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UN INFIERNO BONITO

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“EL PATACHÍN”

A José Pérez le fallaba una pata, al caminar rengueaba, tuvo un accidente cuando trabaja en la mina, lo atropelló el motor y le quebró la pierna derecha. Lo operaron en el Hospital de la Compañía Real del Monte y Pachuca pero no quedó bien y al caminar arrastraba la pata. No lo dejaban entrar en las cantinas porque se llevaba el aserrín y sus compañeros le decían “El Patachín”.

Vivía en la calle de Candelario Rivas, en el barrio del Arbolito, en una vecindad muy vieja donde  había casas derrumbadas y muchas de las viviendas que no tenían luz. La mayoría de los vecinos tenían que dormirse como pollos porque se rumoraba que cuando comenzaba a oscurecer se escuchaban gritos, ruidos raros, y decían que se aparecía una sombra y que espantaban.

A “El Patachín” le valía madre, como siempre andaba borracho, decía que a él no lo espantaba el petate del muerto, y que si se le presentaba el diablo lo retaba a madrazos. No le tenía miedo ni a su suegra.

Llegaba a la hora que fuera, y subía el oscuro callejón agarrándose de la pared para que no se cayera, aunque había veces que se le terminaba y se iba de hocico.

Para que su vieja saliera a echarle la mano y lo ayudara a llegar a su casa, se paraba en la entrada de la vecindad, le silbaba como arriero, espantando a los perros que no dejan de ladrar, haciendo que los vecinos se encomendaran a Dios, pensaban que era un alma en pena. Serafina, su vieja de “El Patachín”, salía con una lámpara de carburo para ayudarlo a cruzar el patio, no se fuera a  romper la pata buena, y lo regañaba:

-Ya ni la chingas, José; estaba durmiendo a toda madre, y me despiertas con tus pinches chiflidos. Parece que estás en el cerro. A tus amigotes con quienes tomas les habías de decir que te ayuden y no vengas a fregar. No hay día en que vengas en tu juicio.

-No te chispes, vieja, es para que eches la luz. No creas que por miedo. Si a tu madre que era muy gritona le callaba el hocico, cuantimás a un pinche muerto. Lo que pasa es que hay muchos agujeros en el patio, que parece que ando en las calles del centro de Pachuca y que me vaya a quebrar la otra pata. Además siempre lo haces porque tienes la obligación de hacerlo. Mientras viva me tienes que ayudar, debes de estar conmigo en las buenas y en las malas, así lo dijo el cura y así lo dijo el juez. Para qué respingas.

-Estaba soñando que me sacaba la lotería, cuando iba a cobrar el premio me despiertas. Pero de una vez te digo, que es la última vez que vengo a ayudarte.

-¿A poco te vas a morir? No la chingues. Aguanta vara. La vida es tan bonita que hay que gozarla. Acompáñame al baño.

La señora Serafina diciéndole de cosas, lo acompañó. Se paró en la puerta del baño. Hacía aire y estaba muy oscuro.

-Apúrate, cabrón, ya córtele. Llevas mucho tiempo y yo tengo frío.

-¡Oh, chinga!, parece que me estás tomando el tiempo.

-Es que vi una sombra. Los perros no dejan de ladrar. Yo mejor me voy.

Diciendo y haciendo, la señora Serafina corrió para su casa dejando a su viejo pujando en el excusado. Al llegar atrancó la puerta y se metió en medio de sus hijos en la cama. Poco después escuchó que arrastraban la pata. Era su viejo que también llegaba enojado. Al tocar y no le abrían le dio de patadas a la puerta. Su señora le gritó desde adentro:

-Vas a tirar la puerta.

-Pues abre, pendeja, te voy a madrear, ¿por qué te viniste? Me dejaste morir solo y ni papel me dejaste.

-Verdad de Dios, viejo, te lo juro por mi madre, que vi a un muerto. Era una calaca, levantó las manos para agarrarme,  por eso me vine corriendo. Pensé que me seguía y por eso atranqué la puerta. Me cay que clarito vi que me siguió y por las moscas tuve que dejarte afuera. No vaya a espantar a los niños, luego se hacen diabéticos.

-No mames, son tus pecados, pinche vieja, así has de tener tu conciencia cochina. Los muertos, muertos están, y no regresan. Si eso fuera, tu jefa me estaría molestando, ya ves que no me quería. Ella fue la que echó la maldición para que me accidentara en la mina. Dame de cenar y borrón y cuenta nueva.

-No digas eso de mi mamacita porque un día se te va aparecer. Si te accidentaste en la mina fue por pendejo.

-Ya cállate y párate a darme un taco. No he comido nada.

-Es porque no quieres. Todo el tiempo estás en la cantina, parece que tu madre te pario allá. Desde que te conozco en años, dos veces te he visto en tu juicio. Tus hijos ni te conocen. Te vas por la mañana y llegas a medianoche.

-Ya no me la hagas de tos porque me estás sacando de juicio y te van a llover los madrazos.

-Escucha los perros. ¡¡Ay nanita!! Para mí que anda un espanto suelto. Yo, por las moscas, no me muevo de aquí. Sírvete lo que encuentres. Escuchas pero te haces guaje. Tienes valor porque vienes tomado, pero yo estoy en mi juicio.

-No seas cobarde, vieja, tantos años que llevas conmigo, y me sales collona. Yo pensaba llevarte de campamento al monte, pero veo que le sacas. Levántate y vamos a que me enseñes qué viste.

