Un Infierno Bonito

EN EL PERSONAJE DEL BARRIO DE HOY:

“EL CHANO”

Graciano Domínguez, era un cuate a toda madre, albañil de media cuchara, vivía en la vecindad del señor Molina, en el callejón de Manuel doblado, en el barrio de “La Palma”. Llevaba muchos años viviendo con doña Esperanza, trabajaba 3 días a la semana, se conformaba para sacar para el chivo y para la comida, Dios dirá. Era un especialista en hacer remiendos y aplanados. Una vez estaba chupando en la cantina “El Relámpago”, le habían ganado varias tandas de pulque jugando cubilete, dominó, y a la Rayuela. A pesar de ser un especialista en todo lo que leyeron, con su vieja era mejor: tenía 15 hijos. En la rayuela no le atinaba al hoyo y mejor él solito tocó retirada, se sintió derrotado.
    •    Este día no es para mí, me voy con todos los honores de perdedor.

Le dijo el cantinero:
    •    No le saques, pinche “Chano”, échate el último.

    •    El último me lo voy a echar con tu hermana.

    •    Pero será de brincos. Aunque no soy perro.

    •    Suéltalo.

Sus cuates lo animaron, pero no lograron convencerlo; les echó sus cremas, y se salió de la cantina, se subió por el callejón, llegó a su casa y encontró a su vieja sentada en un banco:
    •    ¿Qué haces ahí sentada como pinche changa?

    •    Te estaba esperando, al conectar la plancha salieron chispas en la caja de arriba y se fue la luz.

    •    De seguro hiciste un corto, vente, vamos a ver los fusibles. ¡Híjole! Ya les pusiste en la madre, búscate un papel de cigarros y en un momento lo arreglo.

Con mucho cuidado doblo el papel del lado de lo plateado y lo metió y al subir el swuich, dio un fuerte chispazo.
    •    ¡Cuidado, viejo!

    •    No te preocupes, el corto está en el cuarto donde viste que salieron las chispas; ven, vamos para que aprendas todos estos secretos. Un día me voy a morir y no vas a saber pelar un chile. Voy a conseguir una escalera. 

    •    Mejor piensa cómo te vas a subir, ya ves que lo vecinos son culebras y nadie te va a prestar una.

    •    ¡Ah chinga! Siendo lobo de mar, no creas que me voy ahogar en un charco de agua, vas a ver qué chinguetas soy.

“El Chano” puso una mesa, después una silla y luego un banco, y haciendo malabares, se subió.
    •    Agarra bien la mesa, que no se mueva, aviéntame el desarmador y las pinzas, ya encontré el corto, están pegados los alambres.

Al quererlos despegar con las pinzas hizo un violento movimiento hacia atrás, que se vino para abajo. Le alcanzó a pegar en la cara a su mujer con las patas, que la aventó de nalgas contra la pared, mientras “El Chano” lanzó un fuerte grito que se escuchó en toda la vecindad, espantado a los perros, que no dejaban de ladrar. La señora se levantó hecha la chingada, y fue a ayudarlo.
    •    ¡Ayy! Suéltame, no me toques.

    •    Se te salio el hueso, viejo, te está saliendo mucha sangre, qué hago.

La señora, muy espantada, daba vueltas como quijote. Lo miraba con ojos desorbitados y no sabía qué hacer. Graciano miraba su pata quebrada y, por el dolor, le salían las lágrimas a chorros, hacía gestos que parece que estaba estreñido. La señora rompió una sábana y le quiso envolver la pata pero al vendársela, gritaba como La Llorona.
    •    ¡Ya vieja, Ya! Déjame y ve a pedir ayuda a los amigos de la cantina.

La señora  fue a la cantina y les contó lo que le había pasado a su viejo, y fueron a ayudarlo. Por lo borrachos que estaban, querían pararlo a huevo.
    •    Ya déjenme, mejor pidan una ambulancia.

Pasaban los minutos y “El Chano” se revolcaba como tlaconete cuando les echan sal. Llegó por fin la ambulancia y lo llevaron al Hospital General, le pusieron un torniquete. Les dijo el médico a las enfermeras:
    •    Báñenlo para que se le quite el olor a pulque, dentro de una hora lo operamos.

Doña Esperanza, estaba muy preocupada, lloraba en silencio y se movía como si quisiera hacer de la chis. Cuando vio al médico, se le acercó y preguntó:
    •    ¿Lo van a operar, doctorcito?

    •    Tiene fractura expuesta, se le rompió la tibia y el peroné, le van a sacar unas radiografías y unos estudios. Vaya con la trabajadora social, a ver cuánto le van a cobrar.

