UN INFIERNO BONITO

UN INFIERNO BONITO

“EL GÜEREJO PATAS DE CONEJO”

Jaime Castillo López, estaba casado con Juanita, la hija del Zapatero remendón. Les dieron una casa, por medio del Infonavit, en el Artículo 123. La vivienda era triplex, o sea que dos vecinos vivían arriba y uno abajo. Se quejaba porque decía que la vivienda era muy chiquita y no cabía con todos sus hijos, pues tenía más de 10.

Era un domingo caluroso, la señora Juana estaba que se la cargaba toda la grosería, caminaba de un lado a otro y se asomaba cada rato por la ventana, estaba que echaba chispas, se había desquitado con varios de su hijos, dándoles en la madre. La mujer estaba muy furiosa porque no había llegado a dormir su viejo. A ella le valía gorro que se haya ido a con alguna vieja, lo que le preocupaba es que se gastara el dinero de la semana. Pasaron las horas y ni su luz del señor. Se encerró en su cuarto, no quería hablar con nadie, solo esperaba que asomara la cholla su marido para hacérsela de calabaza, le estaba ganando el sueño cuando escuchó la voz que esperaba.

  • ¡Pásenle, amigos! Esta es su casa.

La señora bajó muy aprisa, se detuvo al ver que su esposo llegó acompañado con tres compañeros, al verlo apretó las quijadas para no mentarle la madre y sonrió muy forzada cuando la presentó:

  • Señores, esta es mi mujer. Mira, vieja, el señor es mi supervisor, él es mi maestro, y mi cuate es mi compañero.

Le estiraron la mano para saludarla y les dijo:

  • Mucho gusto, están ustedes en su casa.

Mientras se pasaban a la sala, la señora le hizo una seña a su viejo para que la siguiera a la cocina, cuantos estaban ahí, le dio un jalón de greñas y le dijo:

  • Hijo de tu pinche madre, vienes bien borracho cabrón, y todavía me traes a tus amigotes. ¡Cuando se vayan te voy a desmadrar!
  • ¡Cállate vieja! Te van a escuchar, van a pensar que estudiaste en una escuela de gobierno. 
  • El que se debe de callar eres tú, cabrón, éntrale con el dinero de mi gasto y lo que te presté.
  • Déjame ponerles una rola. ¿Donde están los muchachos para que vayan por unos chescos y un pomo? Voy a buscarlos y ahorita vengo a hacer cuentas contigo.
  • Mira, Jaime, me sales con una mamada, y lo vas a lamentar.

“El Güerejo” puso todo en orden, mandó por el chupe y brindó con sus amigos, que estaban más pedos que un gusano de mezcal, poco después agarraron confianza y hablaban groserías, echándose albures, la señora iba a pararles el alto pero su señor, al verle las intenciones la detuvo en la puerta.

  • Ven, vamos a hacer cuentas, te voy a dar 600 pesos de tu gasto, los 500, que me prestaste te los pago para la otra semana, con esta pinche crisis, estamos trabajando con paros técnicos.
  • Eso a mí me vale madre, tú y el pinche presidente, los gobernadores, diputados, y toda esa bola de cabrones que ganan el dinero que quieren, nada más les dan atole con el dedo. Pero piensa cómo vas a correr a tus amigotes, están diciendo peladeces delante de tus hijas. Te voy a dar una hora para que les cantes las golondrinas, porque si no se van, les voy a decir a los tres, que se larguen a chingar a su madre.

“El Güerejo” entró muy triste, pensativo por las palabras, que le había dicho doña Juana, como la conocía, sabía que era capaz de hacerlo, lo abrazó su jefe y su encargado y le dijo:

  • No se agüite, cabrón. Mientras alegabas con tu vieja, mandé a comprar otro pomo, y cuando se acabe mando por otro, yo soy de carrera larga.

Los cuatro borrachos cruzaron los vasos, pararon el hocico y va para adentro, volvían a servir, y a tomársela. Uno de ellos, arqueó, hizo como cuando a un perro se le atora un hueso y vomitó, salpicando los sillones. A pesar de que estaba muy tomado, se apenó y agarró el trapeador y limpió los muebles. Llegó la señora Juana con una cubeta y un trapo limpio y se puso a limpiar, sin quitarle la vista a su viejo, abrió puertas y ventanas para que se saliera el olor a borracho, y se fue a meter a la cocina. A los amigos del “Güerejo” no les importo, pusieron el modular a todo lo que daba, el supervisor se puso un vaso en la cabeza y comenzó a bailar con la mano en el ombligo y meneando las nalgas. Los demás con las palmas, le aplaudían y decían:

  • ¡Epa, Epa!

