SE LO LLEVÓ EL MUERTO
José Manuel Hernández Pérez llegó a Pachuca junto con su greñuda Vieja, de nombre Juana María Pérez, dos chavos y su suegra, una señora gorda mal encarada, que siempre andaba jetona que parece que andaba oliendo caca, llamada Ramona.
Llegaron como húngaros porque no sabían adónde se iban a quedar, traían poco dinero, pero al ver las rentas de la casas, se fue para tras, le buscaron hasta encontrar una vivienda en uno de los barrios mas populares de Pachuca, “La Montaña” que se encuentra casi en la faldas del cerro de San Cristóbal.
Venía confiado de que Pachuca es tierra de trabajo, pero por más que le buscaba, no lo había, solo como ayudante de albañil, ganando una baba, que apenas les alcanzaba para medio comer, el dinero se les iba como agua, pagando luz, renta y agua; la dueña de la vecindad donde vivían parece que llegó con los ingleses, porque a fin de mes, antes de que cantara el gallo, les estaba tocando cobrándoles lo de la renta.
Mandaron a los chavos a la escuela Julián Villagrán, del Arbolito, la señora hacía trabajos de gatígrafa, la suegra también, no se quedaba con las manos cruzadas, y hacía chambitas de costura, planchaba y lavaba ajeno.
Después de un tiempo de andar navegando con bandera caída, se les fue enderezando el barco, José Manuel aprendió el arte de la albañilería y él solo hacía sus chambas, como tapar agujeros y remiendos, especialista en aplanado. La dueña de la casa le dio un trabajo de arreglar unas viviendas que estaban hasta el fondo de la vecindad, para rentarlas.
Ellos sabían que en este día llegaban los muertitos pero como venían de lejos, comentaban que nadie los iba a ver y a pesar de que en todo el país celebran la tradición del día de los muertos, a pesar de su cultura, su fe y su creencia, no le daban importancia. Un día Juan Manuel, que su vieja le decía el “Memelas” se dedicaba poniéndole corazón, cabeza y mano, echándole los kilos a su trabajo, que casi iba a realizar un milagro porque la casa que estaba reparando estaba punto de derrabarse.
Ya era de noche, las horas se le pasaron como agua, y como no tenía reloj, no sabía del cambio de verano y no regresó una hora como se comentaba, estaba trabajado a media luz cuando de momento, atrás de una bracero hecho de piedra, escuchó un ruido y un quejido, que hasta le sudó la cola, se puso carne de gallina.
Salió un muerto y caminó hacia él, abriéndole los brazos, al verlo corrió como loco, entró a su casa abriendo la puerta de un caballazo, que del ruido espantó y se cayó la suegra de la cama. Prendieron la luz, y lo vieron todo pálido, como pambazo, no habló se metió con todo y zapatos, debajo de las cobijas.
Su vieja, enojada, lo jaló de las patas y lo zurró, porque le dijo que había cambiado sábanas, que se fuera a bañar y se cambiara ropa limpia. Juan Manuel ya no quiso ir a trabajar porque se le aparecía el muerto, se le fue el apetito, y de dos platos grandes de frijoles, con mucha tortilla que se comía, terminó tragándose un taco, fue bajando de peso, y andaba todo menso.
Una tarde la señora se sentó junto a él y lo confesó preguntándole qué le había pasado, “El memelas” le dijo que lo andaba persiguiendo un muerto y señalándolo, grito: “Ahí está”.
Espantó a la señora, que se fue para atrás, cayendo con todo y silla parando las patas, se dio cuenta que lo que tenía su viejo era grave, y al otro día le dijo a la casera lo que estaba sucediendo. Y que veía a su marido más amarillo que un chale, y estaba muy flaco, que en pocos días se había secado.
La señora le dijo que podía ser porque en ese cuarto se había muerto don Juan, un viejito que se la pasaba chupando todo el día porque su viejita se había ido al valle de las calacas, y días después que se murió, como el cuarto está hasta arriba, nadie se dio cuenta, hasta que olía a perro muerto.
Fueron a verlo y lo encontraron hecho un esqueleto, con pedazos de carne, y ya se lo habían comido los gusanos, vino la autoridad y se lo llevaron. La señora cerró la vivienda, y no la abrió hasta que su esposo fue a repararla. Que de seguro era su alma que andaba penando, que para curarlo le comprara los espíritus para untar y por la noche, cuando se fuera a dormir, se los untara en todas las coyunturas de los huesos, y le pusiera una cruz de cal en la cama.
Todo lo que le decía la casera lo hacía ella, ya estaba muy preocupada porque no quería comer, y luego por las noches, se para gritando como loco “un muerto, un muerto, déjame, no me lleves” y no solo espantaba a sus parientes, sino a los que vivían en la vecindad.
Al verlo la gente se conmovía, estaba a tan seco que parecía muerto fresco. Una de las vecinas le dijo a la mujer que el remedio era darle un susto para que se le saliera el que tenía, que cuando estuviera en el solecito, casi durmiendo, que se echara un trago de aguardiente en la boca, se acercara junto a él y se lo escupiera, y le gritara por su nombre, que lo envolviera en una cobija y no lo dejara parar hasta que sudara.
Todo lo que le decían hacía la pobre mujer, que también se estaba enfermando al ver a su marido, que era grandote y bien mamado, estaba quedando enano y seco como un gato. Lo llevaban a misa y le decían al padrecito de la iglesia que le echara agua vendita, pero ni así reaccionaba.
