UN INFIERNO BONITO

EN EL PERSONAJE DEL BARRIO DE HOY:

“EL CHILAQUIL”

El minero es el trabajador más explotado. Por su trabajo de topo, por la enfermedad que les da en los pulmones por las miles de partículas de polvo que respiran. Además su muerte es muy lenta y agónica. Cuando tienen esa enfermedad no tiene cura. La familia sufre, llora, a veces no por el dolor sino que no tiene dinero para sus funerales.
Muchos de los mineros viven con la idea de jubilarse, pero esto es a los 30 años de trabajo que, la verdad, nadie los aguanta. Muchos mueren antes, pues su promedio de vida es de 50 años.
La mayoría de los mineros se cancelan con algunos años de antigüedad. No les paga la compañía, ellos buscan trabajo por otras partes, y al no encontrarlo regresan a la mina y los reciben, pero como nuevos.
David Rodríguez Pérez siempre trabajó como burro en las minas de Santa Ana, Paraíso, El Bordo, como perforista, y lo hacía en chiflones, rebajes, frentes. Nunca protestaba, para él a donde lo mandaran todo era mina. Le decían “El Chilaquil”.
Tenía unos meses que habían cerrado la mina de San Juan Pachuca, y se enfermó de la terrible enfermedad llamada “Silicosis”. Estaba en un cuarto de una vecindad de adobe, a punto de derrumbarse, en el barrio El Arbolito. Con techo de lámina, piso de ladrillos y falta de aplanados en las paredes. Se encontraba en  una cama  “El chilaquil”.
Se le había desarrollado la enfermedad de la silicosis. Estaba acostado en un catre desde hacía dos semanas, luchando a calzón quitado con la muerte.
Comenzó a toser muy fuerte, con tos explosiva, que parecía que se le iba a salir el bofe. Sacaba los ojos, angustiado. Las venas del pescuezo se le inflamaban, que parecían reventársele. Se ponía como camote. Le faltaba el aire. Su vieja corrió a llevarle un trapo para limpiarle las flemas, y con el aventador le echaba aire y le daba de palmadas en el lomo:
¡Viejo, viejo, por favor, háblame!
Coff. ¡Ayy! Cabrón… Uff.
Y soltaba el aire, repetidas veces.
Ya viejo, descansa un poco.
Uno de sus hijos le gritaba a la señora:
Mamá, mi hermano quiere hacer caca.
Ponle la bacinica.
No quiere, le va a ganar en los calzones. Córrele.
La señora dejó a su señor y fue a ver a sus hijos. Al más grande le dio un jalón de greñas y al chiquito lo agarró a nalgadas:
Chacho cochino. Tienes todo el día para cagar y se te ocurre ahorita que estoy atendiendo a tu padre.
Le volvió a dar de nalgadas y lo metió en una tina de agua fría para lavarle la cola, y le dijo a su hijo:
Sácalo y ponle su calzón,  llévatelo al patio. Juega con él, entretenlo.
Regresó con su señor, que no dejaba de toser. Le limpiaba la saliva y las flemas, le puso una almohada a manera de que estuviera semi-sentado, destapó un frasco de medicina, la echó en una cuchara y se la dio en la boca:
Tómate tu jarabe, ya te toca.
Ay, vieja, mejor báilamelo. Esta madre no me hace nada.
Me dijo el doctor del seguro que te lo tomes tres veces al día y te vas a componer. Hay que tenerle fe a la medicina.
Esos doctores se hacen pendejos. Saben que la silicosis no tiene cura. Ellos dicen  que lo que tengo es enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC). Pero son piedritas que tengo clavadas en  los pulmones. El EPOC le da a los que fuman mucho o a la familia que guisa con carbón.
Debes de cuidarte, viejo. No sabes lo preocupada que estoy. Las mujeres de los mineros sufrimos más que ustedes al verlos enfermos. Hazlo por tus hijos, están  todavía muy pequeños. Lo que pasa es que ya te quieres ir y dejarme todo el paquete, qué chingón eres; pero tienes que seguirle hasta que Dios te llame a que le rindas cuentas.
Ya está pinche, por favor cállate. Mi vida está a punto de terminar para mí. Ando rasguñando las nubes. Hace rato que dormité, vi a San Pedro. Lo que habías de hacer es darme una botella de tequila para que me empede, por si llego al infierno no le tenga miedo al diablo.
¡Mira nada más! Qué chistoso. Lo que debes hacer es echarle muchas ganas. Pídele a Dios que te mande el alivio. Ya le prometí a la Virgencita de San Juan de los Lagos que si te alivia vamos a su templo.
