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UN INFIERNO BONITO

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“LA TEPOROCHA”

Todos los días, como a la 6 de la tarde, Petra “La Teporocha” se metía a la cantina El Relámpago, en el barrio de La Palma, y más tardaba en entrar que en salir de un aventón, cayendo a media calle, dando la maroma y levantando las patas. Se paraba rápido, y el cantinero la volvía a aventar.

        ¡Cálmate güey!

        ¡Es que tú no puedes entrar aquí! Pasa la pinche policía, y a mí es a quien multan.

        ¡Ah, chinga, chinga, chinga! Pero no te pases de listo; así como me avientas te ha de haber aventado tu madre.

En un descuido se volvía a meter a la cantina, refugiándose en un rincón. El cantinero iba por ella.

        ¡Salte por favor, pinche Teporocha, o llamo a la policía!

        ¡Llámala güey! No les tengo miedo a esos pendejos. ¿No me puedes vender una cañita?

        ¡Ya te dije que no!

         Entonces, llama a tus hermanos los Cuicos para que me saquen.

El cantinero mandaba al lava vasos a hablar por teléfono, y en menos que lo canta un gallo, ya estaba la policía. En aquellos tiempos eran más abusados que los de ahora, y no les pesaban las patas.

    -¿Qué es lo que pasa?

    – Con la novedad, mi jefe, esta pinche vieja está borracha y no se quiere salir.

    –   ¡Vieja tu madre!

Se la llevaban los policías, la metían al bote por armar un escándalo en la calle; al otro día la dejaban salir, y subía a la cantina. Era bien conocida como “La Teporocha” del barrio. Petra era una buena mujer, pero un día vio que su marido le estaba dando para sus tunas a su comadre, por lo que le armó un broncón de pelos. El hombre se llevó a sus hijos, y se fue a vivir con su comadre,  abandonándola. Ella, de decepción, se tiró al vicio. Se quedaba durmiendo la mona en la acera, a donde fuera. Veces que se metía a la cantina y se tomaba lo que estaba servido, valiéndole madre de quién era. Por eso la sacaban a madrazos. “La Teporocha” andaba mugrosa, chancluda, no se bañaba, pidiendo dinero para echarse una marranilla o, de a jodido, una cañita.

        ¡Ayúdame para un traguito, carnal! Nada más un trago y me voy.

         No mames, pinche “Teporocha”. Habías de pedir para un taco y no para el vicio. Báñate, que hueles a perro mojado.

        Si me vas a dar, regáñame; pero si no, cállate el hocico, cabrón. A ti qué te importa.

Doña Manuela tenía un changarrito, y le iba a pedir un peso.

         Te voy a dar 10 pesos, pero cómprate una torta. Me cae que estás re flaca. Ya se ven todos tus huesos.

         No se preocupe, Manuelita, así sé que no me falta ninguno. Muchas gracias, que Dios la bendiga, y que duerma como una hormiga.

        ¿Cómo duermen las hormigas?

        Con la cola para arriba.

Cuando le caía un dinero, corría a una tienda de casa Tila, que les vendía alcohol del 99 con tejocotes. Se lo tomaba y se ponía a cantar hasta que el sueño la vencía. Vivía hasta la zanja, cerca de la mina del Cuixi. Su vecina, María, al verla tirada le ayudaba a llevarla a su casa. La dejaba bien acomodada para que no se fuera ahogar. Al día siguiente, iba a verla temprano.

        ¿Cómo amaneciste, Petra?

         Como todos los días, con una sed de la chingada. Consígueme un traguito, no seas gacha.

         Ya deja de tomar, manita. Estás joven, tienes 30 años y representas lo doble.

         No me vengas con sermones, María. El trago es el único remedio para curar mis males. Ese desgraciado que era mi marido, destrozó mi corazón y mi vida. Pero asá le ha de ir al cabrón.

        ¿A poco nada más hay un hombre?