La señora Juana María lloraba por los rincones al verlo, y cada que salía a la calle, de momento se le salían las lágrimas, en el barrio ya la conocían como la llorona. Una vez que fue al molino, una señora le preguntó qué era lo que le pasaba, y le contó toda la historia, sin olvidar ningún detalle; le dijo que de seguro se le metió el muerto, y hay que sacarlo antes de que se lo lleve, le dijo que fuera al barrio del Arbolito, en la calle de Candelario Rivas, donde vive una señora que lo podía curar, que era hasta la zanja la que divide el cinturón de seguridad, y que preguntara por “La Pichona” y ella lo ayudara, porque era una espiritista que hacía trabajos blancos.
La señora dio con la dirección, le contó la historia que le había pasado a su viejo, le dijo que el viernes la esperaba, que le comprara un ramo ya preparado con las yerberas, que les diga que era para limpia, que le llevara una piedra de alumbre, loción, un huevo de guajolota acabada de pisar.
La mujer, con más ánimo, compró todo lo que le dijeron, llegó el día en que tenían que llevar a su marido a que le sacaran el muerto que se le había metido, encargaron a los niños con la casera, y entre ella y su mama lo llevaban una cada brazo, el señor caminaba muy despacio, parecía un viejo de 89 años, y apenas tenía 50.
La señora Ramona le dijo que a paso lento nunca iban a llegar, que se lo echara en el lomo, y se lo llevó cargando de a burrito en la espalda, llegaron y la “Pichona” ya los esperaba, estaba envuelta en una sábana blanca, le preguntó que si llevaba todo lo que le había pedido, le dijo que sí.
Tenía un bracero con lumbre, se paró junto a él, la señora se movió como si tuviera chinicuil, y se durmió. Comenzó a pasarle la mano por la cabeza, y rezó una oración: “Padre mío, que estás en los cielos, que tiene todo el poder de la tierra, y que tú eres el único que nos das la vida y tu nos la quitas, ponte abusado porque ya te quieren dar madruguete llevándose a estas almas buenas”.
Le echó loción en la cabeza, en todo el cuerpo, luego lo limpió con un ramo, y lo sacudía en la lumbre que tronaba, así lo hizo varias veces, y luego le pidió el huevo, y se lo dio, “la Pichona” lo tocó y le dijo: “este no sirve, yo le dije que quería un huevo de una cona que fuera la primera vez que la pisaban, y el huevo que me trae es de una que se la han pisado todos los guajolotes, deme la piedra de alumbre”.
Lo limpió y luego la echó a la lumbre, que poco a poco se fue formando una calavera. Le sopló varias veces la frente a José Manuel, y le dijo que ya le había sacado el espíritu que se le había metido. Despertó la señora toda atarantada, le platicó a la mujer que solo había faltado el huevo, pero lo iban a dejar para otra vez, “lléveselo y llegando a su casa, lo acuesta y lo limpia con un huevo”.
La señora Juana María para todo le decía que sí, aunque por la pena no entendía casi nada de lo que le pedía que hiciera; llegaron a su casa, lo acostaron y le dijo doña Ramona, “yo me espero afuera porque lo vas a encuerar y lo limpias de la cabeza a los pies con un huevo”.
Así lo hicieron pero luego se escuchó un fuerte grito, y después hubo mucho silencio. La mujer salió llorando y le dijo a su mamá que su esposo estaba muerto; la señora le preguntó por qué, pero le dijo que no sabía. Rápidamente fueron otra vez con la curandera, a llevarle la nueva de lo que había pasado, y le inquirió la señora: “A ver, yo te dije que lo limpiaras con un huevo de la cabeza a los pies”, la señora le contestó “así lo hice, pero por más que se lo jalé sólo le llegó hasta las rodillas”.
Entraron las autoridades y la metieron al bote, ellos no saben de la creencia, la fe, las tradiciones; fue acusada de darle muerte a su viejo, jalándole los testículos.
SUGUEN LOS SUICIDIOS
Continúa la racha de suicidios de mujeres y hombres jóvenes en Pachuca, no se sabe por qué lo hacen o qué les duele, el secreto se lo llevan a la tumba.
Así fue lo que sucedió con Axel Emmanuel Cruz Bautista de 18 años de edad, vecino de la calle de Anastasio Bustamante, esquina con Reforma, en la colonia Felipe Ángeles de Pachuca.
Serían como las 6 de la tarde cuando se corrió la voz, que llegó hasta la orejas de los gendarmes y paramédicos de la Cruz Roja y protección civil, y por las moscas, fueron los Bomberos porque habían recibido la noticia por medio del teléfono de emergencia.
Se reportó que un muchacho de 20 años de edad, acababa de encontrar a su hermano colgando como piñata, con un lazo que se enredo en el cuello y lo ató a una viga del techo de su casa.
Sin perder tiempo, los cuerpo de socorro llegaron al lugar a ver qué pez, con la esperanza de bajarlo vivo, pero llegaron demasiado tarde porque al parecer, llevaba horas colgando. Llegó el agente del ministerio público para dar fe, acompañado de toda su gente, y comenzaran las diligencias de rigor.
Se confirmó que el cuerpo fue encontrado colgado no con una cuerda en el cuello, sino con un cinturón; después de la práctica de la necropsia de ley, dijeron que había muerto por asfixia por ahorcamiento. Sus familiares, agobiados por la pena, no pidieron declarar, ni tampoco saben por qué lo hizo, si fue una depresión, enfermedad o por amor, todos quedamos como dice el Monge Loco: nadie sabe, nadie supo.
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