“EL CHÍCHARO”
En el barrio de El Arbolito, cerca del Callejón del Agua, había una peluquería llamada “Jockey Club”. El peluquero, era un señor grandote y fornido, llamado Juancho. Le gustaba de a madre el pulque.
Como “Chícharo” tenía a un muchacho de 15 años, de nombre Genaro Hernández. Su trabajo en la peluquería, era barrer los pelos, limpiar los espejos, daba grasa a los clientes y con una brocha los limpiaba, quitándoles los pelos. Y le daban su propina, pero el peluquero se la quitaba.
• Órale, don Juancho, esa me la dio el señor. A usted le pagó lo de la boleada.
• Cállate, cabrón, todo lo que entra es para darle mantenimiento a la peluquería.
Le daba una patada, y le enseñaba la escoba haciendo eses de que tenía que barrer.
Cuando terminaban de pelar a los clientes, como pago, “El Chícharo” recibía clases de cortar el pelo, que el peluquero le daba. Habían hecho un contrato verbal, de que el peluquero le iba a dar un sueldo a la semana, pero nunca le dio nada. “El Chícharo” veía a un minero del barrio, que se llamaba Ramón Jaén, perforista de la mina de San Juan Pachuca, que era muy amigo del secretario general del sindicato, y le decía:
• ¿Entonces qué, don Ramón? ¿Me va a meter a la mina? Ya peso los 50 kilos.
El peluquero trataba de desanimar al “Chícharo” para que no se fuera, y lo ponía en vergüenza delante de Ramón.
• Tú no sirves para trabajos de minero, si aquí para que barras los pelos tengo que andar arriándote, allá te van a agarrar a patadas.
Ramón, por su parte, le hacía advertencias al “Chícharo”:
• El trabajo de la mina es muy peligroso. ¿Por qué quieres trabajar ahí?
• La verdad, es que el maestro se hace pendejo y no me paga. Yo tengo que llevar dinero a mi casa, soy el mayor de mis hermanos, y no tengo papá.
Juancho el peluquero, se lo quedó mirando enojado, y le dijo:
• Cuando hay dinero, bien, y cuando no, ni modo. Pinche “Chícharo”, te has vuelto muy exigente.
• No es eso, usted es muy borracho, se sale desde temprano a la cantina y cuando llega ya está borracho, y nadie se quiere pelar con usted.
• No seas chismoso, pinche “Chícharo”. No tenemos clientes porque a los jóvenes de ahora les gusta andar como mujercitas, todos greñudos los cabrones; además, ¿de qué hablas, pendejo? La vez pasada te di chance de que pelaras a un chavito y valiste madre; lo dejaste todo mordido. No busques pretextos, estás mirando que no tenemos chamba y me pides que te pague. Al rato vas a querer aumento de sueldo, luego reparto de utilidades, semana de 40 horas; mejor ponte a barrer antes de que te agarre a chingadazos.
“El Chícharo” agarró la escoba y, barriendo, le dijo a Jaén:
• Entonces qué, don Ramón, ¿me mete a la mina?
• Mañana hablo con el secretario del sindicato, pero le tenemos que dar 100 pesos para que te meta a trabajar.
• No se preocupe, yo se los doy.
Ramón Jaén cumplió su promesa. Mandaron trabajar a Genaro “El Chícharo” a la mina de San Juan, pero más le hubiera valido seguir barriendo la peluquería, soportando a su maestro borrachento, y no estar a trescientos setenta metros de profundidad, quebrando piedras con el marro, a una temperatura de treinta y ocho grados, bajo nubes espesas de polvo, y escuchando ruidos que le hacían explotar sus orejas.
Su trabajo era dejar limpia la parrilla del vaciadero, que es donde descargan todo el mineral que traen de las minas de Real del Monte y el Álamo. El vaciadero es un agujero de 30 metros cuadrados con 200 de profundidad, en la circunferencia tiene rieles con una separación de 40 centímetros. “El Chícharo” tenía que estar echando con una barreta, para abajo, las piedras que se quedaban atoradas junto con la tierra; las piedras grandes se tenían que hacer a un lado para luego quebrarlas con el marro o meterles dinamita.
El encargado era un señor ya viejo, chaparrito, se llamaba Carlos y de cariño le decían Carlitos. Tenía mucha experiencia en su trabajo y sobre todo, mucha calma para mandar a su gente. Y le daba consejos al “Chícharo”:
• Ponte muy abusado en el trabajo, es fácil, lo único que tienes que hacer es agarrarle el hilo. Te voy a enseñar cómo se quiebran las piedras: échate salivita en las manos, agarras el cabo del marro en la punta, con la mano derecha, y con la izquierda les das vuelo y zas, le pegas al centro en la piedra.
