Un Infierno Bonito

EN EL PERSONAJE DEL BARRIO DE HOY:

“EL TROMPETERO”

Cirilo Pérez, diariamente llegaba a su casa hasta la madre de pedo. Su mujer y sus 8 hijos ni lo pelaban. Se habían acostumbrado a verlo borracho. La señora le ponía un costal en el suelo, con muchos tiliches, para que se acostara. Cuando comenzaba a roncar, la mujer lo bolseaba, metiéndole la mano en todas las bolsas, para saber si le había sobrado dinero, y con eso mandaba a comprar leche y pan.
Cirilo era muy desobligado. En lugar de darle el gasto a su señora, el dinero se lo iba a chupar con sus amigotes. Él no era viejo, lo que pasaba era que de tantas briagas se estaba arrugando como cuero de chivo. Se le estaban haciendo los ojos de bolsa y sus cachetes le colgaban como de perro bulldog. Se acostaba con su perra, que le decían “La Negra”. Cuando escuchaba el silbato de la Hacienda de Loreto, donde trabajaba, se paraba bostezando, abriendo el hocico, que se le veían las tripas. Su vieja le preparaba sus tacos de puro fríjol, pero no le faltaba su garrafón de 4 litros de pulque. Y le decía:
    •    Ya me voy a trabajar, vieja. Échame la bendición, no vaya a ser que se me aparezca el diablo.

    •    ¿Vas a llegar temprano?

    •    A la misma hora, para no cambiar de programa.

    •    Pues nuevamente te quedarás con la perra.

    •    Siquiera báñala, tiene un chingo de pulgas.

Cirilo era muy aficionado a la fiesta brava. Siempre soñó con ser un gran matador de toros, pero su padrastro le quitó la idea a punta de madrazos. Cuando llegaba medio borracho se ponía a torear a la perra, ensayando el trincherazo, las verónicas y la remataba con pase de pecho. Su vieja que lo miraba, se emocionaba y le decía:
    •    ¡Ole! Ole matador.

Ella y sus hijos no dejaban de aplaudirle. Sabía que tenía madera de torero, y un día le dijo:
    •    Te habías de meter de torero viejo. Me cae que sí la haces, pero lo que debes hacer es dejar de tomar.

    •    ¿Crees que tengo figura de torero, vieja?

    •    Mejor que Eloy Cabazos. Cada que te veo que das esos pases sin despegar las patas de suelo, me recuerdas a Carlos Arruza. Mañana que vaya a la casa de mi tía le chingo unas mallas a mi primo que es luchador, para que vayas moldeando el cuerpo. Estás panzón y tienes la ley del tordo.

    •    ¿Cómo es eso?

    •    Las patas flacas y el culo gordo. Si me prometes que dejas de tomar, mañana voy a Santa julia, en la casa de mis patrones donde les lavó la ropa, hay unas vaquillas bravas. Con mi vestido rojo te voy hacer una muleta. En los fierros viejos te compro un estoque para que lleves espada, y te avientes al ruedo. Si la vaquilla te sale buena, después de darle unos buenos pases le das en la madre.

    •    Ya dijiste, vieja, pero no me vayas a fallar.

La emoción embargó a Cirilo. Comenzó a caminar con mucho salero, derechito y apretando las nalgas. Sus compañeros pensaron que de la noche a la mañana se había vuelto puñal. Su vieja le había cosido unos pantalones que le quedaban bien ajustados. Se le marcaba muy bien la raya de la cola. Como les presumía que iba a ser torero, sus compañeros le pusieron “El Trompero”. Cuando salía de su trabajo caminaba con mucha gracia. Le gritaban:
    •    Cuídate la retaguardia, no te vaya a coger el toro.

