RELATOS DE VIDA
El atardecer se avecinaba, así como la chicharra de la escuela anunciaba el término de una jornada laboral en el campo que dio inicio antes de que el astro rey se mostrara en plenitud.
Los hermanos Ramón, Rubén y Ramiro, apuraron sus movimientos para concluir con el último encargo de su padre, alimentar al ganado y verificar que la pileta de agua cuente con el suficiente líquido; además de levantar las herramientas a fin de que estén listas para el siguiente día.
Ya acomodados en la camioneta comenzaron el viaje de regreso a casa, entre reclamos, enojos y algunas risas burlonas recordaron la faena, desde el proceso de siembra, hasta la mezcla del alimento para los becerros.
Lo laborioso de los quehaceres contribuyó a olvidar la necesidad de alimentarse, y al recordarlo, lo único que deseaban es llegar a casa y comer hasta atragantarse, ya se imaginaban los platillos que su mamá les había preparado, así que aceleraron el paso hasta por fin llegar a la puerta del hogar.
Entre empujones llegaron hasta la cocina, sobre las parrillas de la estufa se encontraba una olla grande, en su interior contenía retazo de pollo combinado con pasta, era tanta su hambre que no esperaron más, tomaron tazones grandes y los llenaron de lo que calificaron como una comida exquisita, que hasta repitieron.
Una vez satisfechos lavaron los platos y se fueron a tomar una siesta. Al cabo de una hora llegó su madre quien se percató que la olla estaba vacía, con gritos mandó a llamar a los tres hermanos y al tenerlos enfrente les preguntó- ¿en dónde está la comida de los perros?- enseguida voltearon a verse entre sí y se carcajearon, – pensamos que era la comida para nosotros y estaba tan rica que repetimos hasta acabarnos todo.
La madre no pudo contener la risa, y solo pudo contestar – me da gusto que les haya gustado y disfrutado, para que vean que los perros comen como gourmet; pero ahora comerán croquetas.