-¡Ve tú! Te digo que era una pinche calaca. Me puse chinita, por poco y se me doblan las patas. Tú por estar de cagón, no te diste cuenta. Escucha los perros, no dejan de ladrar. Ya come y échate a dormir.

-Esos perros ladran de hambre, si fuera un espanto ya se hubieran callado el hocico.

-¡Sépala! Entonces, a lo mejor será un ladrón, porque a Juanita le robaron sus cobijas que lavó ayer, las dejó tendidas en el tendedero.

-No mames. Ora sí te contradices. ¿No que habías visto una calaca? ¡A ver, sóplame, a lo mejor eres tú la peda!

-A poco crees que somos iguales, cabrón. Vivimos juntos pero no revueltos.

-¡No me insultes, vieja! Es mejor que te controles porque me cae que te puedo parar y llevarte de las greñas. ¿A poco crees que ya se me olvidó que me dejaste en el excusado? ¡Qué tal si hubiera sido un depravado  y me agarra con los pantalones en la mano! Aquí tenía una botella de caña, ¿dónde la dejaste?

-Está arriba del trastero, la subí por los muchachos. Nomás me descuido y le dan un pegue. Se parecen a ti, todo lo que encuentran se chupan.

Mientras que José cenaba un plato de frijoles, se aventó media botella de caña, y le dijo a su vieja:

-Vente, acompáñame, te voy a comprobar que no hay ningún espanto.

“El Patachín” hablaba como loco, solo, porque la señora estaba roncando. La fue a jalar del brazo para que se levantara.

-Estate quieto, vas a despertar al niño. Va a creer que ya amaneció y va querer de comer.

-Pues acompáñame. Por las buenas, quiero enseñarte que en la vecindad no hay fantasmas, y si encuentro uno me lo empino.

La señora sabía que su viejo cuando estaba borracho era más necio que un diputado, y si lo hacía enojar se la llevaba a huevo.

-Como jodes, cabrón, me cae que no tienes madre. Llegas a la hora que quieres y uno tiene que aguantar tus pendejadas.

-A mí no me grites. La única que me gritaba y lo soportaba, era a mi jefecita, pera ya tiene un buen de tiempo que está comiendo pinole. Lo único que quiero es que me acompañes a dar un rondín en toda la vecindad para que desde hoy en adelante duermas tranquila. Me voy a llevar un palo por si algún perro se me pone al brinco.

Bostezando, abriendo la boca a cada rato como cocodrilo, la señora complació a su viejo acompañándolo entre la oscuridad, recorriendo la vecindad. Pasaba de la medianoche.

-Ya viejo, ya estoy convencida de que no hay fantasmas. Vámonos a dormir.

-No me des por mi lado porque me cae de madre que eso me saca de quicio, que me quieran seguir la corriente. Te voy a llevar hasta el último rincón de la vecindad donde se han caído las casas. Ten la lámpara, no vaya a ser que a lo mejor tengas razón. Me salga un muerto, y no pueda darle en la madre por tener las manos ocupadas.

Llegaron hasta donde terminaba la vecindad. José obligó a su vieja a meterse a los cuartos desocupados.

-No tiembles, vieja, suenas como maraca. ¿Por qué tienes miedo, si vienes con un hombre?

-No tiemblo de miedo, sino de frío. Vengo en fondo, con un  rebozo. Ni tiempo me diste de ponerme el vestido.

-Bueno, vámonos. Me da mucho gusto que quedaste segura de que en esta vecindad no hay espantos. Y al ratón les cuentas a las vecinas que te aventaste como el gorras y que es puro cuento de que sale el hombre sin cabeza y el charro negro y la sombra que no deja pasar a la gente.

De momento la señora se cayó y gritó que espantó a “El Patachín”. Aventó la lámpara y se quedaron a oscuras.

-Cómo serás pendeja. Tú que llevas la luz te caes. ¿De qué te sirven los ojos de pescado que tienes en medio de los dedos de las patas?

-Ayúdame, por favor, a levantarme. Me di buen madrazo en el cuadril. ¿Dónde quedó la lámpara?

-Luego vengo a buscarla. Te voy a llevar cargando de burrito.

José se llevó cargando a su señora en la espalda, la dejó en la cama, sacó unos cerillos y salió a buscar la lámpara. La señora pensó en espantar a su viejo cuando entrara  a su casa para que se le quitara lo incrédulo. Por su parte, José pensó espantar a su vieja para que se le quitara lo miedosa. La señora se escondió detrás de la puerta, envuelta en una sábana blanca. “El Patachín” se quitó el sombrero y se despeinó para que su vieja se espantara. Cuando entró a su casa, los dos al mismo tiempo dijeron:

-¡¡Buuuu!!

La señora se metió corriendo. “El Patachín” se salió haciendo lo mismo, pero se tropezó y se cayó abriéndose la cabeza. Por el escándalo, los perros no dejaban de ladrar. Salieron los vecinos a ver qué pasaba. Entre todos lo metieron a su casa. Se le había bajado la briaga, y les dijo, muy espantado, sacando los ojos y señalando a su casa:

-Era un muerto. ¡Yo lo vi! Se los juro. Estaba re feo el cabrón.

Desde entonces José “El Patachín” llegó temprano a su casa y creyó en los espantos. Mientras que a su mujer la llevaron a curar de espanto. Había bajado de peso, se puso amarilla como chale y flaca que se le notaba el esqueleto. Se armó un gran escándalo entre los vecinos y se corrió la noticia de que espantaban en la vecindad.