Como lo que hace el chango, hace la changa, los demás bailaron con los vasos en la cabeza, aunque no todos sabían como hacerlo y se les cayeron, esa fue la gota que derramó el vaso; la señora iba directa a mandarlos rumbo a la goma, y nuevamente la paró Jaime.

  • Ven, vieja, quiero hablar contigo, te voy a pagar tus 500 pesos, y te voy a dar 300 más para que hagas una comida, es que no hemos probado bocado desde ayer, por eso se nos subió la briaga.

La señora le arrebató el dinero y le dijo, muy tranquila, sin enojos:

  • Llévatelos a la esquina, allá hay pastito, que te ayuden tus hijos, con el aparato le piden al “Lobo” que les de chance de conectarlo, se la pasan muy a gusto, mientras yo hago la comida, ya ves que en la esquina venden cervezas bien frías.
  • Tienes la razón, vieja. Si no eres tan pendeja, no se me había ocurrido. ¿Qué es lo que vas hacer de comer?
  • Eso déjamelo a mí. Llévate a tus compañeros, antes de que agarren la sala como baño.

“El Güerejo” se llevó a sus amigos diciéndoles que luego regresaban a comer, cuando iban bajando las escaleras, metieron al estacionamiento de la casa de abajo, un coche Nissan Tsuru nuevo que lo acaban de bendecir, tenia las flores y era de color blanco. Llegaron unos mariachis, entraron a la casa, pero la familia que tenía la fiesta no la llevaba con la familia del “Güero”, por eso ni lo pelaron, los llevó a donde quedaron y comenzaron de nuevo a tomar.

     – ¿Qué pasó con la comida?

     –    Espérate, todavía no llega Maria con el mandado, fue a Santa Julia.

La fiesta en la casa de abajo, estaba de pelos, la música se escuchaba en toda la colonia, llegaron varios amigos a felicitar a don Salvador por su coche nuevo y se quedaron a la gorra. El “Güerejo” fue a entretener a sus amigos, pero eran ellos quienes lo mandaban a ver si ya estaba la comida, porque se les pegaban las tripas con el espinazo. Les dijo que en un momento todos iban a mover bigote, mientras que chuparan a gusto. Pasó otra hora y Jaime se había enojado por la tardanza de su señora, que le había dicho que lo mandaba a llamar cuando estuviera el pipirín. Llegó y se metió a la cocina que espanto a su vieja, cuando le dijo:

  • ¿Ya está la comida?
  • ¡Ya!
  • Voy a llamar a mis amigos, mientras arregla la mesa.
  • No los llames, en la canasta eché platos, cucharas, tortillas, y llévate esa cazuela grande que está ahí, tiene la comida para que coman donde están.

“El Güero” al ver lo que era le reclamó a su vieja.

  • ¡No mames! ¿Cómo crees que les lleve de comer chicharrón? Yo te di para que compraras unos bisteces, o de jodido vieras hecho mole rojo.
  • Si, viejo, pero no me alcanzó lo que me diste, te cobre réditos sobre réditos, acuérdate que los pediste hace un mes.
  • No, no, no. Manda a Pilar que vaya a la cocina económica y compre comida hecha, un caldo de pollo, o un consomé, chicharrón van a pensar de que estamos jodidos.
  • Si no quieres comer lo que te doy, voy a llamar a mis hijos y verás como ellos se lo comen a toda madre, está muy sabroso, no me salgas con que ya no comes eso,
  • Dame el dinero que te di, me los voy a llevar a comer a otro lado.
  • Llévatelos a la casa de tu madre, sirve de que ahí te quedas, porque ya no te soporto, pinche borracho.

Jaime cargó la cazuela, que apenas podía con ella, se le quedó mirando y le dijo.

  • Mira lo que hago con tu pinché chicharrón.

Se subió las escaleras para llegar a la azotea y aventar la cazuela al patio de manera que su vieja viera como se quebraba al caer, pero en lugar de aventarla del lado de la ventana que da a la cocina, se descontroló y la soltó del otro lado, cayéndole al coche nuevo. Le sumió todo el toldo quedando embarrado de chicharrón. Se escuchó un fuerte madrazo, todos los de la fiesta salieron acompañando al dueño del coche, a ver qué es lo que había pasado, vieron al “Güero” que no daba crédito a lo que había hecho, con la cola entre las piernas, tuvo que bajar a ver sus gracias, Salvador, su vecino lo tomó del gañote y lo puso contra la pared gritándole:

  • ¿Te has dado cuenta de que hiciste? Ya desmadraste mi automóvil. Me lo vas a pagar o aquí te mueres.

Jaime se le quedaba mirando y con palabras tristes le contestó:

  • Fue sin querer, se me cayó la cazuela, pensaba aventarla allá, y se me fue de lado.

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