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UN INFIERNO BONITO

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EN EL PERSONAJE DEL BARRIO DE HOY:

“EL CALACA”

Hace muchos años, los gobernadores no eran tan mamones, no rompían las tradiciones que por mucho tiempo se tenían en Pachuca, ni tampoco adelantaban la Navidad prendiendo un árbol con bolas en la Plaza Juárez a principio de diciembre. Los Reyes Magos desfilaban por todo el centro de la ciudad; iban los 3 montados en su caballo, vestidos como reyes, saludando a todos los niños, prometiéndoles el juguete que pedían. Sus vasallos les daban dulces y recibían sus cartas.
Desde hace tiempo, cuando estaba de gobernador Miguel metió estas ideas y lo que hace el chango, hace la changa. Y los demás le siguieron la tos al gato, que deberían de pasar por el Río de las Avenidas con un olor desagradable. Esto que van a leer no es un cuento, en una historia que le pasó a un niño de aquellos tiempos.
Luis “El Calaca” era un niño muy vivaracho, tenía 10 años y cursaba el cuarto año en la escuela Justo Sierra, con el profesor Pompeyo. Su papá trabajaba en la mina de San Juan Pachuca, le decían “El Trompudo”. Estaba casado con una vieja chaparra, que se llamaba Rebeca, y vivían en el barrio de La Palma. Un día 5 de enero, “El Calaca” entró corriendo a su casa.
¡Jefa, jefa! Ya no tardan en pasar los Reyes Magos. ¿Me da permiso ir a verlos?
Muchacho pendejo, me espantaste. No, porque ya no tarda en venir  tu padre. Luego quiere una cerveza y no hay quien se la vaya a traer.
No me tardo, mamá. Quiero hablar con uno de los Reyes Magos para que me traiga en la noche un regalo.
Está bien, pero llévate a tus hermanos.
“El Calaca” le puso el suéter a su hermanita “La Chata”, que tenía 3 años, amarró los zapatos a su hermano “El Enano”, que tenía 5, y jalando de la mano, bajaron corriendo al Jardín Independencia, que es el centro de la ciudad de Pachuca, por donde cada año los Reyes Magos pasaban, hasta hoy que les cambiaron de ruta.
Entre apachurrones y pisotones, “El Calaca” y sus hermanitos se pasaron al frente de la fila formada por miles de niños acompañados de sus padres que ansiosos, esperaban a los Reyes. De pronto escucharon los cohetes tronar y en el cielo, dejando caer luces de varios colores. Los niños gritaban emocionados. “El Calaca” les decía a sus hermanitos:
¡Esos son los Reyes Magos! Melchor, Gaspar y Baltasar. Pídanles los juguetes que quieran.
La niña gritaba:
Reyes Magos, me traen una pelota y una muñeca.
Pancho “El Enano”, les decía:
A mí me traen una pistola de agua y un carrito.
Cuando los Reyes Magos pasaron cerca de ellos, “El Calaca” cargó a sus hermanos, corrió a cortarles la vuelta metiéndose por otra calle, para volverlos a ver. Así lo hizo varias veces, hasta que llegó a la Plaza Juárez. Los dejó recargados en una puerta y les dijo:
No se muevan de aquí.
Se metió entre la gente para saludar al Rey negro y le dijo:
Quiero que me traigas una máscara como la del Santo, el luchador. Vivo allá arriba, cerca del cerro, pero no se te vaya a olvidar, eh. Me llamo Luis.
Entre la muchedumbre, el Rey Mago le tomó su mano y le dijo que sí. Los tres Reyes Magos se perdieron entre la calle. “El Calaca” se regresó por sus hermanos y les dijo:
Vámonos, los Reyes están enterados de lo que pedimos y nos lo van a traer.
Llegaron a su casa muy contentos, y le dijeron a doña Rebeca:
Ahora sí, mamá, los Reyes Magos nos van a traer juguetes. Yo le pedí una máscara como la del Santo, y mis hermanitos sus carros, muñecas y pelotas.
La señora se lo quedó mirando, a punto de llorar, y le dijo:
Los Reyes Magos no suben hasta acá, hijo. Reparten sus juguetes a los niños del centro y no les alcanza para los que viven en el cerro.
“El Calaca” le dijo sonriendo, muy seguro:
Yo hablé personalmente con uno de ellos. No creo que me fallen.
Ya es hora de dormir. Tomen su café y acuéstense.
“El Calaca” devoró su pan, se tomó su café, y se fue a dormir en medio de sus hermanitos, acurrucándose con ellos porque hacía mucho frío. Era tan grande su ilusión que en pocos momentos se trasladó al mundo de los sueños.
Se vio sentado en la primera fila de la Arena Afición, para presenciar la lucha por el campeonato mundial entre el Santo, el enmascarado de Plata, contra el salvaje luchador Cavernario Galindo. La arena estaba a reventar. “El Calaca” sufría al ver como golpeaban a su ídolo el Santo.
