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Una última cena

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LA GENTE CUENTA

Sonia y Soledad se encontraban dentro de su auto blanco, camino a casa después de un lunes ajetreado, de los que a medio mundo no les gusta, pero que se tiene que seguir adelante si no es que se quiere dejar de comer si no se trabaja. Pero ese lunes era muy diferente para ellas.
    -Sole… Sole, ¿estás bien? –preguntó Sonia a su hija
    -Emm… sí, mamá.
    -Estabas como distraída desde que salimos de la escuela y cuando fuimos al súper…
    -Perdón, ma –trató de excusarse Soledad-, ando un poco atareada por eso de la uni. Tengo que entregar muchos trabajos.
    El auto entra al estacionamiento de su casa, una vivienda de tamaño considerable, pero bonita, aunque apuntalada, producto de dos temblores. Las dos mujeres salen del auto, bajaron las bolsas con la despensa y entraron a la casa.
    -Algo me dice que no es solo la escuela. Vamos, Sole, di algo –insistió Sonia desde la cocina.
    Los ojos claros de Soledad se paseaban de un lado al otro, como querer evadir a las preguntas de su madre.
    -Pues… -toma un pequeño respiro-, hoy escuché a varias personas que me decían que Fausto quiere hacerme daño.
    -¿Es en serio, hija? –se alarmó Sonia-. ¡Por el amor de Dios! Primero trata de robarnos y ahora se siente la víctima… Debería agradecer que no lo denunciamos.
    -No lo sé, ma. Tengo miedo…
    Sonia trae dos platos a la mesa y la hace una indicación a su hija de cenar.
    -Mira –trató de tranquilizarla-, si quisiera lastimarte, no podría entrar a la casa. Ya cambiamos las chapas y el vigilante del fraccionamiento ya está al tanto. Lo que debes hacer es cuidarte en la calle.
    -Si. Lo sé –resopló Soledad-. Ahora que vaya mañana a patinar creo que tomaré mis precauciones.
    Las dos mujeres tomaron sus cubiertos para disponerse a comer el menú: papas a la crema con un poco de champiñones y trozos de tocino
    -Me encanta tu crema de champiñones –comentó Soledad-. Me llena bastante cuando llego cansada de la escuela.
    Y mientras madre e hija hablaban de libros, fotos y cocina, afuera, un individuo armado con un galón de gasolina, un cuchillo y fósforos saltaba con dificultad la barda, sus ojos estaban enrojecidos de ira, aguardando expectante la hora de dormir.