Una cita con el amor

DE CUERPO ENTERO
19 Septiembre 2017
A Carmelo le pesan los años pero más los recuerdos, estos 32 años han sido de tristeza encadenada, su soledad la mezcla con caminar, pararse en cada esquina y pensar en su esposa que, seguro está, goza de cabal salud. Después de la ceremonia del aniversario del terremoto del 85 se dirige como cada año a los churros “El moro”, porque sabe que desde ese lugar ve con claridad el lugar donde quedó su Marta, ahora existe otro edificio, y mientras moja sus churros con chocolate la nostalgia le invade y sueña con caminar tomado de la mano de su mujer.

Carmelo tiene 70 años, y desde que lo jubilaron (porque él no quería) disfruta de caminar por las calles suntuosas del centro histórico de la ciudad de México, se embelesa cuando ve la bandera en lo más alto hondeando como si tuviera vida.
    Vivió en carne viva aquel jueves 19 de septiembre del 1985 después de las siete de la mañana, cuando la tierra bramó como animal herido y sacudió la Ciudad de los Palacios.  
    A sus 38 años de edad, Carmelo junto con su esposa Marta eran los encargados de tener siempre limpio un restaurante especializado en desayunos en la antigua avenida San Juan de Letrán, hoy eje Lázaro Cárdenas, llamado “Mi Leche”; entraban antes de las cinco de todos los días, para tener listo justamente el chocolate y el pan dispuesto en charolas. Ese día Carmelo, por un cuadro gripal y a instancias de su Marta, se quedó acostado con la consigna de que llegaría después de las ocho, cuando el sol ya hubiera salido.
    La sacudida fue impresionante, la cara y voz de su Marta aparecieron en su mente, y un mal presagio lo sintió en su alma, corrió a su trabajo, solo escombros había de “Mi Leche” y fue hasta después de cuatro días que le entregaron el cuerpo de su Marta.
    Desde entonces, cada 19 de septiembre a las 7.19 de la mañana siempre está presente en la ceremonia que se realiza en el Centro Histórico. Cuando canta el himno nacional siente como si su mujer lo cantara con él. Es la fecha que le duele pero que le hace soñar, porque imagina que su mujer también acude a la ceremonia; nunca tuvieron hijos y después de 32 años el amor es igual de parejo. Se ha dado cuenta que en el sigilo del anonimato muchos acuden a esta ceremonia de recordar, de añorar, y está seguro que también perdieron a alguien en ese monstruoso temblor.
    Hoy martes 19 de septiembre del 2017 como cada año arregló su traje negro desde la noche, y soñó con su Marta, la imaginó con su pelo largo y su sonrisa atrapadora ¡cómo me gustaría verla!
    La plancha del zócalo capitalino pulcra y recién embellecida, esperaba después de las siete de la mañana las visitas formales y a aquellos que guardan dolores para siempre.
    Carmelo hoy sabía que tenía que ser un día diferente, ¿y si la volviera a ver me reconocería? ¿Me amaría como antes?, sabía que su vida sería siempre para su Marta, que solo se adelantó un tiempo.
    A Carmelo le pesan los años pero más los recuerdos, estos 32 años han sido de tristeza encadenada, su soledad la mezcla con caminar, pararse en cada esquina y pensar en su esposa que, seguro está, goza de cabal salud. Después de la ceremonia del aniversario del terremoto del 85 se dirige como cada año a los churros “El moro”, porque sabe que desde ese lugar ve con claridad el lugar donde quedó su Marta, ahora existe otro edificio, y mientras moja sus churros con chocolate la nostalgia le invade y sueña con caminar tomado de la mano de su mujer.
    Su departamento está en la avenida Álvaro Obregón de la colonia Roma norte, y después del medio día decidió, como cada año, encerrarse en su cuarto para ver nuevamente sus recuerdos plasmados en fotografías.
    Le gusta ver cuando fueron al puerto de Veracruz, o cuando pudieron en un viaje muy pesado visitar la playa de moda en esos años, la de Cancún; o las fiestas de navidad que solían pasarlas con una tía de Marta, que los recibía como si fueran sus hijos.
Son las I3 horas con 14 minutos, teniendo la última foto de Marta en sus manos siente como se mueve su cuarto, escucha el crujido de las paredes, y así muy suavemente se da cuenta que ha llegado la hora de la cita. Siente la tibieza de las manos de su esposa, y la abraza, se dice, ahora sí para siempre.
A Carmelo lo encontraron a los tres días con una fotografía atrapada entre sus manos.
 

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