Cada uno de los luchadores llevaba una caída ganada, y faltaba otra a cualquiera de los dos. El público brincó de emoción cuando el Santo azotó al Cavernario en la lona, lo levantó de los cabellos, lo retachó en las cuerdas, le puso una zancadilla que lo tiró a medio ring. El Santo se subió a la tercera cuerda y se lanzó desde arriba, dándole un tope en el estómago. Lo volteo, se subió encima de él poniéndole su llave predilecta: el caballo. El Cavernario se dio por vencido. El Santo había ganado el campeonato. Los gritos en coro de los aficionados se escuchaban muy fuerte:
¡Santo, Santo, Santo!
“El Calaca” no dejaba de aplaudir, estaba muy emocionado. De momento se reía y se apretaba las manos. El Santo se bajó del ring, se dirigió a donde estaba “El Calaca” y le dio la mano. El muchacho con mucho gusto se la estrechó, y le dijo:
Santo, cuando sea grande voy a ser luchador como tú.
El Santo le contestó:
Para llegar a ser luchador, hay que estudiar mucho y ser muy obediente con sus padres.
Estoy en la escuela, mi papá no quiere que vaya. Hace rato pasaron los Reyes Magos y les pedí que me trajeran una máscara igualita a la tuya.
“El Calaca” se quedó de una sola pieza cuando el Santo se quitó la máscara y se la dio. La agarró,  metió la máscara debajo de su almohada, puso su cabeza sobre ella, cuidando el más precioso tesoro. Pero su sueño fue interrumpido por un fuerte jalón de greñas que lo hizo que se sentara a media cama. Casi dormido, buscaba debajo de su almohada la máscara que el Santo le regaló. Al no encontrarla, buscaba entre los cuerpos de sus hermanitos que dormían profundamente. Les quitó las cobijas y se asomó debajo de la cama a ver si no se había caído la máscara, y dijo en voz alta:
¡Mi máscara que me dio el Santo, yo la dejé aquí y no está!
Su padre le dio un jalón de orejas y una patada en las nalgas.
Pinche muchacho loco. ¿Qué máscara ni que la chingada? Ve a traerme una cerveza.
El calaca se puso los zapatos y no dejaba de buscar con la mirada la máscara que le regaló el luchador. Cuando el niño regresó con la cerveza, muy triste, se acostó poniendo en fila su zapato junto con los de sus hermanos. Pensó no dormirse hasta que no llegaran los Reyes Magos, pero el sueño lo venció. Por la mañana se escucharon voces de niños muy contentos. Los Reyes habían llegado con juguetes. “El Calaca” despertó y vio su zapato tal como lo había dejado. Los Reyes Magos no le habían traído nada. Muy triste, se fue a sentar en el escalón de la puerta de su casa. A punto de llorar, vio que sus amigos de la vecindad jugaban con lo que les habían traído. Algunos les fueron a presumir sus juguetes y le preguntaron:
¿Qué te trajeron los Reyes, Luis?
No les contestó, y se metió a su casa. Le preguntó a su mamá:
¿Por qué a nosotros no nos trajeron nada?
Porque se han de haber portado mal.
Pero si “El Pollo” el hijo de doña Manuela, ha reprobado años y es muy desobediente, y al él sí le trajeron.
Entonces no sé por qué. Lárgate y no me estés molestando.
Los grandes ojos negros de “El Calaca” se nublaron por las lágrimas, y cada momento iba aumentando el llanto. Para que los niños de la vecindad no se burlaran de él, se salió a la calle. Estuvo por mucho tiempo con la mirada fija en un solo lugar, y no dejaba de llorar. Por ahí pasó el profesor Pompeyo, que vivía a unas cuadras, y le preguntó:
¿Qué te pasa Luis?
“El Calaca”, entre sollozos, le contó que no le habían traído nada los Reyes Magos. El profesor que conocía a cada uno de sus alumnos y sabía de sus ilusiones, le dijo:
Qué casualidad. Los Reyes Magos se han de haber equivocado de casa y me llevaron a la mía este paquete pero trae tu nombre y tu dirección, por eso te la traigo.
“El Calaca” tomó el regalo, lo abrió de prisa, al verlo sus ojos se agrandaron.
¡Una máscara del Santo!
Sin agradecer el regalo, “El Calaca” se la puso, se metió a la vecindad, echaba maromas y luchitas con los niños. Al pasar los años, Luis “El Calaca” trabajó en la Hacienda de Loreto, después en la mina de San Juan. La vocación de ser luchador creció al igual que él. Luchó en la Arena Relámpago, en el Centro Social y Deportivo Pachuca, en la Arena Afición. Se hizo profesional. Ha hecho pareja con el Hijo del Santo, Octagón, Máscara Sagrada, y muchas estrellas de la lucha libre. Lucha con el nombre de Solar, y cada 6 de enero regala juguetes a los hijos de los mineros que viven en los barrios altos, donde los Reyes Magos no llegan.
gatoseco@yahoo.com.mx