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UN INFIERNO BONITO “EL VELADOR”

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EL VELADOR

 

Los veladores callejeros del barrio son muy sufridos, con riesgo de que algún borracho o ladrón les dé en la madre porque para ganarse el pan de cada día, tienen que trabajar de las 8 de la noche a las 7 de la mañana, y no deben faltar ni un solo día en el año, soportando el frío, la lluvia; y terminan chaparros porque de tanto caminar se les desgastan las patas.

 

Todos ganan una madre, porque para que les paguen los vecinos los sábados recorren casa por casa del barrio, para que les den su santa voluntad y la mayor parte se hacen pendejos, no les abren la puerta, les dicen que no ha llegado el señor, que para la otra les dan doble y no les pagan.

Con el dinero que a veces les dan no les alcanza para mantener a su familia, y hay algunos que se tienen que mochar con los policías de alguna patrulla para, según ellos, protegerlos, pero les cargan la mano cuando hay fútbol y juega el Pachuca, se los llevan y los tienen todo el partido dando vueltas afuera del estadio, cuidando los coches en el estacionamiento.

Otros andan vestidos con un pantalón todo parchado que les regala algún policía o les da un chaquetin, para que al menos los respeten los ladrones. Otros con una chamarra de sardo, una cachucha que les llega hasta las orejas y un silbato colgado en el pescuezo, que de tanto silbar toda la noche tienen la trompa parada que parece que quieren dar un beso.

Rafael Ramírez, que no se echaba ni un coyotito en su trabajo tenía los ojos rojos como de cuyo. Le decían de cariño “El Rafles”, era joven  y por las desveladas y la caña que se aventaba en su recorrido se había arrugado como viejito. En los barrios altos de Pachuca hay mucho vago, vándalo y ratones, que siempre están en las esquinas haciendo bolita y un escándalo de todos los diablos, no dejando dormir a los vecinos o a veces le dan en la madre al que tiene la desgracia de pasar por el lugar, o se pelean entre ellos.

Los uniformados se hacen guajes y le dejan el paquete al pobre velador que le rajan la madre, o les ponen una corretiza. Rafael era muy chingón para resolver estos problemas, tenía una perra grande, gorda, la bañaba cada tercer día y la ponía muy coqueta, por las noches cuando salía a su servicio, la llevaba amarrada del pescuezo con un lazo muy pegada a sus piernas.

En el camino se le juntaban un chingo de perros que caminaban detrás de ella sacando la lengua, como si estuvieran muy cansados, pero estaban jariosos, y se peleaban entre ellos, todos querían olerla. “El Rafles” les daba de patadas o de macanazos para controlarlos y ponerlos en orden, alejados.

Con mucha confianza se subía por los callejones oscuros, donde comentaba la gente que espantaban, entraba a las vecindades sin miedo porque iba protegido con varios animales, pero se portaba mal con ellos porque cuando se le querían montar a la perra, la jalaba y les pegaba con un palo en la cabeza. Los animales chillaban de dolor, mirando a la hembra, quedándose como cautín porque nunca los dejaba hacer nada.

El ruido de su silbato interrumpía el silencio de la noche, y se soltaba un ladridero que despertaban a los vecinos. Todos los sábados después del mediodía comenzaba el calvario del velador, cuando como candidato tocaba puerta por puerta y le decían:

  • Todavía no llega el señor.
  • No hay nadie en la casa.
  • Para la otra le damos doble.

Llegaba por la tarde a su casa agotado de mal humor y le preguntaba su mujer:

  • ¿Cómo te fue viejo?
  • De la chingada, la gente se hace pendeja y no paga, hoy no saqué ni para la comida de la perra, de nada sirve que toda la noche ande con el ojo pelón silbando cuidando sus hogares para que no los roben, porque salen con la mamada de que no hay dinero. Me voy a echar un sueñito, los ojos se me cierran, anoche por un pelito de rana un perro me gana con la perra.

Esa era su vida de velador, todas las noches cuando se escuchaban ladridos de  perros, sabía la gente que ahí venía “El Rafles”. Pasaba a la cantina “El Relámpago” del barrio de La Palma para cargar su botellita de caña, y se aventaba 3 cubas de rigor. Estaba tan jodido que su lámpara casi no alumbraba, tenía bajas las pilas y veces se iba de hocico por sus chanclas que ya estaban haciendo tierra con la suela levantada y se tropezaba.

