EL DÍA DE LOS MUERTOS
¿Usted cree que los muertos regresan y están con sus familias este día? A algunos les gana la risa y se ríen como el pulgoso, para disimular, pero en la historia prehispánica sabemos, que los aztecas rendían su culto a sus muertos y conservaban sus calaveras.
Las almas andan por todos lados, no nada más en estos días, muchas veces escuchamos ruidos en nuestra casa, el rechinido de los muebles, de las puertas, hay veces que prenden la luz, la apagan, o de momento sopla un fuerte viento, los perros no dejan de ladrar, y después, un silencio.
Por medio de la ciencia se ha demostrado que cuando está durmiendo su alma sale del cuerpo y anda rondando la casa y desde donde está, ve su cuerpo que está profundamente dormido.
Otras veces, de momento, siente algo pesado en el cuerpo, que no lo deja dormir, y como está semidormido, siente miedo, trata de quitarlo pero no lo puede hacer, quiere hablar y no puede hasta que loga mover un dedo y despierta, o su compañero o compañera lo mueve y le dice que tenía una horrible pesadilla. Pasa que se le había subido el muerto.
A mis lectores les voy a demostrar que los muertos regresan, sin basarme a las tradiciones, cultura, fe, creencia o religión. Esto que les voy a contar me sucedió hace algunos años, estaba internado en el tercer piso del Seguro Social, me había dado una bronconeumonía, tenía más de mes y medio, y no podía recuperarme. Los médicos habían ordenado que se me pusiera oxígeno las 24 horas, ovulaciones cada 8 horas, sueros e inyecciones, pastillas. No me dejaban levantar, mi doctor era un famoso neumólogo, que solo sabía que se apellidaba Oviedo, un señor enojón, que sus órdenes las daba a gritos.
Un día llegó por la mañana, me revisó y me dijo: “Me voy a llevar tu expediente, voy a ordenar que te quiten las maguaras de los sueros y el oxígeno, y de un a vez te digo adiós, porque mañana no amaneces”. Me dio la mano y se salió.
Poco después llegaron las enfermeras, me quitaron los sueros, el oxígeno, y me cambiaron de lugar, como estaba en la cama que da a la puerta, me mandaron hasta el fondo, pusieron una cortina que tapara la ventana, y otra donde estuviera aislado de los demás.
Me arreglaron la cama, me dijeron que si necesitaba algo que tocara un timbre, pusieron el botón a manera que lo pudiera apretar sin ninguna dificultad.
Me sentí muy solo, recordé a mi señora, a mis hijos, a mis hermanos y amigos, con los que más había vivido. El tiempo se me perdió, las horas pasaron volando, traté de dormir, pero no pude.
De momento sentí que corrieron la cortina, ya no estaba nadie conmigo, los enfermos de las camas habían desaparecido. Estaba frente a la puerta donde, de momento, vi que entraba agua lentamente, me entretuve mirando cómo subía de nivel, hasta que llegó a mi cama, sentí mucho miedo de caerme, y me agarraba con las dos manos del colchón.
El más mínimo movimiento era de terror por el miedo de caer al agua. No sé cuánto tiempo estuve agarrado y sin moverme; de pronto, vi que entró una mujer, vestida de blanco, con el pelo hasta el hombro, su cuerpo era joven, pero no le vi la cara.
Se acercó junto a mi cabecera, y vi cómo al dar el paso movía el agua haciendo unas pequeñas olas. Me senté y subí mis cobijas para que no se mojaran, y de nuevo me volví a agarrar del colchón.
Escuché una voz hueca, que me dijo: “A ver, vamos a ver cómo está el corazoncito”. Me abrió la bata y sentí una mano muy fría, que tocó mi piel, del lado de corazón. Lo sentí latir muy fuerte, y de momento me vi dentro de un remolino que daba vueltas, y salí hacia arriba, donde miré varias luces que se iban alejando hasta que se desaparecieron.
Vi un agujero donde apenas cabía, y todo el camino era negro, estaba todo oscuro, y rebotaba de un lado a otro, hasta que lograba colocarme en medio, y al levantar la cara vi una luz, y se hacía más grande conforme me iba subiendo.
Al salir de aquel agujero, me sentí muy tranquilo, era una cosa tan hermosa, que no se los podía explicar. El cielo era muy azul, sin ninguna nube; había un pasto muy verde, rodeado de flores; cuando me estaba acomodando, me fui de cabeza al agujero, cayendo a gran velocidad, y clarito sentí cómo entré a mi cuerpo de pies a cabeza. Abrí los ojos sorprendido, y a mi lado estaba la mujer sentada en una silla, me acarició el pelo y me dijo: “pronto estarás bien, descansa”, y con sus manos frías, me cerró los ojos.
No sé cuánto tiempo dormí, pero escuché la voz del doctor Oviedo, que hizo a un lado la cortina, y me preguntó: “¿Todavía estás aquí?” Le dije que sí. Habló a las enfermeras para que quitaran la cortina de la ventana y la grande, que me separaba de los demás, y al hacerlo vi que estaban los otros dos enfermos.
Buscaba las huellas del agua, y me preguntó el doctor: “¿Quién vino a verte?” Le contesté que una enfermera. Llamó a la jefa encargada y a todas las que estaban en el mismo piso, y les hizo la misma pregunta, si alguien había ido a verme. Le dijeron que no. Se rascó la cabeza, y me dijo: “A ver, siéntate, te voy a revisar” Su estetoscopio lo puso en los pulmones y luego en el corazón. Me preguntó si me sentía bien, le dije que sí.
