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UN INFIERNO BONITO      

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 “EL CANIBAL”

Todos los mineros tenemos una historia que contar, porque dentro de la mina somos una familia que nos cuidamos el uno al otro, para evitar accidentes. Las llevadas y las mentadas de madre, así como los albures, son parte del ambiente, de la tradición del minero.

 

Yo tenía un amigo del barrio que le decían “El Mojarra”, se llama Luis Hernández, trabajabamos en una ruina, ese trabajo es muy peligroso, se trata de jalar la carga por un agujero de un metro de circunferencia, todas las piedras vienen de grandes alturas, a veces se atoran y ahí está lo cabrón, se tiene uno que meter con el riesgo de quedar apachurrado o ponerle dinamita.

La carga cae en una tarima de unos 3 metros de altura, en el centro tiene unos tablones como de 60 centímetros, abajo de la tarima arriba de unos rieles se meten las conchas y se van llevando poco a poco, quitando los tablones. Tenemos que llenar 60 carros de mina, que le caben dos toneladas y se las lleva el motor.

Cuando teníamos suerte, la carga bajaba sola, terminábamos temprano y nos poníamos a platicar de cualquier tema, dormirnos o jugar baraja, un día me contó Luis:  

  • Me casé un 24 de diciembre, de haber sabido me hubiera divorciado el 25 del mismo mes. Mi señora buscaba siempre la forma de tenerme como gato ratonero,  aplicarme la ley de Herodes. Ahí me di cuenta que el matrimonio es una guerra donde uno duerme con el enemigo. Teníamos problemas porque se enojaba cuando me iba a tomar pulque con mis compañeros. La verdad le tenía miedo porque un día me dio un tejolotazo en la cabeza, que me dejó pendejo.

Le dijo al Pollo:

  • Las mujeres son como las chamarras de cuero, bonitas y salen muy caras, pero luego se hacen feas y duran un chingo de años. Yo te aconsejo que  cuando tu vieja te vaya a amarrar para que no te salgas dale una pinche mordida, a modo de que le moches una mano.

  • A la que voy a morder es a tu hermana.

  • No me eches.

  • Al cazo con todo y orejas.

  • Si no soy puerco.

  • No me pongas apodos.

Una vez cuando regresábamos por el túnel, ya habíamos terminado temprano del trabajo en la mina, estábamos a 480 metros de profundidad, iba acompañado de el Chilletas y el Pájaro, en el camino encontramos al bodeguero, que le decíamos “El Teresita”, era puñal, todos le hacían maldades y yo lo defendía. Era un jovencito alto, de piel blanca, bien parecido, se llamaba Arturo, caminaba como yegua fina y se echaba mucho perfume que olía a mujer mala, y me dijo:

  • Cómo serás ingrato gatote. ¿Por qué no has ido a verme?

  • No he tenido tiempo “Teresita” mi pinché vieja no me deja salir.

  • Me la vas a pagar, un día te voy a dar con el látigo de mi desprecio.

Le dijo “El Chilletas”:

  • Dale un beso, para que se contente, “El Gato” está enojado contigo, nos dijo que ya no te quiere porque andas con “El Pistolas”.

  • Toco madera. Ese güey es un pelado.

  • Déjalo.

  • Mira “Teresita”, “El Gato” ya no quiere nada contigo porque eres muy coqueto, ayer nos dijeron que “El Gallo” te anda correteando las lombrices.

  • Que chismosos. “El Gallo” es tremendo, luego me agarra por atrás, cuando estoy descuidado, me carga y canta como lo hace un gallo de verdad, lo correteo, cuando lo alcanzó le doy de manazos.

En ese momento pasaron por el lugar “El Caníbal”, “El Flaco” y “El Perro”, “El Caníbal” con la mano llena de aceite se la puso en el suéter blanco de “Teresita”, como era el que daba la pólvora, siempre andaba dentro de la mina bien vestido:

  • Quihubole  pinche joto.

“El Teresita” por quererse limpiar se embarró peor y le dijo:

  • Desgraciado encajoso.                         

El “caníbal” y sus compañeros se burlaron de Arturo y se carcajearon. Me dio tanto coraje, que en mi morral tenía mi frasco de comida y mi botella de refresco y se lo zorraje en la cara, tumbándolo y le di de patadas. Se levantó limpiándose  la sangre y me dijo:

  • Nos vemos a la salida.

  • Donde quieras pendejo.

“El Teresita” era mi amigo y espantado me dijo:

  • Déjalo, no te metas con él, es un salvaje, nada le hace que me haya embarrado de aceite, luego lavo mi suéter.

A la salida nos fuimos a partir la madre en la presa del Tulipán, muchos compañeros se enteraron de que iba a haber pelea y no se la perdieron. Llegando nos dimos de trompones, patadas, cabezazos, jalones de greñas, la pelea era a morir, ninguno de los dos nos dábamos a pesar de que ya estábamos sangrados, y con los ojos de sapo de tanto madrazo.

