LA POSADA DE MARIO
Vamos a recordar a la gente de Pachuca, principalmente a los que viven en los barrios mineros, sus tradiciones, sus costumbres, sus creencias, su fe y su trabajo de aquellos pobres mineros que dejaron su vida dentro de las profundidades de la tierra, no queremos decir de su peligroso trabajo, sino el trabajo de Topo, y que morirá y seguirá muriendo de silicosis.
Por esos barrios murió mucha gente, y por su pobreza, dejó a sus familiares a su suerte, porque el minero nunca tuvo nada, solamente su vida.
Hoy 16 de diciembre, comienzan las posadas, que son las tradiciones de muchos siglos, para muchos, quizás las más bonitas.
Porque es el mes donde se recuerda lo bueno y lo malo, porque nace el Niño Dios, pero a pesar de todo, no podemos olvidar la pobreza de los niños y familias en la que siempre se ha vivido, en todos los barrios altos de la ciudad de Pachuca.
Hay algunos del gobierno que dicen a los cuatro vientos y lo pregonan por los medios, aseguran que ya se ha combatido el hambre, pero eso es mentira, se darían cuenta si recorrieran los barrios que están en las faldas de los cerros y otros a unas cuantas cuadras del centro de la Bella Airosa. Vamos a recordar a una de las miles de familias que habitan vecindades a punto de derrumbarse.
En el barrio El Arbolito, en la calle del Provenir, vivía la señora llamada Juana, vivía con sus 5 hijos que le había dejado su esposo Isidro Hernández, “El Chaparro” que murió dentro de la mina al caerle una pegadura, los dueños de la mina nunca la indemnizaron, la viuda lo único que recibió fue la ayuda de los vecinos, porque el cuerpo de su señor estaba listo para que se lo llevaran a la fosa común del panteón municipal, porque no contaba con dinero.
La señora trabajaba en lo que le caía, lavando ajeno, planchando, limpiando casas, sus hijos quedaron chicos pero aun así se ganaban la vida tirando basuras, haciendo mandados. Gloria la mayor de 12 años, Luis de 10, Pancho de 9, Osiel de 8, y Mario, que era el mas pequeño, de 6 años. Con el tiempo a la señora se le había vuelto un carácter de todos los demonios, cuando la hacían enojar sus hijos les pegaba o les aventaba lo que tenía en las manos.
El mes de diciembre era lleno de recuerdos tristes para ella porque le habían avisado que su marido había sufrido un accidente en la mina del Porvenir.
Todos los días se subía por las mañanas a mirar desde la cumbre del cerro, la ciudad, para que el viento se llevara el pasado, por la tarde regresaba a lo mismo, a recoger sus pensamientos que se regresaron con ella.
Mario era el niño más travieso de sus hijos, un niño inquieto, que todo le llamaba la atención, era muy feliz jugando con sus amigos, a los encantados, al burro fletado, a las canicas y sobre todo, un experto con el balero, que había fabricado con un bote y un pedazo de cordel y un palo. A las 8 de la noche tenía que estar con sus hermanos en su casa, para tomar café con su bolillo, y dormirse temprano, al que no llegara a esa hora la señora le pegaba con una cable de luz.
Un día con esta fecha, 16 de diciembre, cerca de las 7 de la noche, Mario no llegaba, salió su hermana Gloria a buscarlo porque a veces se iba lejos de la casa a jugar al cerro, y era peligroso porque por ahí hay tiros abiertos. Lo vio a lo lejos y le gritó:
- Mario, Mario, dice mi mamá que te metas, ya es tarde, si no te va a pegar.
El niño estaba muy entretenido, no le hizo caso, su hermana lo quiso llevar a jalones, y le dio de patadas, lo soltó y su hermano corrió unos metros. Muy enojada le dijo:
- Vas a ver, te voy acusar con mi mamá, le voy a decir que me diste de patadas y me dijiste de cosas.
- Acúsame, chismosa, dile que no voy, y no voy a ir porque todavía no acabo de jugar, dile que al rato llego a la casa.
- Vas a ver, le voy a decir todo lo que me dijiste.
- Dile todo lo que quieras, también dile que venga por mí.
Gloria entró a su casa, le dijo a su mamá lo que le había dicho su hermano, la señora se molestó, descolgó el cable de la luz, y salió furiosa a buscarlo. Mario, al verla que iba decidida a pegarle, se bajó corriendo por la calle de Reforma, eran las 8 de la noche, estaba muy oscuro, los focos de los postes estaban fundidos. Se bajó por un callejón, de momento escuchó mucho ruido y voces de gente, vio que adentro de una vecindad había muchos niños acompañados de sus padres, se paró en la puerta, como no le dijeron nada, poco a poco se metió, miraba para todos lados. Mario no sabía que se estaba celebrando una posada, tampoco sabía lo que era, una señora los organizaba.
- A ver, todos los niños, fórmense por estaturas, y de este otro lado las niñas, vamos a hacer un grupo de papás y mamás, guarden respeto, no se avienten, para que todo sea con orden.
Mario vio que afuera de una casa había una mesa grande con fruta, bolsitas de dulces, adentro de la casa tenía un arbolito con un nacimiento, con muchos foquitos de colores, y varias piñatas que colgaban del tendedero, no dejaba de mirar para todos lados, todos los niños iban arropados, con gorra porque hacía mucho frío.