Su vieja le enredaba una venda en la cintura, bien apretada, para que se le fuera metiendo la panza. Era alto, de ojos claros y divinos, usaba bigotes como “El Resortes”, y dejo de tomar por el apoyo que le estaba dando su vieja. Un día, la señora le dijo al lechero que le diera chance de torear a su marido alguna vaquilla en San Bartolo. Le dijo que sí. Cuando lo hizo, se sintió todo un andaluz. Decía que los Fermines se la pelaban. Cambió a la Virgen Morena por la de la Macarena. Para que no se burlaran de él, su vieja se encargó de correr el chisme de que había toreado un animal de 550 kilos a la luz de la luna.
La noticia se corrió de boca en boca, hasta que paró en el hocico de un vividor que trató de sacarle provecho. Lo anduvo buscando, habló con él, diciéndole que él iba a ser su apoderado. Le iba a conseguir una corrida en la temporada grande y se presentaría en la Plaza México, alternando con los mejores toreros mexicanos, haciendo un cartel de pelos. Por lo mientras, se anunciaba que el Pachuquilla se acercaba la feria anual, así es que tenia mucho que practicar para ganarse a la gente y saliera en hombros aunque fuera los de su vieja. Cada día que iba pasando, hacían grandes proyectos. La idea cada vez mejoraba, hasta le llamo “Trompetero” el primer espada de Pachuca. Su apoderado era muy conocido en todas las cantinas del rumbo, le decían “El Boinas”. Conocía de toros porque trabajó 15 años como velador del lienzo charro. Cuando había corridas de toros, lo ponían de boletero, pero decía que a ojo de buen cubero, sabía la bravura de los toros. Estaba seguro de que Cirilo, en una corrida, lo iba a sacar de pobre. Le decía que era una piedra que puliéndola, sería un diamante.
Cirilo no dejaba de practicar el arte de los toros; primero con su perra y luego con su vieja, que se ponía las manos en la cabeza, estirando los dedos que parecían cuernos. Él la esperaba con su capote, hecho con tela gruesa, bajo la mirada de su apoderado, que le daba instrucciones.
    •    Péguese más, señora. Tú, dale vuelta con más salero, deja caer la muleta con gracia, estirando el brazo derecho, sin despegar las patas del suelo.

Repetían una y otra vez la misma suerte, hasta que la señora se rajaba:
    •    Ya me cansé.

    •    Síguele, vieja, media hora más.

    •    Ni madres, ya se me doblan las patas. Mejor dile al señor que me haga el quite.

    •    No la amueles, apenas se puede sostener en pie, ya se chingó otro garrafón de 5 litros de melón.

Tenían que seguir practicando a como diera lugar. “El Trompetero” debería de estar como charrasca de zapatero, para la fiesta brava, solamente faltaba una semana. Después de practicar se sentaban para planear la estrategia.
    •    Mira “Trompetero”, este maíz ya se cosió. Parece que solamente te faltan detalles. No olvides en lo que quedamos. Cuando salga el primer toro, es cuando te vas aventar de espontáneo, con capa y espada. Al ver que comienzas a torear a toda madre, el juez te va dar chanse de que le sigas. Es tu oportunidad de consagrarte como el mejor torero. Yo creo que para ese día vas a cortar orejas y rabos. Mañana vengo para ver cómo amaneciste. Recuerda, el brazo derecho siempre estirado, con las patas en el suelo, girando a 60 grados, poco a poquito.

Llego el día esperado. La consagración de torero nato, que iba a asombrar a la gente. Fueron a una tienda de disfraces, le alquilaron un traje de luces, amarillo y oro, con una montera que le llegaba a media cabeza. Como zapatillas usó las chanclitas de su suegra, que calzaba del 7. Recibió sus últimas recomendaciones del apoderado, que era el momento de llenarse de gloria, y le dijo:
    •    Ponte bien abusado, después del paseíllo, cuando toque la corneta que salga el primero de la tarde, estos cuates que contraté, te van a hacer un campito para que brinques la barda; luego la barrera. Cuando estés frente al toro haces lo tuyo. No te me vayas apendejar. Hoy sales en hombros.

    •    Ya lo entendí como me lo dijo.

     –   Repalo muy bien en tu mente todo lo que acordamos. Nada nos           puede fallar. Yo voy a estar parado en la barda para darte la señal.
Escondido detrás de todos sus amigos, “El Trompetero” estaba un poco nervioso, sin quitar la vista a su apoderado, que le diera la señal. Sonó la corneta. Salio el primero de la tarde, un toro negro, muy bravo, que le pegaba al burladero con los cuernos y había tratado de brincar el callejón en dos ocasiones. El apoderado levantó la mano y grito, bajándola:
    •    ¡Ahora!

“El Trompetero” brincó cayendo frente al toro, que con las patas delanteras rascaba la arena. Cuando iba a sacar el capote que llevaba escondido en la espalda, recibió un embiste que lo lanzó por los aires. La gente gritó horrorizada. El toro lo cogió metiéndole un pitón que le traspasó una nalga, y, como muñeco, lo anduvo trayendo por el ruedo. El matador y sus alternantes le hicieron el quite. Los monosabios y los banderilleros lo sacaron cargando, agarrándolo de las manos y de las patas, llevándolo a la enfermería y después trasladado al Hospital General, donde estuvo por varias semanas en terapia intensiva, queriendo clavar el pico. Sus amigos, su vieja y sus hijos vieron cómo “El Trompetero” no tuvo tiempo de sacar la muleta cuando le dio en la madre el toro. El apoderado desapareció. Nunca se supo nada  “El Trompetero”. Quedó cojo y sin ganas de torear a su perra “La Negra”.

Related posts