LA GENTE CUENTA
Y de pronto, una multitud de vecinos rodearon la casa de los Velasco: más mujeres que hombres, algunos niños y uno que otro adolescente, rodeaban aquella morada, que en cuya ventana se apreciaba un vidrio roto, y al parecer, rota con toda la furia con la que se puede hacer este tipo de ilícitos.
Unos oficiales de la policía municipal montados en bicicletas llegaron hacia aquella aglomeración improvisada, quienes por su propia mano buscaban un poco de información –por no decir, en realidad, que solo buscaban el chisme del día-. Los hombres uniformados, con voz grave y autoritaria, pidió la presencia del dueño de la casa.
-Soy yo, oficial –respondió el patriarca de la familia.
Un par de patrullas también llegaron hasta el sitio, tratando de disuadir a los vecinos curiosos para que volvieran a sus casas. Fue inútil.
-Dígame, señor Velasco –comenzó a inquirir el oficial a cargo-, ¿todos en su familia se encuentran bien? Podemos solicitar una ambulancia…
-Nada más son los nervios de mi mujer, pero todo bien –alcanzó a responder.
El oficial comenzaba a anotar todos los detalles en un cuaderno.
-¿Tiene registro de que hayan querido asaltarlo dentro de su vivienda?
-No, oficial.
-¿Enemigos o personas a quien le deba algo?
El señor Velasco tuvo que detener súbitamente el interrogatorio. En un momento comenzó a verse como responsable de un crimen de altas dimensiones.
-Señor oficial, creo que así no se dieron las cosas. Simplemente un muchacho vino y aventó piedras a mi ventana. Pero no como si quisiera llamar la atención, sino por algo muy infantil.
-¿Entonces no se trata de un atentado en contra de usted?
El hombre enfundado en una pijama soltó una mueca de desesperación, a la vez que golpeó su frente con su mano, como muestra de ello. Lanzó un grito hacia su casa.
-Elisa, trae lo que cayó en tu cuarto, porfa…
Una joven de unos 16 años, también en ropa de dormir, salió de su casa, con varias piedras en su mano.
-¿Y esto?
-La evidencia, estimado oficial.
De una de aquellas piedras, la más grande tenía una hoja de papel envuelta de cinta adhesiva. El padre de familia la tomó, la desenvolvió y la extendió. Era un mensaje: “eso es porque no quisiste ser mi pareja en Química”.
Uno de los acompañantes del oficial se acercó a ellos.
-¿Tons’ que, mi oficial? ¿Los pandilleros volvieron a hacer de las suyas?
-No, Ramírez. Solo niños berrinchudos apedreando ventanas.