Home Nuestra Palabra Viejos pero vigentes

Viejos pero vigentes

0

PEDAZOS DE VIDA

El viento sopla y la tierra lo escucha, las nubes no se atreven a llorar, antes prefieren desvanecerse en un manto transparente de calor. Han dejado atrás toda posibilidad de cohesión. Abajo la gente mira, y al verlas tan altas saben que no caerán, que a lo mejor y con tantita suerte vayan a parar a donde estaba el valle, elevan sus plegarias al tiempo que los ojos se clavan en el cielo, a lo mejor si más arriba llueve alcancen a tener tantita agua siquiera nada más para beber, porque la que han almacenado ya está por agotarse.

En décadas no habían tenido que esperar tanto, pero qué iban a saber de esperas si la mayoría eran de nueva generación, sólo don Guillermo sabía lo que décadas atrás había ocurrido cuando él tenía siete años, y ahora, a más de 90 años, nadie más podía hablar al respecto.

Dentro de la iglesia las oraciones continúan y día tras día le piden a la Virgen de la Piedad, a los santos y a Dios, que traiga la lluvia, que se apiade de los pecadores que tanto daño han hecho y les otorgue un poco de su misericordia, y aunque a momentos parece que el cristo los escucha, el cielo sigue sin ser lastimado y los jóvenes y niños viajan kilómetros para traer consigo un poco de agua.

La sequía había llegado para quedarse, al menos eso era lo que parecía en un momento, los campos y la tierra ya comenzaban a arrugarse, no tardaban en abrirse las mejillas de la tierra como las de un niño ante el frío, pero la gente continuaba de pie, mirando la muerte de sus animales, vendiendo los pocos que quedaban a precios que nunca imaginaron, y la preocupación se centraba en la comida del día.

Don Guillermo contaba las historias, relataba lo sucedido, daba los consejos para administrar el agua, el viejo sabía muy bien de lo que hablaba y a pesar de eso en ningún momento mostró esperanza alguna, las historias se regaban entre el pueblo, algunos abandonaban el pueblo con la esperanza de regresar cuando hubiera mejores campos, otros deseaban no mirar atrás.

En tanto la vida de aquél pueblo se transformaba a cada instante, el sol quema más de lo normal, el campo ya no existe como tal, y ahora los pobladores buscan continuar, y a cada rato miran el cielo, en espera de un milagro convertido en lluvia y nada más.

Arriba él, Tlalok, se hacía un espacio y se veía dentro del templo, recobrando la fe de su pueblo, se imaginaba golpeando con los rayos el cielo, haciendo que brotara el agua como si fuera manantial, pero los de abajo no se acordaban de él, no le quemaban copal y se resignaban a morir…