Él mismo las arreglaba poniéndoles un alambre en la punta de zapato. Un día estaba lloviendo y se atajó el agua en un techito de una casa, era medianoche y llegó otro velador que cuida el barrio del Arbolito:

  • Quiubole mi buen “Rafles”, esta agüita bien que chinga y parece que va ser de toda la noche, el cielo estaba azul, nunca pensé que lloviera y por pendejo no traje mi impermeable.
  • Hay que estar preparado porque en el mes de mayo llegan los huracanes, se soltó de momento, estaba el aire y vamos a tener agüita. No hacía frío por eso no me traje mi chamarra y estoy temblando. Pero la verdad nadie está de acuerdo con la naturaleza, si hace calor, nos quejamos, si hace frío lo mismo, si llueve no queremos; todo lo que nos manden del cielo es bueno.
  • Habías de retirar a tus perros, con lo mojado apestan re feo. Yo por eso no jalo al mío.
  • Perdóname carnal, es que tengo que estar bien buzo porque en un descuido cualquiera se puede echar a la perra; pinches perros ya les anda, pero es la que me cuida las espaldas.
  • Amárrala en la ventana de enfrente y desde aquí la vigilas; perro que se le acerque le avientas una piedra. Además con el frío que está haciendo ni se les antoja.
  • Eso es lo que tú crees.

Se sentaron a platicar y le invitó un trago a su amigo quien le preguntó:

  • ¿Por qué traes tanto perro?
  • Es mi estrategia, siguen a mi perra y me ayudan mucho porque cuando hay una bronca ven a los perros y se controlan, se apantallan los ladrones porque creen que son perros de los que usan los granaderos, o los que detectan la droga, pero no son bravos; hasta mayates se están volviendo, se pican unos con los otros, porque no les suelto a mi perra.
  • Voy a seguir tu mismo sistema, en el Arbolito hay muchos vagos peleoneros. Pero cómo le hago para mantenerlos.
  • A poco piensas que les doy de comer a todos, se van conmigo y al llegar a mi casa meto a mi perra y los dejo afuera, hay muchos que se quedan echados en la puerta y esperan hasta la noche pero esa es su bronca. Son tercos, se quieren echar a mi perra, están a las vivas y cuando le quieren llegar, les doy un garrotazo en la cholla hasta se les quitan las ganas. Algunos se van y ya no regresan, otros no pierden la esperanza.
  • ¿Ya fuiste a ver al jefe?, que nos mandó a llamar.
  • Fui ayer, me dio un uniforme muy grande que es de los gordos que dieron de baja, está todo descolorido, parece panza de mono. Mi vieja no lo quiso arreglar porque estaba cabrón, me dijo que la cintura del pantalón me la amarrara en el pescuezo y sacara las manos por las bolsas, y así ando. Salieron con el cuento de que pertenecemos a la policía bancaria, pero nos advirtieron que no recibiremos dinero de ellos sino de la gente a quienes les cuidamos su casa y sale iguanas ranas, además quieren que vayamos a marchar y prestemos servicio cuando se necesite. Me dan ganas de renunciar pero como el Presidente del Empleo nos falló, no me queda otra que seguir sufriendo.

Luego el director de la policía se pone sus moños y nos amenaza con que ya no pertenecemos a la corporación de veladores callejeros, porque dicen que luego los que robamos somos nosotros.

  • Eso ya lo supe por otros compañeros, pero estoy jodido porque soy honrado; el día que yo robe algo me voy a llevar a su jefa.
  • Yo me voy a esperar a hablar con los vecinos, para saber quienes van a pagar y quienes no; al que pague voy a cuidar su casa y voy a silbar para que me escuche que ando alerta, y aquel que no pague voy a tocar fuerte su puerta y le voy a mentar la madre.

Pasaron las horas platicando, cuando se dieron cuenta ya se había terminado su botella de caña, había amanecido, la lluvia se había calmado; cuando se iban a despedir el otro velador le dijo:

  • Ya te ganaron con tu perra, mírala está pegada con otro perro.

“El Rafles” muy enojado les dio de patada a los animales corriéndolos a macanazos, solo dejó a los que se quedaron pegados por que no podían escapar; jalaban cada quien por su lado a un perro, al sentir los madrazos el perro se zafó y corrió a todo lo que daba, lo mismo que la perra, el velador le gritaba:

– “Sandunga” regresa, te perdono, no estoy enojado contigo, ven mi perrita bonita. Al que le voy a rajar toda la madre es al perro que te dio para tus tunas.

“El Rafles” la buscó por todos los callejones del barrio Manuel Doblado, Simón Bolívar, Nicolás Bravo; llegó al cerro del Cuixi, y no la encontró. Llegó a su casa muy triste, le contó a su vieja lo que había pasado, ella le sugirió que buscara otra perra e hiciera los mismo, pero no le dio resultado porque los perros no la seguían. Dijo “El Rafles” que a “La Sandunga” la seguían los perros porque se les hacía que estaba bien buenota y era señorita.