder por seis años.
Es decir que nada se ocultará bajo el sol hidalguense, que antes no apruebe o dé el visto bueno el siguiente inquilino de Cuarto Piso. Así es el poder aquí y en cualquier parte del mundo, aunque a veces, cuando no se puede ejercer abiertamente y en público, tendrá que disfrazarse de decisión tomada por consenso, a mano levantada, o hasta en una consulta popular. El resultado siempre es el mismo: se hace lo que diga el que manda.
Por todo lo anterior es que la película “Renuncia por motivos de salud”, hecha en 1976 bajo la dirección de Rafael Baledón con un guión de las escritoras Josefina Vicens y Fernanda Villeli, con la actuación central de Ignacio López Tarso, en el papel del ingeniero Gustavo Sánchez, “Don Gus”, y Aarón Hernán del secretario de estado, Pascual Tamayo, cobra una vigencia absoluta. El primero (Don Gus), es un funcionario incorruptible, con una vocación casi suicida por la honestidad; el segundo, quien sustituye a un Secretario (suponemos de Obras o algo por el estilo), quien ha sido obligado a dejar el cargo por hechos de corrupción.
Sucede que en el tradicional “besamanos”, el acto en que un nuevo poderoso recibe la nueva oficina y el saludo de todos los trabajadores de la dependencia, Don Gus acude como hombre institucional a ver su viejo amigo, del que está seguro no recuerda ni su nombre, ni su amistad, pero en un gesto de simple indagación para saber si sucede lo contrario, cuando llega con el personaje encarnado por Aarón Hernán, no le dice como todos, “señor secretario, es un gusto, un placer y etcétera, etcétera”. A cambio le dice mirándolos a los ojos: “Pastacha, qué gusto volver a verte”, ante lo que todos quedan atónitos, porque Don Gus (que así le dicen pero porque no lo bajan de gusano, ya que no los deja robar) simplemente dice lo anotado y se va, pese a que por educación el funcionario le comenta casi le grita: “claro que sí, claro que sí”, para agregar que después quiere platicar con él, “para recordar viejos tiempos”.
Ahí empieza todo un martirio para Don Gus, quien a partir de ese día ya lo nombran como “ingeniero Sánchez” para aquí, “ingeniero Sánchez” para allá. Todos quieren acercárseme al nuevo influyente.
Tendrá que pasar el tiempo para que aprenda algo: las solicitudes para que pida favores al Secretario llueven, pero también del círculo más cercano: su familia. Y es en ese momento cuando revienta, cuando se niega de manera rotunda a que uno de sus yernos haga un buen negocio con el favor del “Pastacha”. Por supuesto, su hija, la más cercana, le reclama que por su honradez absurda todos puedan hacer negocios menos ellos. Le llora, le advierte, pero Don Gus ha decidido no pedirle nada a quien recuerda como su amigo, pero intuye que ni siquiera recordó quién era.
Así las cosas, pide audiencia con “Pastacha”, quien le comenta a su secretario privado cuando cita a quien en ningún momento ha recordado; “así es esto, seguro viene a pedirme algo y qué lástima porque consideraba un buen hombre al ingeniero Sánchez”.
Llega el día de la cita y el personaje encarnado por López Tarso saluda, y no deja que su amigo le diga nada. Solo le expone: “vengo a pedirle un favor licenciado (al tiempo que el funcionario encorva las cejas con gesto de decepción). Vengo a pedirle que diga a todos que no me conoce, que no se acuerda de mí, que nunca me había visto, que no tiene que ver nada conmigo, que se equivocó cuando dijo haber recordado que le decían ‘Pastacha’”.
Extrañado a más no poder, el recién nombrado secretario de Estado lo calma, le pide que se siente y le ofrece una copa: “deveras que me sorprende ingeniero Sánchez, no entiendo, muchos darían lo que fuera por hacer creer a la gente que es un amigo muy cercano, pero usted pide todo lo contrario. Cuando me dijo que quería pedirme un favor, estaba seguro que era porque ya quería sacar provecho de nuestra supuesta amistad. Déjeme decirle que efectivamente no me acuerdo de usted, que lo de ‘Pastacha’ no me suena. Lo que no entiendo es por qué me pide lo que me pide”.
Don Gus le confiesa: “¡Es que ya no aguanto tantas propuestas para hacer negocios chuecos a costa de una amistad que usted ni recuerda. Ahora hasta en mi familia me presionan para que lo haga, y por eso es que le pido que niegue cualquier relación conmigo, para que me dejen en paz, para que dejen de pensar que una amistad de este tipo solo es para sacar provecho!”.
Pascual Tamayo, el funcionario, se acerca a Don Gus, lo abraza y le dice: “No sabes, Gustavo, el gusto que me da saber de la existencia de hombres trabajadores y honestos como tú, mi nombre es Pascual y así me debes llamar, o ‘Pastacha’ si así lo deseas, y con gente como tú, es posible que las cosas cambien”.
La película termina.
Buena parte, o por lo menos muchos, de los que hoy presumen su absoluta amistad con el gobernador electo, Julio Menchaca, son todo lo contrario al ingeniero Sánchez. Pero hay los que no lo son, y con ellos es posible que la embarcación vaya por buen rumbo.
Mil gracias, hasta mañana.
@JavierEPeralta