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Vacaciones obligatorias

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LA GENTE CUENTA

-Mamá, ¿podemos ir al parque?
    -No
    -Pero, ¿por qué?
    Sandra dejaba por un momento su celular para poner atención a sus hijos: Sandy y Víctor.
    -Porque no. Ya te lo dije, Víctor.
    -Mamá, te juro que me estoy muriendo de aburrimiento. No está haciendo mucho sol y casi no hay nadie en el parque…
    -Ya dijiste eso hace media hora, pero no cambio de opinión. No es no.
    -Pero si no tenemos tarea y nuestros cuartos están limpios, como nos lo ordenaste –trató de entrar al quite Sandy.
    -Bueno, acostúmbrense a que no siempre habrá recompensas por sus quehaceres. Es más, ese es su deber.
    -Mamá… -protestaron al unísono.
    -No lo quiero volver a decir. No van a salir –ultimó Sandra.
    Silencio incómodo. Víctor volvió a insistir.
    -¿Ni siquiera podemos salir un momento al jardín?
    Sandra tenía que reconocerlo: eran unos niños bastante perseverantes.
    -De acuerdo –cedió por fin-. Pero nada de salirse a la calle o pasarse de listos, porque los estaré viendo desde aquí.
    Jubilosos, los pequeños salieron casi corriendo, ante la mirada preocupada de su madre. Su celular, olvidado por un momento por la discusión, vibró anunciando una llamada entrante.
    -¿Qué pasó, hermana? ¿Cómo estás? –una voz juvenil salió del auricular.
    -Ya ves, Jimena. Con eso de que les adelantaron las vacaciones a mis criaturas, está muy difícil. Y eso que apenas pasó una semana.
    Jimena ríe juguetonamente.
    -¿Y tú? Dime, ¿aún hay cuarentena allá por dónde vives? –inquirió Sandra.
    -Pues ya te imaginarás –hay hastío en la voz de Jimena-. Desde hace 15 días que no me puedo mover porque los vuelos están cancelados. Mamá igual preguntó por mí.
    Sandra deja escapar un suspiro, también de autocompasión.
    -Me imagino que nos tendremos que acostumbrar un momento. En mi trabajo nos dieron chance de trabajar desde la casa, pero me frustra saber que no puedo llevar a mis hijos a ningún lado.
    La conversación de Sandra y Jimena se prolongó por unos cinco minutos más, hasta que un sonido agudo inundó las paredes del vecindario. Sandra salió, solo para darse cuenta que al vecino de enfrente lo llevaban en una camilla, fuertemente vigilado por hombres de trajes de protección médica. La mujer comenzó a sudar frío…