“EL CHINCHES”
Era mediodía, “El Chinches” trabajaba en pleno rayo del sol, en el Cerro de Cubitos. Se limpiaba la frente con el dorso de la mano, el sudor que le escurría por los lados y le bajaba por la cola. Soltaba el aire haciendo los labios como oso hormiguero.
Estaba en plena chinga loca, revolviendo la grava con la arena, haciendo la revoltura porque iba a hacer un colado. Como hacía mucho calor, daba unas cuantas paladas y descansaba.
Estaba muy encabronado porque su ayudante no había ido a trabajar, ni le aviso, lo dejó morir solo y estaba sufriendo las de Caín. Para él, era mucho trabajo, no sabía por dónde empezar. Le había hecho un hueco a la revoltura para echarle agua, cuando vio a su vieja que con trabajos subía el cerro.
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¡Huy! Viejo, me cae que por un pelito no llego. Está bien parada la subida. Lo malo es que te vas a quedar a medio tragar. Al bajar del camión se me atoro la nagua y que me voy de hocico. Se quebró la ollita en que te traía un chilito de puerco, bien rico, y te vas a erizar todito cuando te diga que se quebró la botella de pulque.
“El Chinches” respingó y le gritó a su mujer:
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¡Babosa! Eres una burra. ¿Entonces a qué viniste? ¡Lárgate antes de que te agarre a patadas!
Lupita, muy apenada, bajó al suelo la bolsa que escurría de caldo y pulque, y contenta le dijo:
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Los frijolitos no se cayeron, están calientitos, comételos, no seas berrinchudo. Todo está muy sabroso.
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¿Con que me los voy a bajar? ¡A brincos! No mames, pinche vieja, si sabes que el pulque lo tomo como medicina. Aparte de que da fuerza, fortalece los pulmones.
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Pídele a la señora que te regale un vasito de agua.
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¡Agua! Si no soy rana. Mejor vete porque si me enfado te voy a rajar la madre. Solo a ti se te ocurre con este calor dejarme sin pulque.
La señora se quedó parada mirándolo.
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Perdóname viejo, pero los choferes de los camiones todavía no te bajas y arrancan.
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¡Ya cállate el hocico!
“El Chinches” le arrebató la bolsa y dándole vueltas la aventó lejos. Le fue a caer a un señor que andaba por ahí haciendo sus ejercicios. Limpiándose la cara del caldo de frijol, miraba para todos lados a ver de dónde le había caído la bolsa. Se dirigió muy furioso a donde estaban. “El Chinches” al verlo se hizo pendejo mirando para otro lado. El hombre le puso un madrazo seco en el mero hocico, que cayó parando las patas. Quedó como el señor de los suelos. Luego se le cerró a golpes, lo paró de las greñas, que su cabeza parecía pera loca. Le iba a dar de patadas y la señora se metió.
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Perdónelo, señor, lo hizo sin querer. Se le cayó la bolsa.
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Que se fije para la otra vez. Me descalabró con los trastes que tenía adentro. La que me chingó fue una olla de barro.
La mujer sacó las tortillas y le dio la servilleta.
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Límpiese la sangre.
“El Chinches” se levantó y herido en su amor propio, se le puso en guardia como karateca, apoyando las patas en el suelo, moviendo las manos para arriba y para abajo. El sujeto lo midió y le puso otro santo madrazo que lo volvió a tirar, y tuvo que hacerse el muertito para que ya no lo siguiera golpeando. Lupita lo levantó y le dijo:
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¡Ya viste, cabrón, lo que te pasó por nervioso! El que te rajó la madre fue un luchador rudo, se llama “El Perro” González.
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¿Por qué no me lo dijiste? ¡Ya vámonos!
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Avísale a tu patrona que te caíste y que ya no puedes trabajar hasta que se termine la incapacidad, no te vaya a demandar por abandono de trabajo.
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¡Ni madres! Yo le aviso. Trae la pala que estás ocupando.
“El Chinches” se dio la media vuelta y camino por delante. La fémina lo siguió, se bajaron en silencio. Lupita iba muy preocupada, sin decir nada. La verdad su viejo se veía muy mal de la madriza que le habían puesto. Caminaba como viejito abierto de patas, y se iba de lado, le habían descuadrado el cuadril a patadas. Poco a poco bajaron el cerro y con mucho trabajo y cansados, llegaron al barrio. No quiso viajar en camión porque la gente al ver que tenía la trompa de puerco y todo golpeado, le hacía preguntas. Afuera de la cantina estaba su chalán. Al verlo le preguntó:
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¿Qué le pasó, maestro? ¿Lo atropelló un camión? Lo acompaño y vamos a poner la queja a tránsito.