No mames, pinche vieja. Mejor llévame a Acapulco. Al mirar tanta vieja buena en bikini, a la mejor se me se me levanta el ánimo.
Yo te lo voy a levantar pero de un madrazo en el hocico. No te la pongas difícil, viejo, mejor vamos a echarnos un caldito.
¿Pero cómo me pides eso? No ves que me puede hacer mal.
De pollo, no seas payaso. Voy al mercado a comprar unas mollejas, unos higaditos, y con arroz, hasta te vas a chupar las uñas. Me voy a llevar a los muchachos para que no te hagan ruido, y te dejen descansar.
Déjalos que hagan lo que quieran. ¿A qué horas llegan los demás de la escuela?
Ya no tardan. Voy a dejar hirviendo el agua para que cuando llegue Juana eche la carne y al medio día ya le estaremos dando en la madre al pollo.
La señora le dio instrucciones a su hijo el grandecito, que tenía 6 años.
No dejes que tu hermanito chille. Juega con él, no molestes a tu padre. Si el niño tiene hambre dale un bolillo con café. No me tardo. Voy al mercado, les voy a traer una naranja.
La señora agarró el rebozo, su bolsa y salió hecha la madre. Al poco rato fueron llegando sus demás hijos del “Chilaquil” de la escuela. Otros andaban en la calle. Le preguntó su hija mayor, de 14 años:
¿No se te ofrece nada, papá?
No hijita. Estoy bien.
Tienes tus labios secos. Te voy a dar un poco de agua.
¡Agua! Si no soy rana. Gracias, hija, pero siempre he sido alérgico de esos líquidos.
Llegó la señora del mandado, y se puso a partir el pollo. Lo echó a la olla y se fue a acercar con su viejo:
¿Cómo te sientes viejo?
La verdad, de la chingada. Yo creo que me voy en el carro de la una. Todos los mineros tenemos esta suerte de estar sufriendo, por eso envidiamos a los que se matan dentro de la mina. Les cae una piedrota a media madre y ni pío dicen.
Cállate, mi amor. Tú tienes que vivir. Imagínate qué voy a hacer con 15 hijos que te los aventaste uno cada año.
Es que tomaba pulque muchachero.
La niña mayor puso la mesa. Cada uno de sus hermanos jaló su cajón para sentarse y se pusieron a comer. La señora, muy contenta, escogió un pedazo de pechuga y se le llevó a su señor, con un caldito de pollo.
No tengo nada de hambre, vieja.
Come, si no los niños van a dejar de comer.
A “El Chilaquil” se le estaban haciendo los ojos de borrego, y llamó a todos, que se pusieran alrededor de su cama. La mujer se sentó en su cabecera, y les dijo:
Ha llegado el momento de despedirme de ustedes. Les pido que se porten bien, busquen la manera de seguir estudiando. Perdónenme que no les haya dado lo que ustedes merecen. La verdad no pude. Siempre he estado jodido.
La fémina comenzó a llorar amargamente, contagiando a sus hijos. Le apretó la mano a su esposo, y le dijo:
No te vayas todavía. Ayúdate para que estés con nosotros más tiempo.
No es porque yo quiera, me llevan. Apenas los distingo. Pero no llores. Me voy contento porque en esta vida ya cumplí. Traté de ser mejor, y valí madre por esta pinche pobreza. Perdóname vieja, por todos los sufrimientos y los madrazos que de vez en cuando te di. Acérquense todos para que les dé un beso.
La señora le pidió a uno  de sus hijos que fuera a traer a su abuelita, la mama del “Chilaquil. Sus hijos no dejaban de llorar. “El Chilaquil”, con las manos temblorosas, les hizo caricias, y le salieron las últimas lágrimas.
Adiós, vieja, te dejo un paquete duro. Tienes que luchar para que ninguno de los niños sea minero. Procura que estudien, que sean honrados, que no tomen. Dirás que el diablo predicando, pero incúlcales el trabajo, que no sean como fui. Ya estoy mirando a la muerte que viene por mí.
Es tu mamá, que la mandé a traer para que te despidas de ella.
La señora, ahogándose con sus lágrimas, lo abrazó y le dijo:
No te vayas, viejo, me haces mucha falta.
Dame un beso.
La señora se limpió las lágrimas y se le acercó:
Para la trompa, así como me diste el primero, y ahora el último.
Gustavo “El Chilaquil”, soltó el último suspiro. Su mujer le cerró los ojos y, con palabras entrecortadas por el llanto, les dijo a sus hijos:
Su padre ha muerto. Hínquense, vamos a rezarle un Padre Nuestro.

Related posts