Se lo quedaban mirando, iba vestido con un pantalón viejo de tirantes, estaba roto por varios lados, y una playera, también agujerada y mugrosa, no se había peinado y tenía los pelos parados.
Él se encontraba a varios metros de distancia, poco a poco iba dando un paso para adelante para integrarse al grupo. La mujer entregó velitas de colores a todos los niños y niñas, no se atrevía a acercarse aunque ya se moría porque le dieran una. Mientras se organizaban, él se metió entre las filas, que los muchachos lo miraban con asco y se hacían a un lado.
Llegó a la parte de adelante, donde en una tabla que estaba arreglada con musgo, tenía velitas, y estaban los peregrinos. Los iban a cargar y pasear por todo el patio de la vecindad, antes de pedir posada. La señora dijo:
- Ya es hora de comenzar, vamos a levantar los peregrinos, con cuatro niños del mismo tamaño, a ver ustedes, los van a cargar.
La mujer se dio cuenta que le faltaba uno, vio a Mario, lo jaló y le dijo:
- A ver niño, agarra la tabla de este lado, hazlo con cuidado, y vamos a cantar, casa por casa.
Mario era el niño mas feliz de todo el mundo, estaba muy sonriente, y obedecía lo que le decían, cargó los peregrinos del lado de atrás, cuando comenzaron a caminar, la suela de su zapato se atoró y se fue hacia adelante, tirando al niño y soltaron los peregrinos.
La señora muy enojada, al ver que se habían quebrado, sacó a Mario de la fila, jalándole del brazo, lo encaminó a la puerta que daba a la calle, lo aventó, atrancando la puerta de zaguán, Mario rodó por la calle que estaba de bajada, se levantó y se hincó en el escalón de la puerta donde estaba una rendija, y desde ahí miraba todo y escuchaba cómo cantaban.
- En el nombre del cielo, os pido posada, pues no puede andar, mi esposa amada.
Desde adentro de la casa donde vio el árbol con foquitos, salían otras voces.
- Aquí no es mesón, sigan adelante, yo no puedo abrir, no vaya ser un tunante.
Al niño se le salieron las lágrimas, se puso muy triste, no quiso ver lo que estaba pasando, adentro se quitó su zapato y lo aventó porque era el causante de que no estuviera adentro, conviviendo con los niños. Se quedó sentado limpiándose las lágrimas, hacía mucho frío, él no lo sentía.
Cuando se levantó para irse para su casa, se dio cuenta que los niños y señores, señoras, habían dejado de cantar, se volvió a asomar por la rendija de la puerta, vio que a todos les estaban dando una bolsa con dulces.
- Fórmense, les vamos a dar su aguinaldo, no se hagan bolas, uno por uno.
Los señores tomaban una bebida caliente, que después se enteró que era el ponche. Poco después vio que colgaron la piñata en el centro del patio, estaba muy bonita, de todos colores, miró que la señora tomó a uno de los niños y le vendó los ojos. Le dio un palo y varias vueltas, y le preguntó:
- A ver ¿qué te pongo, cruz o cuernos?
Todos los niños se rieron y lo llevó del brazo, dando de vueltas, cantando.
- Con los ojitos vendados, en la mano un bastón, se le pega a la piñata sin tenerle compasión.
Lo soltaba y el niño brincaba, le tiraba de golpes con el palo a la piñata. Y volvían cantar en coro:
- Dale dale, dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino. No quiero oro ni quiero plata, yo lo que quiero es quebrar la piñata.
El niño no la quebró, y vendaron otro y otro, hasta que por fin, la piñata se rompió y cayó mucha fruta al suelo, los niños se aventaron a juntar la que caía, se escuchan risas, gritos, todos eran muy felices. Mario al ver lo que estaba pasando, tocó la puerta para que le abrieran, pero no lo escucharon o no quisieron abrirle.
Ya casi era medianoche, el viento soplaba por el callejón, la fiesta había terminado, Mario se levantó, buscó su zapato por la oscuridad, no lo encontró, temblando por el frío, se subió por el callejón para llegar a su casa. Cuando llegó, por la calle de Porvenir, vio a su mamá, que lo estaba esperando.
Lo jaló de los cabellos y se lo llevó a su casa, cuando la señora levantó el brazo para pegarle con el cable de luz, él se hizo para atrás y le dijo:
- No me pegue ahora mamá, mañana pégueme lo que quiera, es que estuve en una pasada, qué bonitas son, cargué los peregrinos, y me dieron una velita, pero no pude quebrar la piñata, yo les hubiera traído fruta a usted, a mis hermanos, pero no pude.
La señora no le dijo nada, ni lo regañó, Mario se metió entre sus hermanos y se quedó dormido, al día siguiente todos se levantaron a tomar su café, Mario no lo hizo, tenía en su cara una sonrisa, cuando su mamá lo quiso despertar, estaba muerto, subieron las autoridades y dijeron que le había dado una pulmonía.
Y así en todos los barrios altos que rodean a Pachuca, hay un Mario que nunca ha conocido una posada, y los Reyes Magos no suben a dejarles sus juguetes porque los niños viven muy arriba.