EN EL PERSONAJE DEL BARRIO DE HOY:
SE LO QUERÍA LLEVAR EL MUERTO
Francisco Hernández Pérez no tenía para poner la ofrenda a los muertitos. Fue minero, y como las minas cerraron, a los trabajadores que se quedaron los metieron al seguro social.
Con su pensión que le dan de 500 pesos al mes, no le alcanza ni para el pulque. Tiene 75 años y vive hasta casa de los diablos, arriba del barrio de El Lucero, en las faldas del cerro de El Lobo.
Toda su vida se la pasó en las profundidades de la tierra y sólo aprendió a empujar conchas, echar pala, barrenar. No lo recibieron en ningún otro lado.
Pancho, a quien conocen como “El Chilaquil”, le dijo a su vieja:
• Voy al cerro a traer un poco de leña para que hagas unas memelas, hoy vienen mis jefes y los tuyos, arregla una mesa y a ver qué les pones, aunque sea un vaso de agua.
• No mames, Pancho, agua si no son ranas. Pasa a ver al cantinero y le dices que nos fie unos litros de pulque y una botella de tequila. No me puedo mover del lavadero, estoy en chinga loca, lavando dos docenas de ropa que me encargó doña Juana.
• Ya dijiste, vieja, ahorita regreso.
Pancho llegó a la cantina del “Lucero” y le dijo a Pedro el cantinero:
• ¿Qué pasó manito? ¿cómo estás?
• Aquí nomás esperando clientes, todos se fueron al panteón a ver a sus difuntos.
• La verdad, Pedro, vengo a darte un sablazo, van a llegar los muertitos y no tengo qué ponerles. Vengo a pedirte un favor, que me fíes unos 20 litros de melón para ponerles, y mi vieja y yo chupamos con ellos.
• ¿Y tú a dónde vas?
• Voy al cerro a traer leña para que mi vieja haga gordas, ponga frijoles. Me dijo que le cayó una chambita y va ir al mercado a traer flores y alguna fruta.
• Si vas al cerro ten mucho cuidado, porque como ha llovido, crecieron las ramas y taparon los tiros. No vaya a ser que te caigas en uno.
Pancho llegó a su casa con una cubeta llena de pulque. Llenó unas botellas, las echó en un guangoche. Le dijo a su vieja que regresaba lo más pronto posible. Panchito subió por el camino que llega a la carretera del Real del Monte, y de ahí se perdió entre el cerro. Llevaba su machete en la mano, que veces le servía de bastón para apoyarse. A lo lejos vio un tronco y se fue directo a él, para hacerlo leña.
Mientras doña Pilar, la esposa de Pacho, bajó al mercado a comprar lo que ella iba a ocupar para poner su altar. Lavó la mesa, luego, encima, papel de china, forró tres cajas y las puso en la parte de arriba; colocó la foto de su papá junto con la de su suegro y una virgen de Guadalupe; después, en la caja de abajo, colocó un plato con sal y un vaso de agua.
Colocó sus veladoras y la fruta, su bracero, el copal, las flores de cempazúchitl, de manitas de León. Cuando terminó, se salió a asomar y no aparecía su señor; ya eran las 6 de la tarde. Él se había ido a la una, ya debería estar de regreso. Se sentó mirando el altar, para ver que no le faltara nada, y así pasaba el tiempo. Al ver que no aparecía, salió en su búsqueda.
Le preguntó al cantinero que por dónde se había ido.
• No lo vi, señora pilar, pero sí se fue derecho, ha de andar en el cerro de El Lobo. Le recomiendo que lo espere, ya no ha de tardar, porque si lo va a buscar se puede perder en el camino.
• Voy nomás allá arribita y desde ahí le chiflo.
La señora le chifló y le gritó. “El Chilaquil”, por lo chimuelo, no podía silbar. Se le salía el aire, y mejor decidió bajar. Amarró la leña y al querer echársela al hombro, le ganó el peso y se fue hacia atrás, parando las patas, y como estaba de bajada, comenzó a rodar hasta que cayó en uno de los tiros de las minas. Como en ese lugar la gente va a tirar su basura, cayó unos 20 metros, pero la basura amortiguó el golpe.
Doña Pilar escuchó un grito desgarrador, que sintió escalofrío, y dijo en voz alta:
• Dios mío, es el demonio que anda por aquí. Ladró como perro.
Se iba a regresar, pero no podía dejar a su señor perdido en el cerro. Comenzó a rezar en silencio, y luego le gritaba a todo pulmón:
• ¡Pancho! Vengo por ti, ¿dónde estás?
La oscuridad hacía que la señora se tropezara, y por la altura, estaba muy sofocada, apenas podía hablar, se había agotado. Volteaba hacia abajo y a lo lejos miraba las luces de la ciudad, y poco le ayudaba la luna, que por momentos era tapada por una nube.
