Una carta para la Luna

Una carta para la Luna

Letras y Memorias

Detrás de esa nube ligera y blanda, se esconde un resplandor que opaca todo signo de modernidad y el paso humano por esta tierra que, según libros milenarios, fue creada para nosotros, aunque no la mereciéramos. 

Entonces, allá, postrada en un pedestal, está ella con la inmensidad y brillo que nadie más tiene, y que acaso sólo es comparable con la risa de mamá o un atardecer enfurecido entre llamas coral y de tintes anaranjados. Allá está, en silencio, pero sin necesidad de hablar, de suspirar; está sólo existiendo y llenando de regocijo a quienes nos esforzamos acá abajo.

Luego, y con el paso de los minutos, la mirada que se había direccionado a un punto en el espacio, de pronto tiene que elevarse de nuevo al ritmo de ella, porque mientras la noche transcurre, igual su divinidad lo hace y, entonces, uno debe seguirle, observar y hacer un intento porque las ramas del árbol gigante detrás de la casa, no obstruyan ese brillo que hasta podríamos catalogar como una suerte de vitamina para la piel cansada. 

Allá está ella. Magnificente, preciosa, con esa aura mística que tiene el poder de sacudir los mares de nuestro mundo y de tornar en bestias a hombres que dejan a otros hombres moribundos; con todo ese peso, ella ahí sigue. Un día está más reluciente que otro, a veces sólo a medias aparece y en ocasiones es apenas una uñita la curva que casi se desvanece en el firmamento nocturno, pero, inequívocamente, uno sabe que cuando el sol se apaga, allá afuera aún vive una caricia de tez pálida que habrá de entregarnos sentido nuevo.

Cierto es también, que cuando no es voluntad suya lucirse, simplemente no le vemos aunque la mirada haga un escaneo total del cielo pero, pese a no verle, el corazón palpita porque tenemos la certeza de que está allá arriba, quizás iluminando otra cansada vida. Es entonces como un gato que, un día busca ser adorado como deidad única, y al siguiente, simplemente no tiene ganas de ser importunado o fastidiado con tantos blasones y caravanas. 

Ella es un gato. Es un gato porque se abriga de la oscuridad para saberse segura, intocable y libre. Es un gato porque no tiene la obligación de ser divina todas las noches y aún así, nadie niega su perfección enmarcada en tal brillo. Sí, es un gato, porque elige cuándo mutar y cómo hacerlo, aunque muchos puedan creer que esto es apenas un ciclo lunar. 

Ella está allá, cuidando la bóveda celeste cuando el holgazán del sol decide que no puede más, lo cual es mejor porque, sus rayos son insoportables y los de ella amables, como un pétalo que se desliza suave. 

Ella está en donde debe estar: en su trono celestial, como templo para ángeles y consuelo para almas perdidas y cansadas; está allá, arriba, reinando con rigor sobre el cielo nocturno y todo cuanto ignoramos, los de acá abajo, de este mundo. 

¡Hasta el próximo jueves!

Postdata: Hace algún tiempo dejé de cantarle a la Luna llena, y en cambio, a veces sólo le hablaba de penas… Espero que la próxima vez que me dirija a ella, sepa perdonarme y escuchar cómo le canto de nuevo. 

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