“El Chícharo” agarró el marro, pero al golpear la piedra, le rebotó y se pegó en la espinilla, dando un grito y brincando como chapulín.
• No seas pendejo. Para que no te vuelva a pasar, debes de darle el golpe con lo plano del marro, es la parte que debe de pegar en la piedra. Fíjate.
Don Carlitos, haciendo gala de viejo trabajador, levantó el marro y lo dejó caer con todas sus fuerzas en la piedra.
• ¿Viste cómo?
• Sí, señor.
• Ahora dale tú.
“El Chícharo” le dio vuelta al marro, pero le pasó lo mismo, le rebotó y le volvió a pegar. Don Carlitos le arrebató el marro y le dijo:
• Fíjate cómo, cabrón, es la última vez que te enseño.
El viejo le pegó a la piedra haciéndola pedazos, luego le dio el marro al “Chícharo”, que no pudo y se sentó en el suelo. Le preguntó el encargado:
• ¿Ya te cansaste?
• Mire cómo tengo mis manos, se me llenaron de ampollas.
• ¿Dónde trabajabas antes de venir a la mina?
• Era aprendiz en una peluquería.
• No te desanimo, pero con lo que veo, es que vas a valer madre. ¿Ya marchaste?
• Todavía no, señor; apenas voy a cumplir 16 años.
• Pues aquí vas a marchar rumbo a la chingada si no te pones abusado. Ahorita vengo, arrima las piedras grandes a la orilla, luego te subes con la barreta a picarle a la carga para que se vaya para abajo. Con esta reata te amarras bien, le echas un chingo de nudos, ten cuidado, no te vayas a caer.
“El Chícharo”, con mucho miedo, se subió por los rieles, sin ver para abajo, se amarró y temblando le picaba a la carga. De momento se le vino un bloque de piedras, quiso hacerse a un lado para esquivarlas, y se fue de cabeza hacia abajo. Como estaba amarrado, quedó colgando. Su lámpara y su gorra se fueron hasta el fondo. Gritaba desesperado:
• ¡Auxilio! Por favor, ayúdenme, sáquenme de aquí.
Pero nadie pasaba por esos lugares. Además no se escuchaban los gritos porque estaba cerca del tiro donde bajaban y subían grandes botes llenos de carga, haciendo mucho ruido, lo mismo que las bombas de alta presión. Era imposible que alguien lo escuchara.
• ¡Auxilio! ¡Sáqueme por favor!
Su angustia aumentó cuando llegó el motor del Acarreo General, que trae la carga de las minas para vaciarlas ahí. El motor es como un tren que jala veinte conchas (góndolas) con capacidad de diez toneladas cada una; la primera concha fue colocada para hacer vaciada; los ayudantes estaban listos para abrir las puertas y dejar caer la carga.
“El Chícharo” gritó. Con todas sus fuerzas pedía ayuda, pero no era escuchado. Cerró los ojos, lloraba desesperado esperando la muerte. Ya iban a abrir las puertas cuando uno de los ayudantes echó la luz abajo y vio que algo estaba colgando, y le dijo a su compañero:
• Espérate, no vayas abrir, hay alguien dentro de la tolva.
Los dos ayudantes llamaron al motorista y entre los tres jalaron la reata y sacaron al “Chícharo”. Estaba mudo de la impresión, lloraba intensamente, miraba el lugar donde había estado colgado y no dejaba de temblar, y se agarraba muy fuerte de sus salvadores. En ese momento llegó don Carlitos, que les preguntó:
• ¿Qué le pasó a mi “Chicharito”?
• Se cayó dentro de la criba y quedó colgando. Por un pelito y le damos en la madre. Ya íbamos a vaciar.
Lo sacaron a la superficie y lo llevaron al cuarto de primeros auxilios, le dieron un calmante y lo dejaron acostado en una camilla para que descansara un rato y se le pasara el susto. Como a los 10 minutos se levantó, se quedó mirando a todos y les dijo:
• Chinguen a su madre con su mina.
Salió corriendo para su casa. Al día siguiente regresó a la peluquería, donde tuvo que aguantar las burlas de su maestro el peluquero.
• ¿Quién te lo manda, cabrón? Te lo dije que ese trabajo es para hombres y no para pinches puñales. Regresaste como las ingratas que abandonan al marido. Eres un pendejo, “Chícharo”.
• Cállese el hocico.
Con el transcurso de los años, “El Chícharo” se hizo un buen peluquero; pero cuando le hablan y platican de las minas, se pone muy nervioso y le tiemblan las manos. Por si las dudas, cuando vaya usted a cortarse el pelo, a ningún pinche peluquero le vaya hablar de las minas, no vaya ser “El Chícharo” y le moche una oreja.