EN EL PERSONAJE DE HOY
“EL COCOLISO”
En el popular barrio de La Palma, en una de las grandes y vetustas vecindades del callejón Manuel Doblado, vivía doña Marta, una señora que era un desmadre, y su borrachento viejo, llamado Julián. Él era un gran chupador universal, le entraba de todo; cuando se terminaba el pulque, tomaba cerveza, brandy, ron y le entraba a la marranilla.
Tenían un chavo de 6 años que se llamaba Serafín. Con lo que ganaba en la Hacienda de Loreto, más o menos se la pasaban. A doña Marta también le gustaba empinar el codo y cuando estaba borracha le entraba a los madrazos. Cuando Julián se quería pasar de listo, que no le daba el gasto, se daban en la madre. El pleito era parejo. Una vez que iba al mandado la pararon unos señores:
Perdone, señora, ¿usted es la mujer de Julián?
-¡Para servirles, señores! ¿Qué se les ofrece?
-Su esposo se accidentó en Loreto. Se lo llevaron al Hospital de la Compañía.
-¡No mamen la madre! ¿Está vivo?
-Quién sabe, señora, porque no abre los ojos y está en posición de firmes. Nosotros somos sus compañeros de trabajo, por eso venimos a avisarle.
La señora María quedó muda por momentos, y se le rodaron las lágrimas. Les dio las gracias a los señores. Entró a su casa y vio que su hijo Serafín estaba durmiendo. Lo tapó con una cobija. Ella se cubrió la cabeza con su rebozo, y, como sonámbula, llegó al hospital de la Compañía Real del Monte. Con trabajos la dejaron entrar, y le preguntó al doctor:
-Perdone, doctor, que lo moleste, quiero saber cómo está mi esposo Julián.
-Su esposo murió hace unos momentos. Esperamos a las autoridades y en unas horas le llevan el cuerpo a su casa. Espérese para que les diga a los de la carroza a dónde vive o a dónde quiere que lo lleven.
Doña Martha se sentó y lloró amargamente su desgracia. Recordó los momentos más bonitos que pasó con su borracho viejo, y más lloraba, parece que le apretaban el gañote. Gritaba pues a pesar de sus madrizas que se daban, le mostraba que lo quería.
Mientras tanto, Serafín despertó con hambre. Se fue derecho a la cocina, tomó un bolillo que había en la mesa y le dio de mordidas. Puso una silla y con una cuchara quiso sacar los frijoles para rellenarlo, pero al estirarse se le movió la silla y se vino abajo con todo y estufa, cayéndole la olla de los frijoles hirviendo en plena cabeza.
Un grito de dolor se escuchó en toda la vecindad, que espantó a los perros, que no dejaban de ladrar. Panchita, la portera, fue a ver lo que pasaba, encontrando al pinche muchacho quemado de su cabeza, como pollo rostizado.
-¡Válgame Dios! Pobrecito niño. ¿Dónde iría su madre?
Le dijo otra de las vecinas:
-Yo la vi que iba hecha la mocha, que por poco me tumba. Le hablé preguntándole que si le pasaba algo, porque iba chillando. Me dijo, pero no le entendí nada.
-Fíjese que me acaban de avisar que hubo un accidente en quebradoras, a lo mejor su viejo se petateó.
-Yo digo que sí, porque uno de mis hijos me dijo que vinieron a buscarla los de la mina y hablaron con doña Martha, que soltó un grito tan fuerte que espantó al zapatero y se dio un martillazo en la mano.
Mientras que los vecinos chismosos hablaban a lo pendejo, Serafín ya no lloraba, estaba desmayado, con toda la cabeza pelona. Lo cargó una vecina y fueron a la casa del juez del barrio, y lo mandaron al hospital.
Al pasar las horas, en pleno barrio se detuvo una carroza, y comentaban varios vecinos:
-¡Ah, chinga! ¿Quién se habrá quebrado?
-Sepa la bola. A lo mejor fue Julián. Mira, hay viene su vieja, se ve que ha chillado mucho porque trae los ojos de cuyo.
Cuando a doña Marta le contaron lo que le pasó a su hijo, no pudo resistir y se desmayó. Dio el changazo, que hasta las patas paró. Los vecinos buscaron a doña Sara, la mamá de Marta, y ella se hizo cargo de todo. Le dieron a oler alcohol con cebolla, y cuando volvió en sí, comenzó a gritar como loca:
-¡Mi hijo, quiero ver a mi hijo! ¿Dónde está? ¿Por qué se lo llevaron? ¿Adónde está mi hijo?
La señora estaba loca de dolor, y buscaba con desesperación a su chamaquito. Hasta que le dijo su comadre:
-¡Ya, cálmate, comadre, fueron tus hermanos y tu papá al hospital! Cuando vengan nos dirán su estado de salud. Contrólate porque te puede hacer mal.
