ES BONITA LA VENGANZA
En la calle de Felipe Ángeles de la colonia Cuauhtémoc vivía don Manuel Ortiz, un señor maduro grandote y fuerte, amigo de todos los hombres y de las mujeres; un deportista de corazón, se dice que desde chico le gustaba jugar con sus bolas, de grande se hizo beisbolista.
En su juventud fue muy trabajador, le gustó tomar el pulque, que decía que era para fortalecer los pulmones, mantenerse sano y le daba mucha vitalidad; principalmente el pulque muchachero, se notaba porque con su vieja Gregoria tuvo 14 hijos, y los hizo con amor, estaban bien repartidos uno y uno, siete hombres y siete mujeres. Él todavía quería más, la señora se rajó y con el último en la clínica minera le amarraron la trompa.
A través del tiempo sus hijos se fueron casando, se sentía contento de tener 50 nietos; sus hijos vivían con su familia en distintos barrios y colonias, había hecho un programa donde cada domingo lo visitaran uno por uno, de jalón no aceptaba porque se quedaba sin comer, todos sus nietos eran como pirañas de buen apetito. A todos les dio buena educación, ninguno se quedó sin escuela; conforme se casaban se llevaban a sus viejas para que nadie les hiciera mosca.
“El Memelas”, como le decían en la mina, cumplió 30 años de andar como topo y se jubiló, con el dinero que le dieron compró un terreno grande de cuadra a cuadra. En aquel tiempo, como estaba en la falda del cerro de San Cristóbal se lo vendieron barato.
Su vieja Gregoria era muy trabajadora, de tanto lavar la ropa de sus hijos, la de ella y la de su viejo, se quejaba que le dolía el cuadril y caminaba con la cola parada, como pato. Por su parte, don Manuel era cácher de un equipo de Beisbol llamado Los Cardenales. Salía a jugar los domingos a los pueblos, esa era su vida y en una borrachera se trajo a su vieja de Omitlán de Juárez Hidalgo, por eso le salió buena para los escuincles.
Trabajando los dos al parejo, él como albañil y su señora como chalán, bordearon el terreno para que sus nietos jugaran en el patio, les enseñó el deporte que más quería, el Beisbol de toda su vida. No dejó de chupar, decía que el mundo se iba a acabar, decía que cuando se muriera y llegara al infierno no le tendría miedo al diablo.
Cada que se casaba alguno de sus hijos e hijas les leía la cartilla, les decía que cuando encontraran a la mujer o al hombre que les gustara que investigaran bien, a manera que los dos tuvieran el mismo estudio, que su familia fueran de la misma altura, que siguieran el ejemplo de ellos que nunca pelearon, si a los dos les gustaba pelear que lo hicieron donde sus hijos no los vieran y que desde el momento en que ellos se casaban les leía un pasaje de la Biblia, “El Mundo es un a pelota que flota sobre nada, sus hijos al casarse abandonarán a sus padres, como ellos lo hicieron para seguir la vida unidos en un a familia”.
Lo decía fuerte a sus hijas e hijos para que lo escuchara el yerno o la nuera. Los años alcanzaron al “Memelas”, cumplía 80 años de edad y ahora era don “Meme”.
Su señora habló con sus hijas e hijos y les dijo que su padre cumplía 80 años, que ya se veía viejo y andaba arrastrando la cobija. Les pidió que estuvieran más juntos que nunca, que no le dieran ningún problema, que se pusieran de acuerdo en hacerle una gran fiesta porque se lo merecía.
Todos se juntaron y echaron la casa por la ventana, le llevaron querreques, como le gustaba la música de la sierra le daba duro al bailongo. De chupar había de tocho morocho, después llegaron unos mariachis, aparte de las mañanitas que le tocaron, él cantó el Rey, a pesar de que cantaba como mentada de madre no dejaban de aplaudirle.
Comenzó la música, toda la familia y cuates allegados bailaban al ritmo que les pusieran, y las cubas estaban tan sabrosas que las botellas se terminaban en dos por tres. A don Manuel le llevaron pulque del tinacal, de las grandes matas del Altiplano. A pesar de que estaba entrándole con ganas, era un buen tomador, no se emborrachaba fácilmente, estaba al pendiente de todo y se dio cuenta que no estaba una de sus hijas y la fue a buscar.
Entró a la recámara, la encontró llorando y tenía huellas de que la habían madreado, por más que se tapaba la cara con sus greñas se le notaba un ojo cerrado, otro a punto de cerrar y toda arañada, parecía que se había aventado una madriza con un gato. Le preguntó que qué le pasó, le dijo que su marido Toño le había pegado, le preguntó el señor que si se habían enojado, le contestó que no, de momento se la sonó.
Don Manuel la acarició, le dio un beso, le dijo que descansara que se acostara un rato, que se podía ir a la hora que quisiera, que iba a dar sus vueltas por si se le ofrecía algo. Salió echando chispas, se calentó, para no hacerla de tos buscaba la forma de hablar con su yerno, pero pensó que si lo hacía los demás se enterarían de lo que hizo y lo podían matar a madrazos.
Siguió como si nada hubiera pasado, no perdía de vista a su yerno, vio que entraba al baño y cuando le estaba cambiando el agua al canario le pegó con un palo en la cabeza que lo tumbó, luego lo levantó de las greñas y sorrajó su cabeza varias veces en la tasa del escusado, y salió muy contento a seguir su fiesta porque se encontraba rodeado de amigos echando cruzadas.