Pancho “El Chilaquil estaba desmayado. Volvió en sí, pero al ver la oscuridad y que estaba en un agujero, se volvió a desmayar. La señora Pilar vio unas luces a lo lejos. Pensó que a lo mejor los dueños de la casa le podían dar ayuda para buscarlo.
Con la lengua de fuera por el cansancio, se quedó sentada en una piedra, y al voltear, vio que unos perros iban derecho a donde estaba. Se paró hecha la grosería, y sintió los dientes que se le clavaron en su pantorrilla, y gritó muy fuerte, que los espantó. Los animales se regresaron.
Con su rebozo se limpió donde le escurría la sangre, y con la luz de la luna, se regresó encontrando el camino por donde se subió.
Eran las 8 de la noche. Llegó a su casa. Los vecinos la auxiliaron. Ella les contó que su esposo estaba perdido en el cerro.
Le aconsejaron que fuera a la policía a pedir ayuda. La acompañó su comadre Petronila. Le contaron con detalle al agente del ministerio público, que sacó su carpeta para anotar con el número único.
• ¿Cómo se llama su esposo?
• Francisco Hernández Pérez.
• ¿Cuántos años tiene?
• 75.
• ¿Por qué cree que anda perdido por el cerro?
• Subía a buscar leña, siempre lo hace los días que tenemos visita, y como ahora que es día de los muertos van a venir sus familiares.
• ¿En qué cerro está?
• Me dijo el cantinero que lo vio en el cerro de El Lobo. Lo fui a buscar como está muy oscuro me mordieron unos perros y no lo pude encontrar.
• Deme su dirección, su teléfono, ahorita salen los grupo de rescate, con una operativo de locación y búsqueda. Déjenos el número de su teléfono o de su celular.
• Eso sí se los debo; pero vivo en la calle de Quintana Roo, arribita del barrio de El Mosco.
• ¿Por dónde puede subir la patrulla?
• Por la carretera del Real, pasando El Mirador hay un camino que sube al cerro.
• Ahorita doy la orden a los Protección Civil y los bomberos y un pelotón de uniformados, equipados con palos, para que les den en la madre a los perros si tratan de morderlos. Y usted tiene que pasar con el médico legista para que la curen, pues se ve que la mordida es profunda.
• Sí, señor, pero el perro se la peló, porque topó con hueso.
La señora Pilar comenzó a rezar en silencio, y vio que los rescatistas iban a buscar a su viejo. Junto con su comadre, se subieron por la calle de Ocampo y les ganaron. Cuando llegaron los del grupo de rescate, al verlas les preguntaron:
• Perdonen, señoras, no han visto a un hombre que se perdió por estos lugares.
• Yo también lo ando buscando, es mi marido, pero por favor, pónganse abusados, no se vayan a car en un tiro. Yo voy con ustedes.
• No, señora, usted puede quedarse a esperar a su esposo dentro de alguna patrulla, pero no nos puede acompañar.
• Entonces déjenme echarles la bendición, no vaya a ser que se den en la madre cayéndose en un tiro. Hagan de cuenta que yo soy su mamá.
• ¡Mejor burro!
Los rescatistas sacaron su equipo que cada quien iba a necesitar, y capitaneados cada uno por su grupo, comenzaron a rodear el cerro por varios caminos, y para avisarles si encontraban al desaparecido, llevaban luces de bengala.
Poco a poco fueron subiendo por la empinada cumbre del cerro, algunas veces tenían que escalar algunas partes utilizando equipo de alpinistas. La noche era fría, estaba oscuro, pues la luna había sido tapada por una neblina.
Nadie hablaba, sólo se escuchaban sus pisadas y su resuello, con respiración violenta. El jefe de la brigada les dijo a sus compañeros:
• Vamos a descansar un poco, sirve de que tiro el agua.
• Eso le íbamos a decir, comandante, y además, un mexicano nunca mea solo.
Cuando se estaban orinando, escucharon una voz que salió por la boca del tiro, haciéndose ronca y tenebrosa.
• ¡Ora, güeyes, no echen agua!
Los rescatistas ni terminaron afuera, sino en los pantalones. Y dijo el comandante:
• Aquí está el que buscamos, pero tengan cuidado, es un tiro.
Echando los cables y todas las luces, se juntaron todos sus compañeros.
Comenzaron a subirlo y estando arriba, vieron que no tenía ninguna lesión, sólo temblaba como perro. Lo enredaron en cobijas y lo bajaron hasta las patrullas. Su vieja lo regañó:
• Estás viendo que está haciendo mucho de frío y todavía te mojas la cabeza.
Ya no lo llevaron al hospital, lo dejaron en su casa y se despidieron de él, diciéndole que cuando quiera usar leña, que mejor la compre.