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UN INFIERNO BONITO

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EN EL PERSONAJE DEL BARRIO DE HOY.

“EL CURA HUESOS”

 

Trinidad Vallarta era un señor grandote de piel blanca, fornido y chato, tenía la nariz sumida, parece que había chocado de frente, orejas de coliflor por tanto madrazo que le dieron porque de joven fue boxeador, campeón en el Estado de Hidalgo. Vivía en el callejón de Manuel Doblado 24, barrio La Palma, en una vecindad del señor Molina muy grande, a punto de derrumbarse. Su oficio era carpintero, pero tenía el don de saber curar los huesos. Los del barrio le tenían fe porque le hallaba a arreglar luxaciones, zafaduras, torceduras y conocía a la perfección cada uno de los 207 huesos que tenemos en el esqueleto, y le había encontrado la forma de curar de la cintura a las mujeres, eso era su fuerte.

Para cobrar a sus clientes no se cargaba, pues como sabía que todos estaban jodidos, les hacía su estudio socioeconómico y no pasaba de los 30 a 40 pesos lo más caro. Su señora era una mujer chaparrita güera, que se llamaba Inés, una mujer trabajadora y obediente como hay pocas, porque le tenía miedo. Cuando le gritaba don Trini, dejaba lo que estaba haciendo y se presentaba ante él, haciéndelo un saludo militar. Una orden la realizaba como hormiga sin control, moviéndose de un lado para que no se disgustara su viejo. De lo contrario le daba de patadas en las nalgas.

El famoso”Cura Huesos” no tomaba, ni tampoco tenía amigos, solamente platicaba con sus clientes cuando solicitaban sus servicios. En su casa había adaptado un consultorio que era un cuartito a un lado de donde tenía su carpintería, su recámara y su cocina. Había comprado un sillón y fabricado unos anaqueles donde ponía sus cosas de curación, como pomadas, friegas, ungüentos, vendas, alcohol y lo más necesario. Sólo le faltaba su título de traumatólogo porque viendo lo que hacía, era mucho mejor que un médico del Seguro Social.

También hacía buenos trabajos de carpintero, pero más lo buscaban para que les metiera un hueso zafado. Una vez a don Nachito el abuelito de Simón, le falló el cálculo para bajar un escalón y se fue de cuernos, descalabrándose y torciéndose una pata. Se armó un desmadre en la vecindad porque el viejito lloraba a lágrima viva, dando unos gritos como chivo. Los vecinos quisieron ayudarlo, lo cargaron, pero lanzó un fuerte grito, tan fuerte, que los asustó y lo soltaron acabándolo de madrear. Llegó Simón, que vendía pabellones en la calle, y lo cargó de burrito, llevándolo con don Trinidad.

  • Señor, por favor, le pido que cure a mi abuelito, parece que se chingó una pata, ¿dónde lo dejó?
  • Voy a hacer lo que se pueda, a ver si resulta el milagro, ya lo revise muy bien, y está duro su caso.
  • ¿Por qué lo dice? No me espante don Trini.
  • Es que por lo viejo, los huesos están bofos, todos llenos de polilla, pero vamos a hacer la lucha. Aguántese don Nacho, como cuando era joven. Tenga, muerda este trapo, porque le va a doler un poco, y no grite porque espanta a los perros, y no dejan de ladrar, y eso me descontrola en la curación.

Don Trini comenzó a sobarle la pata al viejito, que cerraba los ojos, hacía gestos y pujaba, sacaba la lengua; de momento le dio el jalón metiendo el hueso en su lugar. Soltó un grito, y sus lágrimas le escurrían por las mejillas. Le untó una pomada y le puso una venda, bien apretada, y le dijo a su nieto:

  • Ya está listo, te lo puedes llevar, pero no lo cargues, que ponga el pie en el suelo para que se amacice.

El viejito daba pasito a pasito, y cuando el curandero se descuidaba, se agarraba del pescuezo de su nieto y brincaba como chapulín. Le preguntó Simón, muy preocupado:

  • ¿Seguro que va a quedar bien?
  • Claro que sí, lo que ahorita le molesta es la polilla que se le salió y la que tiene dentro de hueso. Nada más que por esto te voy a cobrar 100 pesos, porque usé medicamentos americanos y yo los compro en dólares.

Todos sus clientes salían satisfechos y llegaban de los barrios El Atorón, El Arbolito, El Mosco y de algunas comunidades. Su fama era mucha, que estaba olvidando la carpintería. Pero una vez a don Trinidad se le puso a peso porque le llevaron al “Cuervo” que repartía los refrescos en burros, uno de ellos lo tiró y lo pisó quebrándole la pata, que le quedó colgando. Los que conocían dijeron que era una fractura expuesta, que eso no lo curaba don Trini por muy chingón que fuera.

Angelita, una señora que era muy caritativa, pidió a los muchachos que lo llevaran con “Cura Huesos”. Lo cargaron y lo metieron a su consultorio.

  • Don Trini, le traemos otro cliente.
  • Acuéstenlo con cuidado en el sillón.

Cuando don Trini le rompió el pantalón para verle la pierna, “El Cuervo gritó como Tarzán y se desmayó. El curandero les dijo que se salieran, que lo dejaran solo, y por más que le hacía la lucha por volverlo en sí, no podía; solo daba vueltas como jicote, le hablaba y le daba de cachetaditas. Los muchachos que lo llevaron, se metieron y lo vieron que estaba tieso, y le preguntaron:

  • ¿Qué pasó don Trini, se le murió el paciente?

Les dijo:

  • “Guan momen”.

Le echó una cubeta de agua. “El Cuervo” abrió los ojos. El curandero les dijo que lo llevaran al Hospital General, que eso no lo curaba él, porque tenía la pata quebrada, y no contaba con sala de operaciones. Ante la gente quedó como un fracasado. Uno de ellos le dijo que valía madre, que era un curandero balín.

