UN INFIERNO BONITO

“EL PELUCAS”

Don Julián era un minero que en sus tiempos no había quién le ganara para barrenar en cualquier mina y en cualquier lado, frentes, rebajes, cielos, planes. Era muy peleonero, se la rifaba con cualquiera, demostraba que era bueno para el madrazo, y no le tenía miedo ni al diablo.

Siempre andaba pelón por las descalabradas que le hacían en los pleitos, pero nunca se le abría a ningún chango marango.

Vivía en el barrio de “La Palma”, en un callejón que se encuentra en la calle de Observatorio, que se llama Manuel Doblado.

Vivía con su jefa Goyita, una viejita chaparrita, muy buena gente. Se lo trajo de Real del Monte porque ya lo habían amenazado que le iban a partir la madre.

Era trabajador de la mina La Rica.

Conoció en la vecindad a otro borracho igual que él, que se llamaba Ernesto Hernández, mejor conocido como “El Chirimoya”.

Formaban la pareja atómica y tomaban mucho pulque. No había día en que no llegaran borrachos a sus casas. Él era casado y como apodo le decían “El Chirimoya”.

Su mujer era grandota y tenía un genio de todos los diablos, llamada Francisca, mejor conocida en el bajo mundo como “Doña Pancha”.

Lo tenía amenazado de que un día se le iba a ir a su tierra si seguía de borracho. Lo iba a dejar de a perro. No entendía razones y no se le quitaba lo tomador.

Un  día que estaban en la cantina “El Relámpago” le dijo Julián:

  • ¿Qué te pasa, calabaza? Tiene días en que te veo muy triste, achicopalado; si tienes algún problema, yo te ayudo con gusto, para eso somos muy cuates.

  • No me pasa nada, vamos a decir salud.

Así pasó el tiempo, y, poco a poco, dejaban de verse. Ernesto se le escondía a la salida de la mina a Julián, para que no se fueran a la cantina, y cuando lo encontraban de frente, le ponía un pretexto. Le reclamó Ernesto:

  • Ayer te vi y te hiciste pendejo, por más que te chifle, no volteaste. ¿Por qué? ¿Ya no te quieres juntar conmigo? ¿Acaso es cosa de tu mujer? A lo mejor ya te dio a beber agua de coco.

Ernesto se quedó callado, y luego le dijo:

  • No es nada de lo que dices, vamos a la cantina y allá hablamos, de amigo a amigo.

  • A ver, dime qué te pasa.

  • Te la voy a soltar, y no quiero que lo tomes a mal. Yo quiero mucho a mi vieja, y me dijo que si sigo de borracho se va ir para su tierra. Ella es de Sinaloa, y yo tengo miedo de que lo haga. Ya tiene días que duerme con las patas cruzadas.

  • ¿Por qué te lo dice? ¿Por mí? No mames, cabrón. Ya estás grandecito, ya tienes peleas en la coliseo.

  • La verdad sí, porque desde que nos conocimos le entramos muy duro al neutle. Mejor vamos a ser amigos, pero ya no voy a tomar. Se lo prometí.

  • Deja que se vaya tu pinche vieja. Hay muchas aquí en Pachuca.

  • Pero ninguna como ella. Así que desde este momento te digo adiós, cada quien su camino.

Eso hizo enojar a don Julián, que hasta los pelos se le pararon.

  • Órale, cabrón, a la chingada, pero un día me vas a buscar y no me vas a encontrar; y procura no encontrarme briago porque te puedo desconocer pero, viéndolo es mejor. Así si nos vimos nos hablamos, pero hoy la cortamos, y yo no quiero tener un amigo mandilón que su vieja lo mande. Como dijo la Venada: cada quien a la chingada.

Ernesto se salió y Julián siguió como siempre, no había cambiado en nada. Hasta que un día, en el callejón se puso una virgen de Guadalupe y a él le tocó ser uno de los organizadores para su fiesta. Anduvo de casa en casa pidiendo su cooperación para contratar un sonido y hacer un baile. Con papel china arreglaron y estando dentro de la iglesia, se volvió bueno. Con el paso del tiempo, se casó y su vieja lo tuvo de mandilón. Ya no quiso que viviera en el barrio ni que tampoco fuera minero. Se volvió peluquero. Con el tiempo, aprendió ese oficio y así pasaron los años.

A la salida del barrio El Arbolito había una peluquería, era un local chico, lleno de espejos, con un sillón viejo en el centro y varias sillas alrededor; pero se notaba que ni las pinches moscas se paraban. Sentado como chango, estaba don Julián “El Pelucas”, durmiendo con el hocico abierto, que se le caía la baba. Por momentos, dormía profundamente y roncaba como olla de frijoles por falta de clientes. Bajó por ahí “El Cabezotas”, al verlo durmiendo agarró una piedra y le pegó muy fuerte a la puerta de lámina, que el peluquero, espantado, se levantó rápido y se pegó en la cabeza con una de las cómodas, que lo volvió a sentar.

– ¡Órale, pinche chupas, no espantes! ¡Qué susto me distes!

“El Cabezotas” no dejaba de reír, hasta se agarraba la panza.

  • ¡Pinche maestro, parece que está chipil! Los ojos los tiene de bolsa de tanto abrirlos y cerrarlos todo el día.

  • ¿Te vas a pelar?

  • ¡Pero qué me pelo, si estoy pelón! Sólo que me quiera sobar la cabeza.

  • ¡Te voy a sobar pero el lomo!

“El Cabezotas” jaló una silla y se sentó junto al peluquero, que se sobaba la cabeza por el madrazo que se dio.

  • ¡Ya, pinche maestro, no se esté espantando los piojos!

  • ¡No mames, güey! Me cay que me descalabré.