De pronto uno de sus hijos que fue al baño les dijo que Antonio estaba tirado sangrando de la cabeza, dijo el señor que a lo mejor se había caído; llamaron a la Cruz Roja, llegó la policía, Doña Gregoria les explicó que estaban todos en familia, que el lesionado era su yerno y se cayó de lo borracho, esa casa es de todos, se quieren y entre ellos no hay pleitos.
Se lo llevaron al Hospital General, siguió la fiesta hasta que amaneció. Por la tarde Don Manuel y su vieja fueron a ver a su yerno, estaba todo desmadrado, le preguntó Don Manuel que qué le había pasado, le contestó Toño que no se acordaba de nada, le dijo su suegro que cada que sean invitados a una fiesta hay que tomar con medida para evitar lo que le pasó.
Le dijo que su esposa no podía ir a verlo porque al saber la noticia salió corriendo y se cayó, pegándose en el filo del escalón y tiene un ojo cerrado, está muy triste, y que ellos se iban a dar una vuelta al día siguiente para ver si lo llevaban a su casa.
UN LADRÓN SOLITARIO LOS ASALTÓ
Llevaba en la mano su pistola, les apuntó diciéndoles “manos arriba patas a la barriga”, a los refresqueros les sudó la cola, le entregaron todo el dinero que tenían.
Dos repartidores de Coca Cola fueron asaltados por un ladrón solitario para que le aflojaran la cuenta del día, les mostró un arma de fuego con el dedo en el gatillo, y les quitó sus pertenencias.
Lo que les cuento fue denunciado este fin de semana ante el agente del Ministerio Público y quedó anotado en la carpeta investigadora y dio comienzo a la averiguación.
Los hechos ocurrieron cuando realizaban su trabajo en la colonia Adolfo López Mateos de Tulancingo, Hidalgo. Uno de los empleados que estaba como pambazo con los pelos parado, dijo a las autoridades que cuando estaba surtiendo los refrescos en una tienda de Narciso Mendoza notaron la presencia de un sospechoso, pero pensó que si quería robarlos entre los dos le daban en la madre.
Luego de cobrar, uno de los repartidores se subió del lado del copiloto, se dio cuenta que el sospechoso tenía encañonado a su compañero. El delincuente le clavó la pistola por las costillas y le dijo “Súbete hijo de la Chinita, es mejor que te caigas cadáver con todo el dinero que tienes, si no los mato”.
Los repartidores sacaron el dinero y se lo dieron, el delincuente escapó por la calle de Michoacán, en ese momento pasó la camioneta patrulla con uniformados, andaban haciendo su recorrido y les dijeron cómo había estado la movida.
Implantaron un operativo de localización y búsqueda, pero no encontraron a ningún ladrón, las víctimas dieron aviso a su jefe inmediato de que les habían robado por medio de asalto más de mil pesos, que se lo dieron porque vieron que el hombre estaba muy decidido a echárselos.
Les pidieron la media afiliación del asaltante, contestaron que era un chaparro, greñudo, mugroso, entre 25 y 30 años de edad, vestía una sudadera color rojo, pantalón de mezclilla y llevaba una cachucha. El agente social giró órdenes a sus sabuesos para que lo buscaran mientras le preparaban un calabozo.
CHOCÓ UNA AMBULANCIA
Dos personas lesionadas, una de las cuales llevaban al hospital dentro de la ambulancia. El choque fue en la tarde del domingo en un crucero de Tulancingo, Hidalgo.
Les voy a dar el lugar donde sucedió: en la esquina que forman las calles Juárez y Libertad, donde llegaron los agentes de tránsito y los cuerpos de emergencias, y muchos curiosos.
Una ambulancia del hospital del municipio de Huejutla fue envestida por una camioneta Volkswagen, los conductores de ambos vehículos chocados se echaban la culpa mutuamente delante de los peritos de tránsito.
El conductor de la ambulancia decía que llevaba prendidas las torretas y la sirena, para que se hicieran a un lado porque llevaba a un lesionado grave. El otro, el de la camioneta, decía que era un chismoso porque si la hubiera llevado se pararía de inmediato. Mientras estaban como viejas verduleras, llegaron los socorristas de la Cruz Roja, bajaron al lesionado que estaba dentro de la ambulancia y también se llevaron a otro, los trasladaron al Hospital General y dejaron a los otros dos alegando como locos.
Los agentes de tránsito informaron que la ambulancia era manejada sobre la calle Juárez, con dirección al hospital, al llegar a la esquina de Libertad donde hay un semáforo, la unidad de emergencia fue impactada del costado izquierdo que hasta tumbó al herido que iba en la camilla.
Los testigos dijeron que fue un fuerte madrazo, tanto que la ambulancia estuvo a punto de volcarse. Explicaron los de tránsito que les darían chance a los conductores del percance que platicaran y llegaran a un acuerdo de cómo iban a pagarse los gastos y daños materiales.
Como no se ponían de cuerdo se llevaron los dos vehículos al corralón y quedarán a cargo de la Procuraduría General de Justicia; también tienen que pagar los medicamentos de los dos que se llevaron al hospital.
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