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Un Infierno Bonito

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EN EL PERSONAJE DEL BARRIO DE HOY:
 
“EL PINACATE”

En mis relatos mineros hablo de los trabajadores de diferentes minas y barrios de Pachuca, tal es el caso de “El Pinacate” quien no era viejo sino que, de tanta borrachera, se le había hecho la cara como de Lyn May e hinchada como de teporocho, pero a él le valía madre. Decía que más vale morir hinchado que arrugado.
Un día me encontraba en el brocal del tiro de la mina de San Juan Pachuca, esperando que subiera la jaula para meternos y que nos bajara al nivel 370, o sea trescientos setenta metros de profundidad. Atrás de mí estaban formados varios compañeros, jugando a las cebollitas, agarrándose de la cintura. Se empujaban haciéndose de lado sin salirse de la fila. El que me agarraba de la cintura era “El Cotorro”, a él lo agarraba el naco que le decíamos “El Callo”. Al hacerse para adelante se pegaba mucho a las nalgas del “Cotorro” y le decía:
    •    Cotorro, Cotorrito, dame a tu jefa, Cotorro.

    •    Te voy a dar en la madre, pinche “Callo”, me estás canaleando.

Cuando llegaba la jaula, por los empujones, entrábamos de madrazo y, como se llenaba rápido, no nos daba tiempo de acomodarnos, sin podernos mover, cara con cara, o con la gorra de lado. Cuando cerraba la puerta el calesero, que era el encargado del tiro, daba los toques al malacatero y éste nos bajaba. Todos nos quedábamos callados. A gran velocidad veíamos pasar a los despachos de los niveles, que son metros de profundidad.
Cuando llegábamos al 370 se abrían las puertas y puto el último. Salíamos corriendo. El que se apendejaba lo tumbaban y los demás lo pisaban o caían encima de él. Corríamos al comedor para buscar una mesa y sentarnos a comer. La mayoría sabía con quién comía. Yo, por lo general, llevaba dobladitas de chile pasilla; otros llevaban tacos de frijoles con chile de árbol. La arrepentida de habérnoslos comido era cuando íbamos al baño. Otros llevaban comida en frascos, con arroz con caldo de frijol, y la ponían a calentar en la parrilla.
Dos compañeros eran los indicados para calentar tacos y comida. Tenían la autoridad de darle un golpe en el hocico al compañero que se adelantara a tomar uno. Teníamos que estar atentos a la voz del perforista que dijera “Pley bol”. Al escucharla, todos a comer sin platicar, porque el que lo hacía lo dejaban abajo. Todos estábamos moviendo bigote. Cerca de nuestra mesa se encontraba “El Pinacate”. Se paseaba de un lado a otro, se paraba, se sentaba. Estaba muy nervioso porque llevaba una cruda de varios días, y me dijo en la oreja:
    •    Regálame tantito pulque.

    •    No traigo, pero ahorita te lo consigo.

Cuando me iba a levantar, “El Callo” me sentó de un jalón, que me dio en el cinturón.
    •    ¿Dónde vas, pinche flaco? Acaba de tragar, luego en el túnel andas arrastrando las patas.

    •    Es que le voy a conseguir un trago de pulque al “Pinacate”. Pobrecito, me cae que tiene los ojos de borrego a medio morir.

    •    Eso a ti qué chingados te importa, Gato pendejo. Déjalo que se muera. ¿O es de tu familia? ¿Acaso tú lo emborrachaste?

“El Pinacate”, al ver que “el Callo” no me dejo parar, le dijo:
    •    Déjalo, hermano.

    •    ¿Hermano? Si no tengo la cola larga. Pinche borracho, cuando vengas crudo trae tu pulque y no andes de mendigo.

“El Pinacate” se lo quedó mirando y le dijo:
    •    Lástima que estamos aquí, si no…

    •    Si no qué, pendejo. Ya me caíste gordo, güey.

“El Callo” se levantó y le dio un aventón a “El Pinacate”, que se fue para atrás y le dio un caballazo al cotorro. Se estaba armando la pelea. Se levantaron para que dejaran en paz al “Pinacate”, y les dije:
    •    Los están dejando sin comer.

    •    ¡Ay, güey!

Se sentaron para seguir comiendo. Para emparejarse por los minutos que perdieron al estar alegando “El Cotorro” y “El Callo”, comieron tacos de dos en dos. Me levanté a conseguirle pulque al “Pinacate” quien estaba sudando y se sentía muy mal. Me dirigí al motorista que le decían “El Pelos”, que era el que manejaba el motor que jalaba las conchas. Le pedí pulque y sin dejar de masticar, me señaló el garrafón. Al ver que iba a llenar una botella de refresco, me mentó la madre y me dio un aventón:
    •    Para tomar aquí, lo que quieras, para llevar, madre.