  • ¡A ver, déjeme ver! No sea chillón, sólo se hizo un chipote.

  • ¡No me andes espantando, se me puede ir la leche!

  • ¡No me jale!

  • ¡De las patas!

  • Estaba soñando que una güerita entraba a la peluquería para que le emparejara su pelo. La tenía sentada en el sillón y se lo acariciaba, cada que le daba la vuelta y quedaba de espaldas recargaba mi cara en su suave cabellera. Cuando ella sacó su mano de la sábana para acariciarme, de pronto escuché el madrazo que le diste en la puerta y me espanté.

  • ¡Tenga cuidado, no vaya a tomar agua porque se puede quedar panzón como su hermana!

  • ¡Me la prestas una semana!

  • ¡Ya mejor había de buscar otra chamba, porque como peluquero va a valer puro chile!

  • ¡No chille, aguántese como su hermana! Me cae que con esta situación me voy a morir de hambre. Estoy trabajando con números rojos. Nadie quiere entrar a pelarse, prefieren andar como leones melenudos, y  no saco para el chivo. Mi vieja comienza a rebuznar, he tenido un chorro de broncas con ella. Ayer. para completar lo del gasto, fui a empeñar una máquina del cero, dos navajas de rasurar y unas tijeras. Es mediodía y no me ha caído ni un pinche greñudo.

  • Es que usted los ahuyenta, aparte de carero, les quiere leer la Biblia. Había de tener aquí en su changarro revistas de viejas encueradas, periódicos del día. ¡Mire los periódicos y revistas que tiene, son del año del caldo! Están amarillos y manchados de tanto miado de ratón, son de varios años y pico atrás.

  • ¡No es eso, Cabechupas! Lo que pasa es que quieren andar como mujercitas o muchos de ellos son puñales.

  • ¡Vamos a la cantina y le invito un pulque para que se le levante el ánimo!

  • Ahorita no se me levanta, aunque vea a tu hermana en cueros; además estoy en ayunas, el pulque me vaya apendejar y si llega un cliente le puedo mochar una oreja.

  • ¡Se la recorto para que le quede pareja! Cierre su pulguero, ya mañana será otro boleto, pero si no quiere ir, voy por un garrafón de pulque y aquí no lo chingamos. Baje su lira y se pone a cantar unas rolas, a lo mejor llega una manifestación de greñudos.

  • ¡Pero…!

  • ¿Pero qué? ¿O tiene miedo de que le pegue su vieja? Voy por el pulque, es el único remedio que cura los males. Sólo borracho se olvida lo jodido.

El sonsacador del “Cabezotas” fue por el garrafón de pulque, mientras don Julián, muy pensativo, se quedó parado en la puerta. Miles de ideas cruzaron en su mente. Se imaginaba a su vieja con la mano estirada para que le diera el gasto. Al pobre peluquero le chillaban las tripas de hambre, parece que se había tragado un gato; también se le figuraba un plato de frijoles de olla bien calientitos. Todo se borró cuando llegó “El Cabezotas”.

  • ¡Listo, don Julián, écheme de habladas!

  • ¡Te voy a echar pero de un pujido!

“El Cabezotas” escombró una mesita, le puso una de sus sábanas, sacó dos vasos y le sirvió, diciéndole salud. Después de unos vasos el peluquero demostró su euforia, echó un grito como Pedro Infante, descolgó su guitarra, y le dijo:

  • ¡Esta es la canción que le gusta a mi vetarra! “Te he de querer, te he de adorar, aunque le pese al mundo, si se enojan porque te amo más adrede lo he de hacer”.

“El Cabezotas” sonriendo estiraba el brazo, y luego lo encogía de golpe, diciendo:

  • ¡Yeesss!

Conforme iban tomando, se ponían pedorrecontentos y formaban  un dueto que al cantar ladraban los perros. Le dijo “El Cabezotas”:

  • Vamos a echarnos “La Mancornadora”, esa canción me recuerda mucho a mi vieja.

  • ¡Ya rugiste, cabezón!

  • Shit. Me cae maestro, sin relajo o con el relajo de fuera, usted canta y toca a todisísima madre. Los Panchos le quedan chicos.

  • ¡Qué bueno que me prestes atención!

El peluquero se pulía cada vez más tocando su guitarra, aunque sonaba un poco desafinada porque le faltaba una cuerda. Ya eran cerca de las 9 de la noche cuando entro a su peluquería uno de los Calcetines, que era el jefe de la banda de vagos, y le dijo:

  • ¿Me puede echar un corte?

  • ¡Simón! Siéntate y dime cómo lo quieres.

  • ¡Híjole! Pero está usted bien borracho, mejor vengo mañana.

  • ¡No, joven! Si me voy de lado es que se me durmieron las nalgas de tanto estar sentado, y me dieron calambres en las patas, por eso me iba a caer, pero ya pasó.

El peluquero abría los ojos lo más que podía y metía las tijeras a lo loco, dejándole unas mordidas como si se las hubiera dado un burro. “El Tarzán” muy enojado se bajó del sillón y le dio un aventón al peluquero, que cayó de cola, paró las patas dándose un calaverazo en el suelo. “El Cabezotas” que estaba igual de briago, salió al quite aventándole un madrazo al cliente, que si no se agacha le vuela la cabeza.

  • ¡A mi amigo ningún cabrón lo empuja!

El jefe de la banda de “Los Calcetines” del barrio El Arbolito silbó y llegaron como 20 vagos que los madrearon y les quebraron los espejos y destruyeron la peluquería, mandándolos al hospital. Al pasar el tiempo, nos dimos cuenta que cada uno tiene su destino. Ernesto no sale de la iglesia y a Julián lo tiene su vieja en la cocina, pues es el que pela las papas.

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