UNA MUJER VISIBLE

 “Vida: estamos en paz”.

Amado Nervo.

 

Hace pocos días, Loreto Nava Sánchez, amiga de familia desde hace muchos años me entregó en propia mano un tríptico sin pretensiones de lujo, en cuya portada destaca la fachada principal del convento de Actopan, así como un discreto título: Siete Décadas Después ¿Mujeres Invisibles?  Con la recomendación reiterada de hacer una crítica literaria.

 

Guardé la misiva, en un momento idóneo, quité la cubierta transparente, abrí el folleto y comencé a leer:

 

“Me he enterado que algunas personas consideran que las mujeres, a cierta edad, nos hacemos invisibles, que nuestro protagonismo en la escena de la vida declina y que nos volvemos inexistentes para un mundo mejor, digital, moderno, pero frío en el que sólo cabe el ímpetu de los años jóvenes”.

 

Recordé cómo llegó Lore a nuestro seno familiar:en la entrañable Ciudad de Actopan su tierra natal, del brazo de Rocío, mi esposa.  A su personalidad, puede adecuarse cualquier adjetivo, menos el de “invisible”.  A sus setenta años confesos, aún resulta impresionante su presencia por el meticuloso cuidado que pone en su arreglo personal e indumentaria.  Pulcritud hereditaria y maquillaje aplicado con naturalidad en un rostro de agradables facciones, forman el marco para la sonrisa de esta mujer, y se complementan con su cantarina voz de casi imperceptible acento huasteco (producto de su vida en Platón Sánchez, Ver.)Segura de sí misma, consciente del impacto de una belleza que catorce lustros después aún no se pierde.  Sus cualidades tornan prácticamente invisible su disminución funcional de una pierna, producto de alguna desafortunada circunstancia remota.

 

“Yo no sé si me habré vuelto invisible o no para el mundo; es probable pero nunca he sido tan consciente de mi existencia, como ahora, nuncame sentí tan protagonista de mi vida y nunca disfruté tanto de cada momento vivido” expresa con emoción.

 

Seguidora del imperativo socrático “Conócete a ti mismo”, nuestro personaje continúa: “Descubrí al ser humano que sencillamente soy con sus miserias y grandezas.  Descubrí que puedo permitirme el lujo de no ser perfecta, de estar llena de defectos, de equivocarme, de hacer cosas indebidas, de no responder a las expectativas de los demás y, a pesar de ello, tener aún la enorme capacidad de amar, de sentir, de vibrar…  Cuando me miro al espejo ya no busco a la que fui en el pasado; sonrío a la que soy.  Hoy, siete décadas después, me alegro del camino andado y asumo mis contradicciones.  Siento que debo alegrarme por la joven que fui pero dejarla a un lado porque hoy por hoy no me interesa.  Me interesa ser y estar. Aquí y Ahora”.

 

Las frases felices se hilvanan con naturalidad dentro del breve texto para compartir las sensaciones de quien, se nota, escribe con la tinta de los recuerdos en la eternidad de su alma: “¡Qué bien no sentir ese desasosiego permanente que produce correr tras los sueños!  ¡Qué bien poder disfrutar del silencio y de mis pensamientos!  La vida es tan corta y el oficio de vivirla es tan difícil que cuando uno comienza a entenderlo, ya no está lejos la partida.  Por esta razón trato de vivirla a plenitud como si hoy fuera el último día gozando cada minuto, cada te quiero, cada beso, cada abrazo, cada rayo de sol, cada amanecer, cada atardecer y cada noche …”.

 

Integrante de una clásica familia actopense, dice: “Por mis padres, por mis hermanas y hermanos que igual que yo, viven y vivieron su realización, por mis amigas y amigos que comparten conmigo sus experiencias, en el sufrimiento y en la alegría, por las madres del mundo que como ángeles sin alas acompañan a sus hijos en todo momento, por mis hijos que constituyen el motor de mi vida, doy gracias a Dios”.

 

No ha sido fácil, la vida de Loreto Nava Sánchez.  La hemos visto transitar por espacios de dolor profundo; con la sensibilidad a flor de piel; con el llanto sincero en los ojos, pero siempre con entereza, con la fuerza idealista de los espíritus grandes.

 

Remata el pequeño tríptico, sin lugar y sin fecha: “Jamás me he arrepentido ni me arrepentiré de haber nacido mujer (niña, joven, amiga, esposa, madre y, hasta hoy, abuela).  Gracias Señor, de tu mano vine y de tu mano me iré cuando tú, así lo decidas.”.

 

Se complementa el impreso, con las sencillas ilustraciones de una niña en campirano columpio y una mano madura asiendo con fuerza y dignidad la empuñadura de un bastón.

 

Ésta no es una crítica literaria.  La emoción terminó con mi objetividad; me envolvió en su magia y me llevó de la seducción por lo escrito a la admiración por la escritora (yo no sabia que lo es, quizás ella tampoco).

 

Gracias Lore por el privilegio de tan emotivo legado: una lección de vida; un mensaje de optimismo; un ejemplo de plenitud.

Related posts