Pasaron por ahí unos mineros y nos desapartaron yo tenía la ceja abierta, que sangraba abundantemente, lo mismo mi nariz, un ojo cerrado, raspones en la espalda, y abiertas las espinillas de las patadas. “El Caníbal” quedó peor.

Estaba tan golpeado que me fui al dispensario médico, para que me curaran y me dieran incapacidad. Le mentí al doctor, le dije que a la salida de la mina me había asaltaron. “El caníbal”, había ido a la clínica Minera, para lo mismo que lo curaran, nos encontramos en el jardín de los niños Héroes y ahí nos dimos otra madrina. Llegó la policía pero nos echamos a correr, él se subió por la calle de Barreteros, porque vivía en el barrio de “El Atorón”, yo corrí por la calle de Allende y me subí por la calle de Bravo, vivía en el barrio de La Palma.

Durante 4 días no fui a trabajar, y buscaba los remedios para curarme y bajarme lo hinchado. A la fecha tengo una cicatriz en la ceja izquierda, que me había pegado con la hebilla de su cinturón. Al día siguiente, al entrar a trabajar, nos encontramos y nos dimos otra madriza, de ahí para el Real, cada que nos veíamos, donde fuera y con quien fuéramos, nos dábamos en la madre.

En la mina de San Juan Pachuca, los ingenieros que estaban enterados que éramos enemigos a muerte nos mandaron llamar:

  • Si alguno de ustedes, por sus diferencias, sufre algún accidente dentro de la mina, les pido que delante de sus representantes sindicales vayan a firmar un documento en que especifiquen que la Compañía no se hace responsable de lo que les suceda, o de lo contrario, los tendremos que cancelar.

Como nunca hicimos caso a la firma del papel nos cambiaron de mina, para que no nos encontráramos en los túneles. Pero nos encontrábamos en el baño, y nos dábamos una madriza. Tuvieron que cambiarnos de turno y de contrato. Dejamos de vernos algunas semanas, eso hizo reponerme de las heridas que tenía en la cara y en el cuerpo.

Un día que caminaba por el túnel que conduce a la mina de Paraíso, por ir comiendo camote me tropecé y me fui a una tolva, fracturándome la mano derecha, como iba solo me costó mucho trabajo salir de un hoyo de 4 metros de altura. Me llevaron al Hospital de la Compañía, me enyesaron la mano a manera de que parecía un guante.

Durante una semana no salí de mi casa, con el temor de encontrarme con “El Caníbal”, que a pesar de que él vivía en el barrio del Atorón y yo en el barrio de la Palma, nos encontramos y pensaba que me iba a echar bronca y la verdad no podía pelear. Aparte de que me dolía mucho la mano con el frío, me la podía volver a lastimar.

Una vez bajé a la iglesia de la Asunción, estaba platicando con el Melitón, cuando de pronto se me apareció “El Caníbal” muy burlón me dijo:

  • Cómo será tu miedo que no sales de tu casa, me tienes miedo, pero ya te encontré vamos a darnos en la madre. Y esta vez vas a valer madre.

Se me puso en guardia y me bailaba como boxeador profesional, yo estaba listo para que no me fuera a descontar a la mala, me bailó como gallito y me volvió a decir:

  • Órale pendejo, aviéntate.

Me daban ganas de decirle que la dejamos para otro día porque no podía pelear, yo lo vi muy decidido a darme un descontó. Cuando se me acercó, con mi mano de yeso le puse un madrazo con todas mis fuerzas, que vi cómo cayó fulminado como un rayo, no se movió.

Me espanté, caminé unos metros  y me eché a correr, me escondí en una esquina y vi la ambulancia de la Cruz Roja que se lo llevó. Uno de los que estaban de babosos me dijo que lo había matado. Con mucho miedo me fui a mi casa, y cada que tocaban la puerta me sudaba la cola, pensando que eran los ministeriales que iban por mi.

Pasaron los meses y me alivié, me quitaron el yeso, y me dio mucho gusto saber que “El Caníbal” estaba vivo. Al regresar al trabajo me lo encontré y le dije:

  • A la hora que quieras güey.

Pero no me hizo caso, se siguió de frente. Poco después supe que dijo que no quería pleito conmigo, porque tenía una pegada de patada de mula. Y desde entonces ya no volvimos a pelearnos, ni tampoco hablarnos. Después me salí de la mina y nunca supe nada de él.

“El Teresita” al saberlo, me fue a ver al barrio y me dijo que le daba mucho gusto que no nos peleáramos “El Caníbal y yo, además me lo agradeció porque los pleitos fueron  por defenderlo.

En mi vida no fui peleonero, solamente cuando me buscaban, pero nunca había sentido tanto odio por alguien que se aprovecha de los débiles, de los que no saben pelear, y a pesar de todo son buenas gentes.

gatoseco98@yahoo.com.mx