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UN INFIERNO BONITO

“EL FLOJONAZO”

Martín Hernández, mejor conocido como “Martín Cholano”, era un joven de 20 años, con estatura de un metro con 80 centímetros, pesaba 75 kilos, y le gustaba chupar de a madres, tenía otro defecto: era muy flojo, no le gustaba trabajar; su mamá, doña Gamucita, era una viejita chaparrita muy amable y cortés con la gente, seguido se le veía bajar cargando una maleta de ropa y subía con otra, trabajaba como hormiga.

Lavaba ropa ajena y buscaba clientes en distintos barrios y colonias, estaba chaparrita porque de tanto caminar, se le habían desgastado las patas. Su hijo Martín se la pasaba a toda madre sentado abajito de los rayos del sol, ya parecía pinacate de lo negro, no faltaba quien le invitara una copa y él les decía que donde quiera son tres. 

Cuando veía subir a su jefa cargando como burro, se escondía para no ayudarle, como a la hora llegaba a su casa, tenía buenos cálculos para saber cuándo estaba la comida. Se acostaba en la cama, se quitaba los zapatos y  ponía las manos en la nuca, mirando al techo. Le preguntaba su mamá:

  • ¿Qué pasó con el trabajo, hijo?
  • Vengo muy cansado de tanto buscarlo y nada, póngame agua a calentar para meter las patas, las traigo como de cartero.
  • ¡Ay, hijo! Llevas años buscando trabajo y no lo encuentras.
  • Me traen como calzón de mujer mala, para arriba y para abajo; siempre dicen: “venga mañana”, “venga pasado”; total que me la hacen de jamón
  • Me dijo don “Goyo” que si querías ganarte unos centavos, le pintaras su casa.
  • ¡Ese güey no paga, jefa! Estoy pensando en irme a los Estados Unidos.
  • ¡Ni lo permita Dios! Allá los están tratando muy mal, dicen que matan a los que cruzan la frontera.
  • No se preocupe, jefecita ¡Yo les doy en la madre,  conmigo no juegan!
  • ¡No hijo, no! Prefiero seguir lavando ropa mientras tú encuentras trabajo aquí en Pachuca. Vi a mi compadrito Juan y me dijo que si querías trabajar de albañil, él te echaba la mano.
  • Ni que estuviera loco, esos güeyes de las madrizas quedan  mal de la cabeza, ya ves a don Goyo, seguido quiere ahorcar a su vieja.

La viejita se ponía muy triste, como si de veras ese pinche huevón le hiciera caso alguna vez; Martín le preguntó:

  • ¿A qué hora le entramos a la papa, jefa? Ya me chillan las tripas de hambre.
  • ¡Ya merito termino! Mientras, ve por las tortillas.
  • ¡No la amuele, jefecita! Le digo que tengo las patas hinchadas de tanto caminar buscando trabajo, mis zapatos de lo viejos que están, ya me sacaron un callo.
  • ¡Pobrecito de ti, hijo! Si  me va bien esta semana, te compro unos huarachitos.
  • Mejor me espero para que me compre unos choclos, ¡Huaraches! Si no soy indio
  • ¡No te enojes hijo, voy por las tortillas! ¡Por favor le mueves a los frijoles!
  • Muévalos de una vez,  ahorita que salga ¿qué le cuesta?

La señora salió por las tortillas, se formó en la larga fila a pleno rayo de sol, le apuraba que la despacharan pronto, porque si no Martín se ponía de malas y no quería comer. Cuando llegó a su casa, lo encontró durmiendo con el hocico abierto, no lo quiso despertar y la viejita se echó otro viaje a la tienda porque se le olvidó el queso,  luego una cebolla. Despertó a su hijo cuando regresó.

  • ¡Vamos a comer hijo, despierta!

Martín se sentó en la cama, se estiró bostezando, abría tanto el hocico que se le veían las tripas.

  • ¡Ándale hijo, ya párate!
  • Tráeme  en la cama, si me paro se me va el hambre!
  • ¡Tienes que pararte a lavarte las manos, parece que traes guantes!

De mal humor se las mojó,  se sentó. Se comió la sopa como si lo fueran correteando, le sirvió caldito de pollo y le dijo.

  • ¡Échele una pechuguita! De tanta ala, parezco piloto.
  • No hay para más hijo, la vida está muy cara, el dinero que gano no alcanza. Estaba pensando que como no encuentras trabajo, ¿por qué no te metes de minero?

Al escuchar esa palabra, Martín se levantó como resorte, parecía que le habían picado la cola, con el bocado se iba a ahogar.

  • ¡No me chingue, jefa! ¿Acaso quiere que me aplaste una piedra? ¡Ya se me fue el hambre!
  • ¡Come hijo! Yo nada más decía, la situación me obligó a decírtelo.
  • Voy a seguir comiendo, pero para otra vez jefa, señale para otro lado, ese trabajo de la mina es para burros.

Al pasar los días, Martín tomaba diario, decía que era de decepción, por no encontrar trabajo. La pobre viejita sufría al ver cómo lo llevaban los amigos, a veces se quedaba tirado en la calle y con trabajos lo iba a levantar, por más que le daba consejos, no entendía. Un día, doña Susanita se puso a trabajar, echándole las pocas fuerzas que tenía  juntó una lana, y habló con su hijo.

  • ¡Mañana nos vamos a México!
  • ¡Mejor deme lo de mi pasaje y aquí la espero!
  • Vamos a la Villita, para que jures a la Santísima Virgen de Guadalupe, que vas a dejar de tomar y buscarás trabajo
  • ¡Ya le dije jefa! Deme lo de mi pasaje y voy a la Iglesia, al fin que la Virgen está en todas partes.

Discutieron horas, pero la que ganó fue la señora, salieron muy temprano a la capital, y al llegar a la Basílica de Guadalupe, Gamucita formó a su hijo en la fila de los que van a jurar de no tomar y le dijo:

  • Pídele de todo corazón a nuestra  Santísima Virgen, que te aleje del vicio, y te ayude a encontrar trabajo,  no le vayas a fallar, porque así como es milagrosa, es castigadora.
  • ¡Está bien, jefa!

Con una veladora, la señora limpió a su hijo, fue a la pila de agua bendita, le echó en la frente formando la señal de la cruz, luego en la nuca, y prendió la veladora.

  • La dejas junto a la Virgen, pídele lo que te dije, y rézale una Ave María.
  • ¡Okey, jefa!

La señora se puso de rodillas a rezar,  de vez en cuando miraba a su hijo que ya le faltaba poco para llegar a jurar y cambiar de vida. Cuando llegó con el sacerdote y hablaron mostrándole la imagen de la Santa Virgen, doña Gamucita lloró de alegría, por fin había logrado que su hijo jurara no tomar, le echó una sonrisa a la Virgen y salieron muy contentos. Martín le dijo:

  • ¡Fíjese jefa que la regué! Como nunca había visto a la virgencita tan cerca, me puse muy nervioso y al jurarle 10 años de no tomar, me equivoqué, y en lugar de decirle de no tomar, le dije de no trabajar. Y tengo que cumplir, usted dice que la Virgen castiga al que no cumple.

La viejita lo tomó de la mano y le dijo:

  • ¡Ni modo! Tendré que lavar más ropa, los juramentos a la virgen deben de cumplirse.