Me dirigí a varios compañeros pero me lo negaron. Miraba al pobre “Pinacate”. Sabía lo que era una cruda en la mina. Se me quedaba mirando y con los brazos abiertos, me hacía señas como diciendo: ¿Qué pasó? Le dije que se espera un poquito, y fui a ver a mi amigo Leonel, que era el rielero. Me estimaba y sabía que no me lo iba a negar:
    •    ¿Me regalas tantito pulque?

    •    Órale.

Llené la botella. Cuando pasé por donde estaban mis compañeros, ya habían terminado la comida. Parece que había pasado una marabunta. El que me regañó fue “El Callo”, y me dio de patadas:
    •    Te lo dije, pinche Gato Seco, hijo de la chingada, por andar de samaritano te quedaste sin comer. Se me hace que te quieres empinar a la jefa del “Pinacate”.

Le di la botella a mi amigo, que en dos tragos se la tomó.
    •    Ah, me supo a toda madre. con esto me alivianaste. Gracias Gatito.

    •    Siempre hay que guardar algo para la cruda, ya ves que estos güeyes no te dan.

    •    Lo hago, Gato, pero mi vieja está encabronada porque llevo tres días chupando y me lo tiró; pero ahora que salga la voy a madrear.

El motor es como un trencito que jala con corriente. Nos llevó varios kilómetros, nos dejó en la mina de Santa Ana; ahí teníamos que subir 100 metros de escaleras verticales. En esa mina hace mucho calor, por eso los mineros guardaban su pulque para echarse sus tragos antes de hacerlo, para tener fuerzas. Cuando se empinaban sus botellas “El Pinacate” nada más se los quedaba mirando. Se le hacía agua la boca. A uno de los perforistas le pidió un trago pero lo mandó a ver a su madre.
Subimos y nos dijo el contratista, que le decían “El Bandolón”, que teníamos que trabajar los cuatro juntos: “El Callo”, “El Cotorro”, “El Pinacate” y yo. Aunque no les cayó muy bien que “El Pinacate estuviera con nosotros y hubo protestas:
    •    Bandolón, cambia a este borracho, mándanos al “Pirrín”.

    •    Ustedes van  a trabajar con el que yo les diga. Si no les parece les doy su salida para que se larguen a ver a su madre.

    •    Újule, si he sabido ni te cambio.

    •    Se van a quedar a llenar conchas de la alcancía poniente, por lo menos deben acarrear y vaciar 60.

Comenzamos a empujar las conchas, que le caben por lo menos dos toneladas de mineral, y las íbamos a vaciar a una distancia de 500 metros. Para poder vaciarlas se necesita muchas fuerzas y maña, porque si no se vacea a la primera, después cuesta mucho trabajo hacerlo. Como a la mitad de turno, al vaciar una concha, no pudimos; eso enojó al “Callo”:
    •    Pendejos, ya la regaron. Ahora va a estar cabrón para vaciarla.

“El Cotorro” le echó la culpa al “Pinacate”:
    •    Él no empujó parejo.

    •    Te lo dije, baboso, hay que venir en tu juicio a trabajar, porque si no aquí vales madres. Y tú también, pinche Gato Seco, no tienes fuerzas por no tragar. ¿Ahora cómo le vamos hacer? Ve por un tubo, “Cotorro”, porque si mando a estos se van a hacer güeyes.

Mientras llegaba “El Cotorro” con el tubo, “El Callo” no dejaba de decirle de cosas al “Pinacate”. Estuvieron a punto de darse en la madre. Llegó con el tubo y le dijo:
    •    Tú, “Cotorro”, el tubo lo metes en medio para hacer palanca, yo me cuelgo de este lado y tú, gato seco, del otro. Le empujas con todas tus fuerzas, “Pinacate”. Abusados cuando yo cuente tres: a la una, a las dos y a las tres.

“El Cotorro” hizo palanca y pegó el tubo con el trole, por lo que la corriente de alta tensión nos agarró y nos hizo cimbrar unos segundos. “El Pinacate” reaccionó y le aventó unas patadas voladoras al “Cotorro”, que al aventarlo de la corriente, nos soltó. Al “Cotorro” le entró por una mano y le salió por una pata. Estaba enroscado como gusano, pero vivo. Por ahí pasó el ingeniero y nos dijo:
– No lo toquen, llamen al contratista para que venga la cuadrilla de salvamento.
La noticia corrió como reguero de pólvora. Varios compañeros se juntaron a ver en qué podían ayudar. Cuando se enteraron que “El Pinacate” nos había salvado al lanzarle unas patadas voladoras al “Cotorro”, muchos lo felicitaban por su valor, y algunos le ofrecieron sus botellas con pulque. Se las tomaba al hilo, parecía carburador de cuatro gargantas. De la noche a la mañana, se convirtió en héroe. Los ingenieros lo premiaron, le regalaron un reloj, le dieron una lana y lo sacaron a la superficie. Y era respetado por los mineros.