Para el curandero fue un golpe bajo. Un fracaso dentro de su carrera. Pensó lo peor, que le gritaron “Cura Huesos Balín”. Para acabarla de amolar se le cerró el mundo. Trató de hacerle la lucha para demostrarles que el era el mejor curandero de la región, pero no pudo, y mejor se lo llevaron al hospital. Por las moscas, y para que no lo fueran arraigar como a los médicos del Hospital de Tulancingo y Actopan, por chafas, decidió no salir un tiempo de la vecindad, y cuando lo iban a buscar les decía su señora que había ido a un curso a la Universidad de Traumatología de los Estados Unidos.

Pasaron los meses, e hizo su presentación con “La Chucha” que nunca le perdió la fe, era la ponedora del barrio, y de tanto ponerle estaba mala de la cintura, que según ella se le había abierto, y caminaba como cangrejo con la cola de lado.

  • Buenas tardes, señor, vengo a que me haga favor de curarme la cintura, me duele mucho, siento al caminar, que nada más la traigo agarrada con el cuero por cada paso que doy, es muy fuerte el dolor.
  • Métase en el biombo y desnúdese, puede quedarse únicamente con los calzones, y póngase una toalla.
  • Así esta bien, acuéstese boca abajo, le voy a dar una sobada de pies a cabeza, y usted me va diciendo adónde le duele, le voy a poner un aceite para hacerlo mejor. ¿Desde cuándo le duele?
  • Ya tiene días, pero me he aguantado, hasta que por fin ni pude dar el paso, y mejor vine a verlo.
  • Yo soy quiropráctico, y la voy a dejar como nueva, ya sé cuál es su profesión; procure que no se le suban hombres que tengan sobrepeso, o cóbreles por kilo, porque un día, por la emoción, la vayan a quebrar.

Don Trini le sobaba todo el cuerpo y de momento, metía la mano por donde no debía. “La Chucha” le reclamaba:

  • Ahí no me duele, no le sobe.

Como no escuchaba ruidos la señora Inés, y sabiendo que estaba curando a una mujer que se dedicaba a darle vuelo a la hilacha, por una redija se asomó y vio algo que no le gustó. Entró a su consultorio de don Trinidad, y vio a su viejo que no le sobaba la cintura sino más abajito. Se le armó un desmadre y doña Inés corrió a “La Chucha” de su casa.

  • Sáquese de aquí, vieja ofrecida, esta es una casa decente. Usted no viene a que la curen, sino a que la calienten.

Don Trini le puso el dedo en los labios.

  • Cállate el hocico.
  • ¿Por qué me callas?

Don Trinidad agarró de las don manos a su mujer, se las levanto hasta arriba, le dio una vuelta como si fueran a bailar, y le puso una patada en la cola, que la echó para fuera. La mujer se le puso al brinco:

  • Viejo cochino, marrano, abusas de la situación.
  • Tú qué sabes de curaciones, vieja babosa. Es una profesión que se lleva con dignidad.
  • ¿A eso le llamas curar?

El curandero, como estaba alto, la agarró de las greñas, la levanto a manera de que quedara de puntitas, y le dio de cachetadas.

  • A mí no me rebuznes, pendeja.

La señora quedó tirada, sangrando de la nariz, y con ese correctivo jamás volvió a buscarle ruido al chicharrón, porque le dijo que en esa casa él es el que manda y si no le parecía, que agarra sus chivas y se largara. Cuando curaba a algún cliente, dama o caballero, doña Inés tenía que esperar afuera, y no entraba hasta que terminara. La señora, enojada y celosa, se encargó de difundir que su viejo era un mano larga con las señoras que entraban a curación, que les metía la mano donde no debía; y la noticia corrió de boca en boca, desconfiando de la reputación del curandero, porque se tenía dicho que era un lujurioso. Los señores andaban con mucho cuidado, por lo que escucharon, y cuando tenían necesidad de llevar a su vieja no la dejaban sola.

Una vez Luis “El Cotorro” llevó a su mujer doña Pancha, a que le curaran su tobillo porque le había pasado lo que al zancudo: una pata se le dobló y la otra se le hizo nudo.

  • Señor Trinidad, mi vieja piso una caca de perro, se resbaló y se le zafó el tobillo, tiene la pata de bolillo, y por favor quiero que la cure.
  • Está bien, en un momento, la dejo como nueva.

Don Luis iba a entrar y don Trini lo paró en seco.

  • Usted se queda aquí.
  • Es que quiero ver cómo la cura, porque seguido se le hacen las patas de hilacho y se cae, y para la otra yo la curo.

“El Cura Huesos” lo sacó y cerró la puerta. Como Luis había escuchado lo que se decía del señor, puso la oreja en la puerta para escuchar todo lo que hablaban.

  • Se lo voy a meter pero primero, déjeme darle una sobadita.
  • ¡Ayy! Despacito, no sea bruto.
  • No se mueva tanto porque se va a chispar.
  • Ya no, déjeme, o llamo a mi marido.
  • Aguántese otro poco más. Ya mero termino.
  • Ya no, por favor.
  • Ahora voltéese, no sea chillona.
  • Es que usted es muy tosco, no lo hace con cuidado, y me lastima.

Luis, por su mente cochambrosa, pensó lo peor. Ya no se aguantó, de un caballazo abrió la puerta y vio a don Trini, que le sobaba el tobillo a su mujer. Enojado, se levantó.

  • ¿Qué no puede tocar, o qué le pasa, por qué entra en esa forma, si no está en su chiquero?
  • Ja, ja, ja. Discúlpeme, sígale. Aquí la espero.