         Todos los pinches hombres son cortados con la misma tijera, buscan la de chingar y se van. Tú conociste a mi marido, era cariñoso, trabajador; se veía un buen hombre, y me dio maroma con mi comadre. Ni la religión perdonaron esos hijos de la chingada, pues éramos compadres de grado.

        Piensa cuál fue la falla. A lo mejor tu comadre se arreglaba mejor que tú, o está más bonita.

         Pinche vieja, está re fea, ni nalgas tiene. Por eso nunca pensé que mi viejo se fijara en ella. A lo mejor le dio toloache, ya ves que su madre le hacía a la brujería.

        ¿Qué sabes de ellos?

         Que se la llevó a vivir allá por el barrio del Lobo; pero se las tengo guardada. Un día que los encuentre les voy a partir su madre en cachitos.

        ¿Pero cómo? Si diario andas peda. Te habías de arreglar bien. Hueles a chivo, y tu casa apesta a madres. Mírate en el espejo.

         ¡Ah cabrón!

         Cambia de vida, Petra. Demuestra que tú puedes. A lo mejor recuperas el cariño de tus hijos.

         Esos ingratos, se fueron con su madrina la vieja tumba hombres. Chinguen a su madre.

         No te fijes, hay muchas clases de hijos. Hay tienes el hijo del Santo, el hijo desobediente, el hijo el Sum. Pon a calentar agua y te bañas. Te voy a traer un vestido, unos calzoncitos, aunque están un poco balaceados, pero al menos no enseñas la cola. También te voy a traer unos zapatos porque los que traes, sacas los dedos por los agujeros.

        Haré lo que quieras, pero tráeme un poco de alcohol. Estoy más temblorosa que un pinche perro chihuahueño.

        Te voy a traer una cuba, pero me prometes que poco a poco vas a dejar de tomar.

        Ya dijiste.

Su vecina, María, la estimaba mucho. Crecieron juntas, estuvieron en la misma escuela. Ella fue su madrina de anillos cuando se casó. Le llevó una cuba de las que toma su marido cuando amanece crudo. Petra se lo aventó de a jalón.

        ¡Ay, güey!

Petra se bañó, se peinó, lavó su casa con creolina, tiró todo lo que no servía. Se veía muy guapa. Cuando bajó al barrio todo el que la miraba quedaba con el hocico abierto. Años tenían de no verla arreglada.

         Ay, pinche “Teporocha”, abajo de la mugre había una buena vieja. Mira nada más que nalgotas tienes.

Al pasar el tiempo, le fue bajando al chupe. Trabajaba en una fonda de la calle de Guerrero, en Pachuca, luego en un restaurante en la calle de Matamoros. Se metió a la doble A. Cuando cumplió dos años de no tomar, sus compañeros la acompañaron a la tribuna, y dijo:

-Mi nombre es Petra, soy alcohólica, me refugié en el vino como una idiota. Por una decepción amorosa, comencé a tomar hasta perderme, quedando tirada en las calles. Me llevaron varias veces a la cárcel; fui golpeada, humillada, violada, y me trataban peor que a un perro. Pero al llegar aquí me encontré con verdaderos amigos que me tendieron su mano con amistad, sin dobleces. Ahora tengo dos años de nacida; voy a disfrutar la vida con esfuerzo y trabajo.

Petra siguió por el camino del bien, olvidándose del pasado. Le gustó jugar a la Lotería, y había veces que se sacaba premios chicos, reintegros, hasta que le pegó al gordo. Se vistió como princesa, compró una casa, un restaurante en la avenida Revolución. Con el tiempo, se casó con un licenciado muy conocido, y tuvo varios hijos. Cuando la gente que la conoció la ve en su coche, se codea, y dice:

– Hay va “La Teporocha”

Ella les dice adiós con la mano, muy risueña. María, su amiga que la ayudó a dejar el vicio, es su dama de compañía. Muchas veces la suerte nos cae como anillo al dedo, y a otros como dedo en el anillo.

gatoseco98@yahoo.com.mx