DOÑA MANUELA.
Era medio día, hacía mucho calor que sudaban hasta los huesos, cuando de pronto en el barrio de “La Palma” se escuchaban unos gritos angustiosos de varias señoras.
- ¡Corran! Ahí vienen.
Las voces se escuchaban por todo el barrio, de las casas salían los vecinos a preguntar.
- ¿Quién viene?
- Los pinches perreros, ya agarraron a un chingo, vamos a ver, los tiene en la camioneta.
- Vamos a lo mejor tienen el mió.
Los trabajadores de la Perrera Municipal, con un palo largo y en la punta una gasa de lazo, lazaban de pescuezo al perro, lo cargaban y por arriba de la jaula lo aventaban, a la camioneta, cayendo encima de los demás animales, que chillaban re feo, eran muchos los que estaban entreverados con la cola para arriba, encogidos, enroscados, aplastados, con la trompa untada en la maya de alambre, parado de manos en el alambrado, con los ojos llorosos, muy espantado ladraba “El Capitán” el perro de doña Manuela, que trataba de escaparse, era tanta la crueldad con los perros que la gente comenzó a reclamarle a los recogedores.
- No sea bruto, no le pegue al perro. ¿A ver pégueme a mi cabrón?
- Hágase a un lado señora, no obstaculice nuestro trabajo.
- Pues, trátelos como si fueran sus hermanos.
- Cállese el hocico señora, si no quiere que también la eche a la jaula.
- Ahí eche a su madre guey.
De momento hicieron un descubrimiento que seria la salvación de todos los perros.
- ¡Miren! Es “El Capitán” el perro de doña Manuela. Vamos a visarle.
Doña Manuela, era una señora grandota, como de 50 años, bien mamada, era la más picuda de la vecindad, todos en el barrio le tenían miedo porque les había rajado la madre, a las viejas de la vecindad, en esos momentos estaba peinado a su nieta.
- Ya ni la chinga tu madre hija, no te baña ni te peina y tienes un chingo de liendres con piojos, lo que voy hacer es cortarte el pelo dejarte pelona.
- No abuelita mejor échales petróleo y se mueren.
- Tienes razón te voy a echar petróleo y luego un cerillo.
En esos momentos llegaron, varias viejas chismosas, con la lengua de fuera de tanto correr, para llevarle la noticia a la señora.
- ¡Manuelita, Manuelita! Ya se llevan a su perro.
- ¿Quién?
- Unos gúeyes, que dicen que son de la Presidencia Municipal y andan echando redada de perros callejeros.
- ¡Ah chinga!
Doña Manuela, dejo a su nieta se quito el babero, hizo un gesto de disgusto y pregunto.
- ¿Dónde están esos jicotillos?
- Allá en el barrio.
La señora Manuela, camino muy aprisa bajando el callejón, y atrás de ellas un chingo de viejas, que sabían que cuando se enojaba iba aventar madrazos, a lo cabrón, ella no respetaba rango, ni religión, luego, luego se iba directa al descontón, marchaba dispuesta a como diera lugar de liberar a su “Capitán” su perro fiel a quien quería mas que a su viejo, era muy bravo con los desconocidos y juguetón con los niños, al ver el perro a doña Manuela, le hizo muchas fiestas ladraba de gusto y no dejaba de mear la cola, la señora se dirigió al perrero.
- ¡Oiga señor deje salir a mi perro!
- ¿A quien le canta?
- Pues a usted, no se haga pendejo, ya le dije que deje salir a mi perro.
- Hay va estar lo cabrón señora, con este calor se ha soltado mucho perro rabioso, y han atacado a mucha gente, y como no los llevan a vacunar, a los animales, por eso venimos a llevarnos a todo pinché perro, callejero que encontremos.
- A mi me vale madre, que tengan rabia y hayan mordido a Juan de la chingada, le digo que por favor suelte a mi perro, por las buenas el, tiene todas sus vacunas, la triple, la del tétanos, y la de la influenza, mi perro no es amiguero, es mas chingón que usted. Y todos sus pinches mensos de sus compañeros, que lo acompañan.
- Mire señora ya no le haga a la mamada, me voy a llevar a su perro quiera usted o no, es una orden, de mis superiores, mañana se presenta al antirrábico, les muestra sus papeles, que su can, esta vacunado, paga una pequeña multa y se lo dan, si no va usted, a reclamarlo le dan Cran.
La señora, no dejaba de mirar fijamente al perrero, que con una sonrisa burlona no dejaba de masticar su chicle. Varias señoras y señores rodearon la camioneta, parecían miembros de la “Antorcha Campesina” y gritaban. En coro.
- ¡Dejen salir a los perros!
- ¡Sáquenlos o los sacamos!
Al escuchar el escándalo, los trabajadores perreros, dejaron de perseguir a los animales, se acercaron junto a su compañero, que trataba de explicarles.
- Compréndanos señora, nosotros cumplimos órdenes de nuestros jefes, ese es nuestro trabajo.
Se juntaron más gentes, que a través de la maya, de alambre, recocían a sus perros que estaban prisioneros, la chusma comenzó a empujar la camioneta tratando de voltearla, los trabajadores sintieron miedo porque se les veía en la mirada que estaban bien asustados. Otro de ellos queriendo meter paz, se acerco con doña Manuela, que era la que encabezaba el motín.