La mujer caminó muy triste, rezaba meneando sus labios como cuando mama un recién nacido, y le dijo una señorita:
    •    En cuánto le hagamos el estudio socioeconómico, le décimos el total que tiene que pagar en la caja y aparte va a tener que comprar las medicinas.

    •    ¿Estudio a mí, señorita? Ha de ser para mi viejo, escúchelo chillar como marrano.

    •    ¿Cómo se llama su esposo?

    •     Graciano Domínguez Rivera.

    •    ¿Dónde trabaja?

    •    Es albañil

    •    ¿Cuánto gana de dinero?

    •    Ahí esta lo cabrón, señorita, el trabajo está muy escaso, y a veces no gana nada, hay días que nos la pasamos ayunando.

    •    ¿Qué le paso el señor?

    •    Estaba arreglando un corto, se apendejó y de momento dio el mulazo y se le quebró una pata.

    •    Por el momento la operación le va a salir en cinco mil pesos, y la medicina la tiene que comprar.

    •    ¿Cinco mil pesos? ¿De dónde chingados los voy a sacar?

La señora salió de hospital tronándose los dedos. Se le ocurrió ir a ver a su hijo Chano, que vivía en el barrio de El Arbolito. Le platicó cuál era su problema, y le dijo:
    •    Lo siento mucho, jefecita, pero ahorita no tengo dinero, ni tampoco puedo ir a ver a mi jefe, es muy noche y mañana tengo que ir a trabajar temprano. Váyase a descansar porque las calles están oscuras y le vaya a salir un borracho.

    •    Gracias, hijo, que tengas muy buenas noches.

La señora Esperanza, limpiándose las lágrimas, subió al barrio de El Mosco; allá vivía su hijo Jerónimo. Al llegar, tenía una gran fiesta, era el cumpleaños de uno de sus hijos. Al tocar, abrió su nuera:
    •    ¡Hola, suegra, llegó a la mera hora!

    •    Qué milagro, jefa.

    •    Vengo a decirte que tu padre sufrió un accidente, lo van a operar y necesito que me ayudes con una lana.

    •    Me agarró usted ahorcado, jefa, todo me lo gasté en la fiesta de mi chavo.

Le dijo a su vieja:
    •    Envuélvele unos tamales a mi jefa y dale de una vez un pedazo de pastel, no creo que se quede a la fiesta porque tiene que ir a cuidar a mi jefe.

    •    Muchas gracias, mejor lo que me vas a dar, dáselos a tus invitados. Muchas felicidades para mi nieto.

La señora caminaba como ánima en pena. Ya pasaba de la medianoche, hacía un chingo de frío, y se jugaba la última carta, ir a ver a su hijo Alberto, que vivía en el Cerro de Cubitos. Cuando tocó la puerta, escuchó una voz  muy conocida:
    •    ¿Quién viene a molestar a estas horas? Parece que están en su chiquero, tocan como si tumbaran la puerta, si no estamos sordos.

    •    Soy yo, hijo.

    •    ¿Qué le paso? Va a ser la una de la mañana.

    •    Vengo a que me ayudes, tu padre se quebró una pata y está en el hospital, y no tengo dinero.

    •    Estamos empatados, jefa, yo tampoco. Dese una vuelta dentro de un mes, a ver si ya tengo algo para echarle la mano. ¿Dice que lo van a operar en el hospital?

    •    Sí hijo.

    •    Entonces no hay tos, va a ver cómo en unos días ya anda echando una cascarita. Le voy a decir a mi vieja que le preste un suéter, porque está haciendo frío y usted se vino sin tapar.

La señora escuchó cuando le dijo a su nuera que le prestara algo con qué taparse.
    •    ¡No! Ni madre, esa pinche vieja ya no me lo regresa.

La señora ya no lo esperó. Llegó al hospital tal y como había salido. Era de mañana y temblaba como gelatina, y sus tripas le chillaban de hambre, parece que se había comido un  gato. Le dieron un montón de recetas, que no podía comprar, y regreso al mediodía al barrio. Habló con el cantinero y sus amigos. Le dijeron que lo dejara unos días internado, mientras se reponía un poco. Le dieron dinero para sus medicinas. Llegó el día en que tenían que sacarlo, pues ya lo habían dado de alta, y tenía que pagar la señora cinco mil pesos. Hicieron un plan que no les podía fallar. Contrataron a un cargador de la Central de Abastos, prepararon a la señora para que retirara a los policías de la puerta. Todo estaba calculado. Llegó Esperancita y le dijo al policía:
    •    Señor policía, dice el comandante que se vaya a reportar; la patrulla está a la vuelta.

El policía salió mientras que entró el cargador, listo con sus mecates, lo cargó de burrito y salieron hechos la madre, llevándose de corbata a quienes se les atravesaban, y así llegó “Chano” al barrio. Entre todos hicieron el gran escape sin pagar.

Related posts