-¡Déjame ir a ver a mi hijo!
La señora Sara, que era de pocas pulgas, la tomó del brazo y a jalones la llevo al otro cuarto:
-¡Te controlas o te rompo la madre, pendeja! ¿Por qué dejaste al niño solo?
-¡Es que no se me ocurrió llevármelo al saber lo de Julián!
-¡Pues más te vale que el niño se salve, si no me cae que te echo al cajón con el otro cabrón!
-¡Pero es mi hijo! ¿A ti qué te importa?
La señora se regresó y le puso dos cachetadas, que por poco y le voltea la cabeza. Se salió porque tocaban la puerta los de la funeraria. La señora Sara escombró el cuarto y les dijo:
¡Déjenlo aquí, por favor!
-¿Quién me firma de recibido?
-¡Ahorita no hay quién le firme. La señora no se encuentra en condiciones!
-¡Entonces no podemos dejar el servicio!
-Llévense sus cosas con todo y el pinche muerto. Mañana vienen a que les firmen.
La señora Sara se paró en la puerta y los vecinos le preguntaron cómo había estado lo del accidente del niño. Al muerto ni lo pelaban. Poco después, doña Marta salió con los ojos de rana de tanto chillar, y le preguntó a su mamá:
-¿Cómo está mi hijo Serafín?
-No lo sé, pero ahorita vamos al hospital para que nos digan.
-¿Y Julián?
-¡Hay déjalo, ni modo de que se vaya!
Cuando llegaron al hospital le informaron las enfermeras:
-Tiene quemaduras leves en todo el cuerpo, pero sí está muy quemado de la cholla. Alguno de ustedes tienen que quedarse a cuidarlo porque está muy inquieto. Son dos veces que se cae de la cama.
Respondió la señora Sara:
-Mi hija es la madre y ella se quedará. No se preocupen, y muchas gracias por todo lo que han hecho con mi nieto.
-¡Mamá! ¿Y mi esposo?
-Yo me hago cargo de todo. ¿Dicen que se mató en Loreto?
-¡Sí, mamá!
-Pues voy a ir a ver a esos bueyes de la compañía Real del Monte para que lo velen. Al rato te la van a hacer de pedo, que era faltista, que debía préstamo, y no te van a pagar nada. Y si no quieren ir al velorio me cay que se los dejo en la puerta.
La señora Marta se quedó llena de angustia por su viejo. Lloraba al ver a su hijo que estaba como fakir, vendado de la cabeza. Cuando llegó doña Sara a la casa de su hija, los cuates se habían puesto parejos con el café, el pan y el tequila. Unas señoras, como siempre comedidas, le rezaban un rosario. Sara le preguntó a su señor:
-¿No ha venido Goyita, la mamá del difunto?
-¡Ay, mujer! Julián se portó muy gacho con ella. ¿Cómo quieres que venga? El domingo le pegó a su padrastro y porque su mamá lo defendió, le dio un aventón que la señora cayo levantado la patas, y le echó la maldición. Por eso se ha de haber matado.
Dijo doña Sara:
-Para mí que hay que darle gusto al muerto. Cuando estaba vivo no le gustaba estar en su casa, no salía de la cantina; que lo velen allá.
-¡No seas cabrona, vieja! ¿Cómo quieres que se lo lleven a la cantina? Era borracho, pero no tanto. Ya te pareces al pinche diputado que dice que tenemos el primer lugar en borrachos. ¿Si quieres se lo llevamos a la casa de su mamá?
-No chingues, la señora apenas tiene para comer.
-Tu no entiendes razones, vieja. Tienes el corazón de piedra, eres mas culera que el diputado hablador.
La señora Sara, muy enojada, le mentó la madre a su señor delante de la gente. Don Álvaro la disculpó:
-Perdonen a mi vieja, está loca de dolor por su yerno que está tendido.
Pasaron las horas, y Julián se fue a la tumba. A los pocos días, Serafín salió del hospital. Y todo quedó olvidado. Nadie se acordaba del muerto.
Pasaron los años. Serafín se quedó pelón como Salinas de Gortari, y le pusieron “El Cocoliso”. Hecho todo un hombre, le dijo a su mamá:
-Me voy a meter a trabajar en la albañilería, para que no te falte nada.
Como cosa del destino, al primer día de trabajo, se vino del andamio y cayó de pura cabeza. Hasta ahí quedó el “Cocoliso”. Su abuelita, doña Sara, se murió de la impresión. Y doña Marta quedó loca. En esta forma, trágica, se fueron al panteón varios integrantes de una familia de mis personajes. Descansen en paz.