- ¡Mire señora! Esta es mi credencial que me acredita como representante de la presidencia, y por lo tanto tengo todo el derecho de llevarme a sus perros, que encuentre en este barrio, yo le aconsejo por su bien, que mejor se vaya a su casa, y no se meta en broncas.
Doña Manuela, le arrebato la credencial, dándole un aventón al perrero, que se fue de nalgas, haciéndola pedazos y aventándoselos. Encima de el,
- ¡Mire lo que hago con su chingadera! usted y todos los de la presidencia, incluyendo, a presidente municipal, me hacen los mandados y se comen los pilones, le doy un minuto para que deje salir a los perros o de lo contrario le voy a partir a usted, cuanta madre tenga.
Con mucho miedo los trabajadores, le bajaron la voz, al ver a doña Manuela, que se arremangaba el suéter, y tenia los puños cerrados, lista para aventar el descontón, y uno de ellos le dijo.
- Escúcheme señora, por favor, nosotros lo que estamos haciendo es proteger su salud, y la de su familia, por eso nos llevamos sus perros, además los tiene descuidados ¡Mire ese perro tiene roña!
- Roña ha de tener su madre.
- ¿Qué paso señora? Más respeto.
- Como asegura, mendigo, de que mi perro tiene roña si lo baño diario, esta más limpio que cualquiera de ustedes.
- Bueno ya, no quiero alegar, de todos modos nos llevamos los perros, no por una pinché vieja, vamos a dejarlos libres.
La señora comenzaba a ponerse como agua para pelar pollos, ya estaba colorada.
- No me saque de quicio, pendejo, porque le va a pesar a usted y a sus compañeros, no saben con quien están tratando.
- ¿Quién es usted?
- Me llamo Manuel Cienfuegos, ¿Ha oído sobre el paso doble?
¡Si¡
- Pues yo lo doble. Ha si que se anda acercando al callejón de los madrazos.
De momento se escucho una mentada de madre, con todas sus letras, luego una piedra que quebró el parabrisas, de la camioneta y voces en coro.
- Dejen en libertad a nuestros perritos y encierren a su madre.
- Cálmense pinches viejas locas.
Por el escándalo los perros comenzaron alborotarse, dentro de la jaula, queriendo salirse, entre los conocidos estaban los perros que se llamaban “El Sueltas” “El Cacho” “El Pipis” “El Canelo” “La Chispa” “El joy” y otros que no dejaban de ladrar. Manuelita dio la orden.
- Se les acabo el tiempo cabrones, sobre ellos.
La gente, se les aventó dándoles en la madre, pegándoles a los perreros a donde les caía, jalándolos de las greñas, les daban de patadas, los tenia tirados, sin dejarlos parar pisándolos, mientras que otros con una varilla trataba de abrir la puerta de la jaula, donde estaba los prisioneros, que no dejaban de ladrar, al abrirles salieron echos la chingada, corriendo cada quien por su lado a refugiarse en sus casas, algunos dueños y dueñas cargaron a sus perros, doña Manuela, cargó en brazos a su “Capitán” y muy cariñosa les sobaba el lomo y le decía.
- Pobrecito de ti “Capitán” tu corazón esta latiendo a madres, a ver si por el susto no te da diabetes, pero ya estas libre llegando a la casa, te voy a dar un hueso para que te alivianes, y quedes tranquilo estos cabrones ya no te molestaran.
Los perreros quedaron tirados, todos desmadrados, tuvo que subir la ambulancia por ellos, después llego la policía, pero no encontró a ninguno todos se encerraron en su casa. Uno de los perreros el menos golpeado quedo con el hocico chueco, en los ojos de rana y todo el overol rasgado, en la madriza había perdido un zapato, les dijo a la policía, que el sabia y conocía de vista, al motor, de la sedición, que era una vieja grandota y panzona, que se llamaba Manuela, los llevó hasta su casa, para que la metieran al bote y les pagara las curaciones y los daños a la camioneta. Subieron por el callejón de Manuel Doblado, entraron a la vencidad, y salio a recibirlos la señora preguntando.
- ¿Qué es lo que se les perdió?
El perrero, la señalo con el dedo, diciéndole a los policías, que ella era uno de ellos se le acerco y le dijo.
- Nos tiene que acompañar señora, por los daños que causo a los señores y daños materiales, a demás se le acusa de dejar en libertad a todos los perros que habían capturado.
Cuando el policía la iba agarrar del brazo, a doña manuela, para llevársela al bote, llego “El Capitán” y le dio una mordida en una nalga, al policía, que por poco y le arranca el pedazo.
- ¡Ay mamacita linda!
Los demás uniformados lo agarraron de un brazo, y se lo llevaron donde estaba la patrulla, y se fueron desde entonces, jamás de los jamases, la policía, ni los perreros, subieron a molestar a doña Manuela. Pero sabían que en el ministerio Público habían levantado un acta. En contra de la señora Manuela, y que de un momento a otro le iban a caer como aboneros en quincena. Pero por lo mientras se la pelaron.