UN INFIERNO BONITO

UN INFIERNO BONITO

“LA MOSCA”

Bonifacio Hernández era un chaparro, prieto que venía de la sierra de Huejutla, y entró a trabajar en la mina de San Juan. Los compañeros como apodo le pusieron “La Mosca” tenía un año trabajando y le dijo “El Loco”:

  • ¡A ver si le dices a tu pinche vieja que ya no le ponga tanto chile a los tacos! Está bien que a ella le guste pero a nosotros no.
  • ¡Le voy a decir que me los ponga de dulce!
  • ¡No tanto, cabrón… Pero que le baje! Tú porque ya estás curtido, pero cuando voy al baño las lágrimas se me salen.
  • ¡No te lo comas güey!
  • ¡Entonces no te comas los míos!

El encargado les daba un golpe en la gorra y les decía.

  • ¡Ya, cabrones! Ni parecen hermanos.
  • ¡Párale!
  • ¡Hermano! Mejor perro, si mi jefa hubiera parido a un pendejo como este, mi padre le retorcía el pescuezo.

Trabajaban a 480 metros de profundidad y “La Mosca” como era cochero, lo traían como calzón de mujer mala, para arriba y para abajo. Un día platicaba con “El Camellito”:

  • ¡Primero Dios, mañana que salga de vacaciones me voy a mi tierra, tiene más de un año que no veo a mis papás!
  • ¡Me saludas a tu hermana y a tu jefa!
  • ¡Y tú a la tuya!

La Mosca llegó a Huejutla, con zapatos de minero,  bien arreglado con petaca al hombro. Su vieja iba de tacón alto, vestido largo, muy pintada. La gente del pueblo se les quedaba mirando de arriba abajo. Cuando sus padres lo vieron lloraron de alegría.

  • ¡Hijo de mi corazón! Pensábamos que ya te habías muerto. ¿Dónde andabas?
  • ¡En la ciudad de Pachuca! Esta es mi esposa, ya está panzona, pronto van a ser abuelos.
  • ¡Pásenle para adentro!

“La Mosca” no dejaba de platicar:

  • ¡Trabajo en una mina! Nos bajan en unos agujerotes, donde está muy caliente, se trabaja mucho pero nos pagan bien, mis compañeros son muy cabrones y maldicientos, a mi me dicen “La Mosca”, hay muchos accidentes en la mina.

Sus padres abrían la boca de lo que les contaba su hijo.

  • En Pachuca, hay mucho camión y carros, mercados y tienen un relojote que cuando da la hora se oye en toda la ciudad.

Le dijo la señora mamá de “La Mosca”:

  • Usted, Juanita, ni habla.
  • ¡Así la ven! Pero es re cotorra.

A Juanita le caló la pobreza de aquella gente, se le partía el  corazón y pensaba: “Si nosotros estamos jodidos al lado de ellos somos millonarios”. El señor vestía calzón de manta hasta los pies con huaraches, un sombrero todo agujerado, mugroso y viejo. La señora nagua larga y andaba descalza. Lo mismo que los hijos e hijas. Diario comían tortillas con sal, con chile, de vez en cuando huevo con queso, lo que si no dejaban era su aguardiente. Dormían en un petate dentro de una choza donde la lluvia, el sol y el frío se colaba por todos lados. Llamó a “La Mosca” y le dijo:

– ¡Te habías de llevar a toda tu familia a Pachuca! Metes a trabajar a tu papá a la mina, que finquen su casa en el cerro de Cubitos, al fin que todos lo hacen.

-¡De veras quieres que me los lleve! Vivirían un tiempo con nosotros mientras se alivianan.

-¡Claro que sí!

Al día siguiente, “La Mosca” le dio la noticia a sus padres, que la recibieron con gusto, el señor no tenía nada, su sueldo era de 15 pesos diarios de sol a sol. Contaba con un burro, un puerco, y un chivo. Y así abandonando todo, don Serafín, y su vieja Crecencia, con ocho chamacos,  5 mujeres y 3 hombres, llegaron a Pachuca a vivir en el cerro de Cubitos.

Con el tiempo don Serafín entró a trabajar en la mina de San Juan, lo bautizaron y le pusieron “La mosca grande”, se acostumbró al trabajo en las profundidades aunque fue difícil, porque él era un hombre de campo. No se enojaba cuando los mineros le mentaban la madre, dejó de tomar aguardiente y le entró al pulque, que lo tomaba como agua de tiempo. A los meses fincó su casa, en el cerro, se trajo a sus hermanos, cuñados sobrinos, primos y tíos, y se metieron a trabajar en la mina, algunos como barrenderos en la Presidencia Municipal, el chiste es que todos fincaron, en poco tiempo en el cerro de Cubitos ya había un chingo de “Moscas”.

Una vez mandaron a “La Mosca grande” a desembarcar una tolva a gran profundidad, se hace con una barreta, y se les mete dinamita. “La Mosca chica” agarraba la barreta, y “La Mosca Grande” le pegaba, por los golpes se les vino la carga, llevándose a “La Mosca grande” al fondo. “La Mosca Chica” gritaba:

  • ¡Papá, papacito!

Por la reata se subió como chango, como 50 metros, se bajó como loco corriendo por unas escaleras, abrió la puerta de la alcancía, y cayó “La Mosca grande” toda apachurrada. Llorando “La Mosca chica”, lo jaló, le limpió la cara, le sopló en la boca. “La Mosca grande” se levantó, se sacudió como lo hacen los perros mojados mientras su hijo brincaba de gusto al ver que a su papá no le había pasado nada. La noticia corrió en toda la mina. A la salida cuando le platicaron al capitán les dijo:

  • ¡Así son las pinches moscas, se hacen las muertas! Y luego de momento se levantan.

A las moscas los liquidaron en la mina, andan empujando su carrito de basura.  Ellos son muy felices en su mundo.

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