Mandó por mi expediente, lo reviso, y dijo en voz alta, este paciente ya debiera de estar muerto. Me preguntó, le dije todo lo que había pasado; se lo conté, y me dijo que ya estaba aliviado, que por la tarde me daba de alta. Todavía dudoso, me volvió a revisar y me dijo: “Sí, ya te puedes ir a tu casa”. Llegaron mis familiares, me llevaron ropa para cambiarme, fui a ver al doctor a despedirme de él, y le regalé un libro de Personajes del barrio. Dijo que lo iba a conservar en un lugar muy especial.
Pasó el tiempo, y regrese a mi trabajo, era locutor de un programa llamado “Desde el Real y Minas de Pachuca” en el radio 98.1, de una a dos de la tarde. Pasaron unos meses, y un día se me ocurrió contarles lo que están leyendo a mis radioescuchas. Todo el programa estuvo lleno de llamadas y mensajes preguntando varias cosas, que si había escuchado voces, que si vi algo raro, y otros felicitándome porque había regresado.
Un día llegaron unos doctores de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo a mi programa y me entregaron una invitación para un congreso de tanatología, a nivel nacional, que se iba a realizar en la misma universidad, y estaba programado a participar con una ponencia sobre lo que me había pasado, que ellos lo escucharon en el radio, y era muy importante que les hablara de ello.
Les dije que había dado conferencias, pláticas, sobre las minas, los barrios, los cerros, leyendas, en varias escuelas, primarias secundarias y profesionales, pero no sabía nada de tanatología, y sobre todo, qué iba a hablar en un congreso.
Me dijeron que tenía que ir, porque era necesario para el estudio médico y científico, así como a demostrar que alguien ha salido de esta dimensión y regresado a platicar cómo le paso. Cuando llegué a la universidad había unos 500 alumnos jóvenes, maestros, me presentaron y como ya sabían que les iba hablar, no dejaban de aplaudir.
Les hablé que había sentido la muerte de cerca cuando escalé una piedra que se llama el colmillo, que se encuentra entre las rocas que se ven antes de llegar Actopan, en el cerro de San Jerónimo. En esas piedras se habían matado 13 de los mejores alpinistas, y era mi turno conquistarla.
Fue un 6 de enero de 1966, a las 7 de la mañana, estábamos al pie de la piedra, yo iba a ser el guía, mi ayudante era mi hermano Francisco Castillo, Miguel Padilla, Encarnación Campero, Eduardo Ortega y de retaguardia, otro de mis hermanos, Alberto Castillo. Comencé a subir descalzo porque 20 uñas eran mejor que diez.
La mañana era muy fría, en la piedra había hielo, llegué a una de las partes muy difíciles, donde tenía una clavija de aseguramiento, y de ahí hasta la cumbre; los salientes eran muy pequeños, apenas se podían agarrar, pero algunos no soportaban mi peso; llegué al lugar donde sabía que se habían caído mis compañeros, y comencé a subir por la parte completamente lisa; voltee hacia abajo, y estaba mu hermano a unos 10 metros, que me gritaba “síguele, si te caes yo aquí te detengo” y sacaba medio cuerpo.
Seguí adelante, y me quise agarrar de una pequeña piedrita que se asomaba, y se me quedó en la mano; sentí que me venia abajo, todo se me nubló, lloraba pero no eran lágrimas, sino a chorros, y poco a poco llegue a la cumbre; mudo de la impresión, escuché unas aplausos de los que estaban abajo, la voz de mi hermano que me gritaba que si había llegado.
No le podía responder; así pasaron unos momentos, que le jalé la cuerda, y llegó conmigo; luego lo fueran haciendo unos tras otro de mis compañeros, que estaban locos de felicidad, había conquistado lo que se creía inconquistable, nos abrazamos y echamos los cables para bajar, lo hicimos, y regresamos muy felices, pero yo recordando los momentos de angustia que se convirtieron en risa y gritos de satisfacción.
Los que estaban en el gran salón me aplaudían, ya me sentía sin nervios para hablar ante varios profesioncitas de lo que me había pasado. Durante el tiempo que lo conté, no se escuchó ni el zumbido de una mosca. Subió uno de los médicos conferencistas, y me dijo que debería estar orgulloso porque había salido de esta dimensión; de lo que hablé del agujero que estaba oscuro, me dijo que ese era el túnel negro.
Que son muy pocas las almas que logran cruzarlas, pero ya estaba preparado, que por eso me agarraba con mucha fuerza de los colchones, para que no me fuera de lado, ni chocara con las paredes rocosas; que nuestra alma tiene un peso de 18 gramos, que con tantito aire puede desviarse.
Le pregunté que cuánto tiempo duré muerto, y me dijo sonriendo, que el tiempo que me tardé en contárselos. Me dieron un reconocimiento, que es el que más querido, un cuadro que tiene una mariposa abriendo sus alas, saliendo del capullo, y significa la vida y la muerte. Otros médicos me dijeron que no saben por qué me regresaron, que más adelante yo lo sabré. Así que con esto quiero decirles que los muertos existen y regresan.
A todos mis lectores les deseo que pasen un feliz Día de Muertos.
gatoseco98@yahoo.com,mx