LA VERDADERA MAYORÍA

LA VERDADERA MAYORÍA

El devenir de la humanidad es un recorrido por los nueve círculos del infierno dantesco, con todos sus horrores. El purgatorio no es tan terrible, porque en él ya se encuentra la expectativa que perdieron los pecadores irredentos al trasponer las puertas de la mansión del dolor y del castigo eterno: ¡Oh, vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!

Guerra tras guerra, masacre tras masacre; terror de hogueras que se encienden para “purificar” los cuerpos de brujas y hechiceros; horror de Holocausto en los hornos crematorios de Eichmann; hongos infaustos en Hiroshima y Nagasaki… en esto subyace un fantasma que se agazapa, se disfraza, intenta pasar desapercibido, pero los esclavistas y los esclavos, los señores feudales y los siervos de la gleba, los proletarios y los burgueses, los dictadores y los sometidos… en todos los tiempos, aunque pasen generaciones, siempre se llegará a una terrible conclusión: la guerra, el poder y la muerte son tres personas distintas que construyen una historia.

¿Para qué discutir lo que podemos resolver con las armas?, aunque es una verdad obvia en cada conflicto humano, los propios hombres, por diversas corrientes filosóficas, doctrinas, teorías… buscan caminos que permitan eliminar el “motu perpetuo” del conflicto y la violencia. Curiosamente, la democracia surge de la guerra.

Cuando la Revolución Francesa engendró en su seno al pensamiento liberal (ahora tan vilipendiado), cuando se aceptó que nadie puede gobernar por destino o por mandato de Dios; que los hombres nacemos libres e iguales; que tenemos necesidad de poseer un territorio, una población y un gobierno… surge la necesidad de trasladarnos de los qué a los cómo. Todo ser humano se sabe dueño de su espacio, se siente miembro de una comunidad y depende de un sistema que administra los aspectos de su vida pública; las necesidades de su actuar colectivo. Esto, que tan simple parece, ha sido objeto de diferentes estudios y propuestas de solución, a veces excluyentes. Se infiere que la mayoría “sabe” lo que conviene a todos y que la mejor forma de hacerlo valer, es mediante el ejercicio del sufragio universal. Sí, pero esta solución de apariencia tan simple, se complica cuando tiene que definirse por todos los miembros de la población ¿Quién debe votar? ¿Quién debe contar los votos? ¿Qué nivel de investidura legal y legítima deberá tener la instancia que reconozca y declare al triunfador?

¿Qué es la mayoría? Es fácil contestar que es la mitad más uno de los votos; pero resulta que en ningún grupo social sufragan todos los que civil y jurídicamente pueden hacerlo; cuestión de libre albedrío. Obligar a quien no quiere o evitar que alguien lo haga, sería conculcar un derecho fundamental. En los grandes escenarios electorales (México no es excepción), se piensa que gobiernan los más y hasta se alardea de los millones de votos (sin precedente) en la última elección.

Pero la mayoría auténtica no tiene capacidad de gobernar, es un ente vergonzante; tiene muchas caras y ninguna; porque no se interesa ni en sí misma, mucho menos le importa su comunidad. La ausencia del voto en las urnas constituye mayoría indiscutible. Este fenómeno electoral se conoce comúnmente como Abstencionismo, no como Ausentismo, sólo de manera más especializada para la Ciencia Política. Se puede asistir a la urna, anular la boleta y depositarla. En esta figura, el ciudadano ejerce su derecho, pero recurre a cualquiera de las hipótesis formales para que su voto se contabilice como abstención. Esto es, aunque cumpla

“La Democracia es el peor de los sistemas políticos… con excepción de todos los demás”. Sir Winston Churchill.

con todos los requisitos previos, su voto puede anularse por voluntad propia. Con el ejercicio de la abstención, tácitamente se renuncia al derecho de reclamar a quien triunfa.

Trataré de ilustrar lo anterior con el menor uso posible de esoterismos matemáticos: en la última elección, los ciudadanos con capacidad de sufragar, eran algo así como 90 millones, en números cerrados. Casi cinco de cada diez no votaron; esto reduce al universo votante a 60 millones; de los cuales, el partido triunfador obtuvo algo así como 30 millones y el resto se distribuyó en todos los demás. De lo anterior se desprende que en México gobierna la minoría más grande, no la mayoría, sin negar que el porcentaje de participación no tiene precedente histórico.

Cada periodo electoral aparece la misma espectral figura, ancestral adversario de políticos, partidos y candidatos de todos colores; no lo pueden vencer ¿acaso porque contra este ente de ficción, no procede la guerra sucia?

Aunque al mundo de las encuestas ahora, como nunca, se le cuestiona y hasta se le niega cualquier viso de credibilidad, los resultados que todas arrojan en torno a este fenómeno es concluyente, unívoco, indiscutible: el verdadero enemigo a vencer en esta y prácticamente en todas las elecciones, es el Abstencionismo.

Como Maestro de profesión, debo confesar mi participación en una gran culpa colectiva: la formación por muchos años de alumnos acríticos que heredan a sus hijos y a los hijos de sus hijos, una visión atrofiada de nuestra realidad social; sin ser capaces de vincular la participación ciudadana a las decisiones y los actos de gobierno. No votamos porque desconocemos la trascendencia de ese derecho y obligación constitucional. Desde el punto de vista común, la distancia entre un voto y una gran guerra, es inconmensurable; ignoramos que antes de que los individuos y las naciones puedan recurrir al derecho de la fuerza, debe agotarse la fuerza del derecho y que ésta radica en el voto.

Es importante que los candidatos y sus activistas valoren la fuerza potencial que representa cada boleta que se deposita en una urna; si esto se hubiera hecho en 1789, se habría evitado la Revolución Francesa.

Es trascendente, verosímil, cuestión de sobrevivencia… reflexionar en la persona a quien daremos la investidura de gobernante. No puede ser la fuerza de un color, la náusea del desprestigio, la calumnia, la guerra sucia, el sexismo, los prejuicios… lo que determine el rumbo y dirección de un sufragio efectivo.

A pesar de todo, creo en la inteligencia y valentía del pueblo de Hidalgo. En su capacidad para saber quién es la mejor opción.

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