Le dijo Lupita:
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Le pegó un güey, no lo atropelló ningún camión.
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¡Ya ve, maestro! Y usted me presume que es el ay nanita para eso de los madrazos.
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¡Sí! Lo soy, pero me agarró descuidado.
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Échese un pulque para que se relaje, me cay que con eso va a quedar al tiro.
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Voy a la casa a lavarme y regreso.
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Aquí lo espero, no vaya usted a salirme con la jalada que se le olvidó.
Su señora le puso agua a calentar para que se diera un baño de caballo; luego, con mucho cuidado, le curó el hocico que tenía abierto. Le puso unos lienzos en los ojos.
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¡Ay! Me quemas. Mejor ponme un bistec para que se me quite lo morado.
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No seas payaso. Si tuviera el bistec mejor me lo comía. Voy a ver a mi comadrita a ver si tiene planta chupona, con esa te la pones en toda la cara y te va a quedar como nalga de princesa.
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Ya me siento mejor. Voy a echarme un pulque a la cantina para que se me olvide lo que me pasó.
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Mejor descansa y duérmete un rato, mañana tienes que irle a terminar a la señora. Cuando le dijiste que nos veníamos se molestó. Le dije que hoy no podías porque te habían asaltado.
“El Chinches” se dio la media vuelta como pinche burro, sin hacerle caso a su vieja. Se bajó y se metió a la cantina “La Veta de Santa Ana”, en el barrio El Arbolito, y se puso a chupar con sus cuates. De momento entraron varios policías con su rifle en la mano.
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¡Nadie se mueva! Todos contra la pared.
Sorprendidos y asustados, se pusieron contra la pared, levantando las manos. A macanazos y aventones, los esculcaron, dándole con la culata del rifle al que se les ponía pendejo. Afuera estaba un autobús donde ya llevaban a otros de otras cantinas. Les dijo el policía:
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Todos formados van a salir de la cantina y se meten al camión ordenadamente. Alíniense por la derecha.
“El Chinches” le preguntó:
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¿Por qué me llevan si no he hecho nada malo?
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¡Tú jálale, y cállate el hocico!
Se los llevaron a la barandilla y los encerraron en el calabozo que estaba lleno. Toda la gente del barrio llegó a las puertas de la barandilla para saber por qué se habían llevado a sus familiares. Algunos protestaban, pero les daban de macanazos. Se comenzaron a aventar sobre la reja. Adentro había policías armados esperando la orden de darles un pinche balazo. Estaba un uniformado con cara de buena gente, y la mamá del “Chinches” le preguntó:
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¿Por qué los trajeron, señor?
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Son órdenes de arriba. No los van a dejar salir hasta que mañana cumplan una faena completa en la construcción del Palacio de Gobierno.
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¡Pero ese es un abuso!
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¡Claro que no! El Palacio de Gobierno es del pueblo y lo tiene que construir el pueblo. Váyanse a sus casas, ustedes no van a entrar ni ellos a salir.
Al día siguiente, a las 6 de la mañana, a todos los presos los sacaron en camiones de carga y los trasladaron donde ahora es la Plaza Juárez. Los calificaron para hacer su trabajo: Peones, carpinteros, plomeros, albañiles y ayudantes. Los formaron y les habló un comandante:
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Les vamos a dar una tarea de las 7 de la mañana a las 7 de la noche y cuando terminen, quedan libres. Todo el lugar estará vigilado por soldados, policías preventivos y agentes investigadores. Al que quiera escapar le damos dos faenas como castigo.
Todos, como hormigas, para salir comenzaron a trabajar, pero “El Chinches” le dijo a su chalán:
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Yo no trabajo, me cae de madre. Si cuando me pagan no lo hago, menos de gorra.
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¿Pero cómo le hacemos para escaparnos?
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Ahorita mismo nos echamos a correr.
Corrieron como locos, subiendo por Gómez Pérez, llegando a Abasolo se subieron por Peña y Peña, pasaron por el barrio El Atorón, por La Palma y llegaron a El Arbolito, y al ver que nadie los seguía se metieron a la cantina a echarse un pulque para el cansancio. Cuando le iban a dar el primer trago llegó la policía y se los llevó y tuvieron que trabajar dos faenas por hacer el gran escape.
Esto sucedió en los años setentas cuando estaba de gobernador Manuel Sánchez Vite. Puso el toque de queda a las 8 de la noche, los sábados y domingos, y todo aquel que andaba a esas horas se lo fregaban trabajando gratis. De ahí se hicieron grandes obras como el Palacio de Gobierno, el teatro Bartolomé de Medina, el Tribunal para Menores. Después se puso a otro gobernador que tenía los mismos ideales y hubo un golpe de Estado.